Estimuló mi clítoris con sus dedos habilidosos, y de inmediato me mojé más. La mezcla de nuestros jugos de amor escurría lentamente por mis muslos. Esto es malo. Estoy perdiendo fuerza en mi cuerpo y mi mente se está volviendo más nebulosa. ¿Cómo se supone que lo aleje? Mi mano descansaba lánguidamente en sus antebrazos mientras él continuaba dando placer a la humedad entre mis piernas.
—Zero... sé que me deseas. Nunca podrás alejarme —dijo Eduardo con una sonrisa en los labios mientras besaba mi frente. No sabía cómo responder.
—Gira, pon tus manos en el árbol y encórvate. Hagámoslo de pie, te rasparás las rodillas si fueras a cuatro patas, ¿verdad? —instruyó Eduardo. ¿Se supone que debo estar feliz de que se preocupe por la piel de mis rodillas?
—Eduardo... —pronuncié su nombre. No sabía qué decir pero esto es tan embarazoso. Estamos en medio del bosque y está empezando a oscurecer ahora. Probablemente el sol esté poniéndose justo ahora.