Parte 2
Cinco días pasaron en un pestañeo. Durante ese tiempo, Yuna sometió a Haruto a un entrenamiento práctico, consciente de que su fuerza y resistencia eran sus mayores debilidades.
Las misiones de rango "F" que tomaron del gremio eran sencillas pero efectivas: transportar mercancías, romper rocas en la mina y recolectar plantas medicinales entre la nieve. No implicaban combate, pero fortalecían su cuerpo y lo acostumbraban al esfuerzo físico constante.
Haruto ya se sentía como el protagonista de una película de boxeadores, entrenando para una épica batalla final. Solo le faltaba correr por las calles de Molgaroth con una banda sonora motivadora mientras se preparaba para enfrentar a un elfo de luz de dos metros, al mejor estilo ruso.
—Haruto, tu fuerza necesita mejorar. —dijo Yuna, cruzándose de brazos mientras lo veía jadear tras una jornada particularmente agotadora en la mina—. No sirve de nada tener armas si no puedes manejarlas con precisión. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez?
Haruto no necesitó recordatorio alguno. La imagen de sus pistolas escapando de sus manos seguía grabada en su mente. Con un suspiro resignado, aceptó que Yuna tenía razón.
—Está bien, está bien. Solo... dame un momento para recuperar el aliento. —respondió, intentando sonreír, mientras Simo, desde su hombro, lo miraba con una expresión que parecía burlona.
Pese a sus quejas, Haruto comenzó a notar los cambios. Sus manos endurecidas por el trabajo, su resistencia en aumento, la facilidad con la que realizaba tareas que antes lo dejaban sin aliento. Sin embargo, Yuna aún no estaba completamente satisfecha.
Mientras lo observaba, notaba los progresos, pero también sus limitaciones. Sabía que las verdaderas pruebas estaban por venir y debía asegurarse de que Haruto estuviera listo.
—Eres rango E y pronto subirás a D, pero tus estadísticas físicas siguen en F. —comentó Yuna con seriedad—. Si quedas sin maná, serás un blanco fácil. Ya lo viste cuando te colocaron esas esposas de Nulite.
Haruto suspiró.
—Lo sé, por eso ahora llevo una espada corta por si acaso.
—Una espada sin fuerza no sirve de nada. —replicó Yuna, arqueando una ceja—. A este ritmo, incluso sin mi viento, te ganaría en una carrera. Y me atrevo a decir que Melodía podría vencerte en combate sin siquiera usar magia.
Haruto frunció el ceño, ofendido.
—Oye, no me subestimes.
Yuna sonrió con confianza, adoptando una posición defensiva.
—Entonces demuéstralo. Ven, atácame solo con tu fuerza física. Nada de habilidades. Si logras golpearme, yo invito la cafetería hoy. Pero si pierdes... pagas tú.
Haruto rió, divertido por el desafío.
—Espero que no te arrepientas.
Sin perder tiempo, se lanzó contra ella. Pero para Yuna, todo se movió en cámara lenta. Con un simple paso al costado, esquivó el ataque con facilidad. Antes de que Haruto pudiera reaccionar, apoyó un puño sobre su espalda, obligándolo a detenerse.
—Jaque mate. —anunció con una sonrisa triunfal.
Haruto gruñó frustrado mientras Simo graznaba, como si también se burlara.
—Está bien, está bien. Tú ganas. Espero que tengas hambre. —murmuró, rascándose la cabeza mientras Yuna reía.
—Ahora entiendes lo que quiero decir. —dijo Yuna con satisfacción—. No iremos a ningún otro sitio hasta que mejores.
Haruto suspiró, pero asintió con resignación.
—Lo que digas, maestra.
Entonces, Yuna recordó algo.
—Hoy es el día. Thalindra debe tener nuestras armas listas.
Haruto estiró los brazos y sacudió la nieve de su abrigo.
—Entonces vayamos a su taller. Después podemos ir a desayunar.
—Claro. Pero no olvides que hoy tú pagas. —respondió Yuna con una sonrisa traviesa.
—Sí, sí. —respondió Haruto, agitando una mano mientras esbozaba una ligera sonrisa.
Ambos caminaron entre risas hacia la forja, mientras los primeros rayos del sol iluminaban las calles nevadas de Molgaroth.
En el taller, Thalindra, cubierta de polvo y nieve, dejó su botín de piedras en un barril. Había pasado la noche en las minas, como tantas veces antes, buscando la esquiva Umbranita, esa piedra que tenía menos de un 1% de probabilidad de ser hallada.
—Otra noche perdida. Luego veré si al menos encontré algo útil. —murmuró para sí misma, observando con una mezcla de frustración y esperanza los guanteletes incompletos en su mesa de trabajo.
El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. Tomó un trapo húmedo y se limpió rápidamente antes de girarse. Yuna y Haruto entraron, sacudiéndose la nieve de los abrigos.
—Buenos días. —saludó Yuna con su tono sereno.
—Buenos días. —respondió Thalindra con neutralidad, acercándose al mostrador—. Si vienen por sus armas, ya están listas.
Sin más, se dirigió a una vitrina junto a los guanteletes, donde las armas relucían con un brillo renovado.
—Debo decir que varios compradores preguntaron por ellas. Eso habla muy bien de su calidad. —añadió con un deje de orgullo.
Las runas verdes palpitaban suavemente en la espada y el arco. Yuna tomó su arma, sintiendo cómo la magia del viento fluía con más intensidad.
—También agregué una runa de Aeresita al arco. Les costará un Yue de oro más. Tengo muchas, así que no es gran cosa. —comentó Thalindra con los brazos cruzados.
Haruto observó el arco en sus manos, notando el detalle del grabado.
—No entiendo mucho de esto, pero desprenden un aura más intensa. —admitió con una sonrisa.
—No fue difícil insertar las runas. El verdadero reto habría sido forjarlas. Trabajar el Astrium es increíblemente complicado.
Haruto desvió la mirada hacia los guanteletes en la vitrina.
—Hace tiempo quería preguntar... ¿esos también son de Astrium? ¿Están en venta o son demasiado caros?
Thalindra apretó los labios y dejó escapar un suspiro.
—Esos guanteletes son mi mayor fracaso. Los tengo ahí para recordarme que no debo bajar mis estándares. Y sí, están hechos de Astrium.
Yuna la miró con curiosidad.
—A mí me parecen impresionantes. —dijo la elfa, mientras Haruto esbozaba una sonrisa ligera.
—¿Por qué los consideras un fracaso? —preguntó él—. Me recuerdan a unos de un videojuego.
Kizuna, que había permanecido en silencio hasta ahora, no tardó en soltar su entusiasmo.
—¡Es verdad, parecen los de Manototas! Con ese par podrías vencer a cualquiera en combate… si es que puedes levantarlos. Se ven pesadísimos, Kizu.
Thalindra levantó una ceja, sorprendida por su reacción.
—Quizá tengan razón, pero sin una Umbranita, no puedo terminarlos. Me falta la última runa para que sean perfectos. He pasado años buscándola. —confesó con resignación.
—Minando todas las noches, siguiendo cualquier pista, cualquier rumor… ya empiezo a pensar que es una piedra que no existe.
Kizuna, con una sonrisa traviesa, voló directo al bolso mágico de Haruto y se metió dentro, hurgando con curiosidad.
—¿Qué estás haciendo, Kizuna? —preguntó Haruto, alarmado.
Sin responder, la pequeña emergió con una gran piedra violeta que irradiaba un aura siniestra.
—¿Te refieres a esto, Kizu? —dijo, dejándola en sus manos.
Los ojos de Thalindra brillaron con asombro y emoción.
—¡Sí! Es eso… Por favor, les daré lo que quieran.
Haruto observó la piedra por un momento antes de depositarla sobre la mesa con tranquilidad.
—Había olvidado que tenía esa cosa. Puedes conservarla.
Thalindra lo miró, incrédula, apretando los puños.
—No puedo aceptarla así nada más.
Haruto sonrió levemente, cruzando los brazos.
—Para mí, es solo una piedra. Si es lo que has estado buscando, es tuya. Tómalo como un regalo.
Thalindra bajó la mirada hacia la piedra, abrumada. Aceptar un material tan valioso sin dar nada a cambio iba contra todo lo que había aprendido.
Kizuna flotó a su lado con su típica actitud burlona.
—¡No la rechaces, Kizu! Haruto puede ser despistado, pero sabe lo que hace. Además, seguro quiere que termines esos guanteletes de "loli".
Haruto lanzó una mirada asesina a Kizuna, claramente incómodo.
—Eso último no era necesario, Kizuna. —dijo Haruto, rascándose la nuca—. No arruines el ambiente.
Yuna intervino con un tono solemne.
—No aceptaremos un "no" como respuesta. Si esta piedra es lo que necesitas para completar tu obra, entonces deberías conservarla.
Thalindra levantó la mirada, oscilando entre los guanteletes y la Umbranita. Sabía que era una oportunidad única, pero aceptar un regalo de tal valor iba contra su código personal.
Respiró hondo.
—Está bien. Pero con una condición.
Todos la miraron expectantes.
—Déjenme unirme a su grupo.
El silencio fue inmediato.
Haruto frunció el ceño, confundido.
—¿De qué estás hablando?
Thalindra se cruzó de brazos con confianza.
—No me gusta deberle nada a nadie. Además, solo son dos y ninguno parece pelear en el frente.
Kizuna rió con burla, flotando a su alrededor.
—¿Y qué podría hacer una pequeña como tú, Kizu?
Thalindra apretó los dientes, ignorándola. Sin decir una palabra, se dirigió al muñeco de práctica de hierro al otro lado de la forja.
Con un solo golpe, la estructura crujió y se abolló visiblemente.
El eco del impacto resonó en la habitación.
Haruto y Yuna quedaron boquiabiertos. Kizuna, incapaz de procesar lo que acababa de presenciar, se escondió detrás de Haruto.
Thalindra los miró con orgullo.
—Mino las piedras con mis propios puños. Se que me subestiman por ser enana, pero no se equivoquen, soy mucho más fuerte de lo que creen.
Haruto y Yuna intercambiaron una mirada, aún asimilando la escena. Kizuna, asomándose tímidamente detrás de Haruto, murmuró en voz baja.
—Bueno... tal vez no sea "loli" tan frágil después de todo, Kizu.
Ignorándola, Thalindra continuó con seriedad.
—Pero… si voy a unirme a su grupo, tengo dos condiciones.
Yuna arqueó una ceja, intrigada.
—¿Condiciones? ¿Qué tienes en mente?
Thalindra sacó un cartel del gremio y un boceto gastado de un martillo imponente, colocándolos sobre la mesa.
—Primero, quiero que vayamos a una mazmorra de nivel 2 aquí en Molgaroth. Se llama "La Mina de Almas Perdidas".
Yuna inclinó la cabeza, analizando la misión.
—Eso suena interesante. Nos serviría para entrenar. ¿Pero qué esperas encontrar allí?
Thalindra señaló el boceto del martillo con determinación.
—Quiero derrotar al jefe final, "El Segador de Almas", y reclamar el martillo de doble mano "Gaia Imperium".
Haruto tomó los papeles, examinándolos con atención. Olivia, desde su sala de control, intervino en su mente.
—¡Atención, amo! Ese monstruo es de nivel 30, empuña una guadaña extremadamente peligrosa y está acompañado por espectros. Solo puede ser vencido con magia de luz.
Haruto frunció el ceño.
—Ya veo...
—¡Advertencia! Ni tú ni Yuna poseen habilidades de luz para enfrentarlo. No tengo datos suficientes sobre Thalindra.
Haruto dejó los papeles sobre la mesa con un suspiro. Thalindra, ajena a la conversación mental, continuó con su explicación.
—Me tomará tres días insertar la nueva runa en mis guanteletes. Cuando estén listos, podremos adentrarnos en la mazmorra.
Yuna asintió con interés, pero antes de que pudiera responder, Thalindra levantó un dedo, señalándolos con un gesto firme.
—Y aquí viene mi segunda condición.
—¿Cuál sería? —preguntó Yuna con cautela.
La enana los miró fijamente, con un brillo desafiante en los ojos.
—No sé qué pasó entre ustedes y esa elfa de luz, pero quiero que hagan las paces con ella. Se hacía la que no los conocía, pero claramente son amigos.
Haruto y Yuna intercambiaron miradas de sorpresa.
—¿Melodía? —murmuró Haruto.
—Exacto. —asintió Thalindra, inclinándose ligeramente hacia ellos—. Esa mazmorra está infestada de enemigos del tipo oscuridad. Si queremos conquistar esa mazmorra necesitaremos magia de luz. Además, no podemos permitirnos rencores internos si vamos a trabajar como equipo.
El peso de sus palabras dejó un silencio en la forja, roto solo por el crepitar del fuego.
Haruto y Yuna intercambiaron una mirada antes de que Haruto hablara reflejando duda.
—Ella se fue sola. No creo que quiera volver. —murmuró, cruzándose de brazos mientras bajaba la mirada, pensativo.
Thalindra se acercó a Yuna, su expresión firme.
—Solo pasé una tarde con ella, pero puedo decir que Melodía es alguien confiable. No parece el tipo de persona irracional.
Yuna apretó los labios, sintiendo el peso de las palabras de la enana.
—Si de verdad eres la líder de este grupo, sabrás cómo manejar esto. —añadió Thalindra, dejando en el aire una expectativa clara.
Yuna guardó silencio por un momento, sumida en sus pensamientos. Finalmente, dejó escapar un suspiro.
"Thalindra tiene razón. No he hecho nada por arreglar esto, a pesar de ser su amiga. Ni siquiera he ido a verla. Me falta mucho por aprender, no solo como líder, sino también como amiga."
Abrió los ojos con una determinación renovada.
—Lo haré. Iré a buscarla. —dijo con un tono firme, sin titubeos.
Haruto la miró sorprendido, pero luego asintió con una leve sonrisa.
—Entonces, supongo que es momento de arreglar las cosas.
Thalindra se cruzó de brazos y miró a Haruto con severidad.
—Más les vale. Y te lo digo a ti especialmente. Apostaría a que eres el punto de conflicto entre esas dos. Recuperarla no es opcional. Los elfos de luz son invaluables, especialmente contra enemigos de oscuridad.
Haruto levantó las manos en un gesto de rendición, rodando los ojos con un toque de humor.
—Sí, sí, ya escuché a la jefa.
Thalindra soltó un bufido antes de girarse hacia su puesto de trabajo.
—Los veré en tres días. Si no logran convencerla, lo haré yo misma.
Haruto y Yuna intercambiaron una mirada. Era hora de actuar.
—Será mejor empezar. Tres días no es mucho tiempo.
Haruto asintió, sintiendo la presión en el ambiente.
—Entendido. Vamos por nuestra elfa de luz.
—No. —Yuna lo detuvo con firmeza—. Tú irás al gremio y seguirás con las misiones como hasta ahora. Mantener el grupo unido es mi responsabilidad.
Haruto la observó por un instante, sorprendido por su determinación. Finalmente, solo asintió.
Yuna salió de la forja con paso decidido, el frío de Molgaroth apenas rozándola. "Ahora entiendo a mi padre: liderar requiere fuerza y decisión. Es momento de actuar."
Con esa convicción, se dirigió hacia la posada "Star Lúmina", dejando atrás las bulliciosas calles nevadas, enfocada únicamente en su objetivo.