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—¡Eduardo! —grité su nombre de repente y me sonrojé al darme cuenta de que mi voz salía mucho más fuerte de lo que anticipaba. Quizás era mi propia ansiedad o el abrumador silencio lo que hacía que mi voz sonara tan alta.
—¿Qué pasa? —preguntó Eduardo al enfrentarme.
—Eh... —vacilé. ¿Cómo digo esto sin que suene raro? Hace mucho tiempo que debería haberlo dicho. ¿Se sentirá mal porque había olvidado?
—¿...Natalia? —Eduardo pronunció mi nombre de forma interrogativa al ver que no continuaba.
Me levanté y tiré de Eduardo para que se pusiera de pie. No sabía exactamente por qué lo hice, pero sentí que lo que iba a decir tenía que ser oficial y, ¿ponerme de pie frente a frente hacía que pareciera más oficial?
—Yo... lo siento por no haberlo dicho antes... —empecé con una voz débil. ¿Por qué mi voz tiembla tanto?
Eduardo me miró en silencio mientras esperaba a que continuara. Puedo hacerlo. Necesito hacer esto correctamente.