—No grites. Soy yo, Princesa —susurró el hombre en mi oído con una voz jovial.
Mientras mis ojos se adaptaban lentamente a la oscuridad y yo recobraba el sentido, reconocí al dueño de esa voz y al rostro que ahora estaba tan cerca del mío.
—¡Eduardo! ¿Cómo había entrado a la mansión a esta hora? ¿Cómo había entrado a mi habitación?!
—No hagas ruido, ¿vale? Voy a soltar tu boca —dijo Eduardo con una risa suave—. Seguro que está disfrutando mucho mi reacción. —Asentí indicando que lo entendí y la presión de su mano en mi boca disminuyó lentamente mientras él retiraba su mano.
—¡Eduardo! ¿Cómo entraste a la mansión a esta hora? ¿Cómo entraste a mi habitación?! —grité silenciosamente la misma pregunta exacta que había exclamado en mi cabeza justo antes.
—¿Qué pasó con los guardias? Se supone que debe haber guardias durante todo el día y toda la noche alrededor de la mansión y frente a las puertas de la finca. ¿Cómo entró Eduardo?