Entonces se hizo evidente para el Rey Fayziel y el Príncipe Kayziel. Se miraron mientras la misma palabra aparecía en sus mentes.
—¡Hierro!
Era lo único que era mortal para un Elfo. Cuando están cerca, se debilitan. Más débiles que un humano viejo. Cuando les toca, les quema la carne y nunca pueden sanar de eso.
Ahora que estaba dentro de ellos, lo sabían. Todos iban a morir.
El Príncipe Berthiel, que era el más joven entre todos los elfos, era naturalmente más débil y tenía cero tolerancia al hierro, por lo que su cuerpo reaccionó más rápido.
Todos observaron horrorizados cómo se desplomaba por completo en el suelo, retorciéndose y gemiendo de dolor, sangrando de los ojos, la nariz, los oídos y la boca. No dejaba de sujetarse la garganta, tosiendo y ahogándose con su propia sangre. La escena era sangrienta y francamente aterradora.
El Rey Fayziel no podía ver a su hijo en tal agonía. —¡Bastardo malvado! —gritó con un gesto de su mano.