El gran salón estaba lleno de gente. Estaba decorado precioso con más de cien velas y cintas de diferentes colores. Estaba lleno del aroma de comida y vino y una maravillosa música lenta flotaba en el aire, creando un ambiente sereno y alegre.
Ron nunca había visto algo tan mágico. Las luces de las velas hacían que las paredes de un azul hielo brillaran, aumentando la belleza del salón. Las gruesas cortinas parecían haber sido hiladas de oro. Esto le emocionó mucho.
Estaba sentado en la mesa principal junto a Ludiciel, Mariel, Tariel y Sariel, quienes lucían radiantes. La Reina madre, la Princesa Rosa y el Rey aún no habían llegado. Eran los únicos que faltaban. Tan pronto como llegaran, comenzaría el banquete.
El Príncipe no podía esperar. Estaba prácticamente vibrando en su asiento mientras sus ojos recorrían la larga mesa llena de distintos tipos de comida.
—Príncipe Ron, cálmate. La comida no se va a escapar —dijo Leo, que estaba de pie detrás de él, poniendo una mano en su hombro.
Ron se asustó y apartó su mano de un golpe. —¡No toques mis ropas! Las ensuciarás antes de la llegada del Rey —lo regañó.
Había pasado por tanto para lucir lo mejor posible esa noche. Si alguien arruinara su apariencia antes de que llegara el Rey, habría consecuencias.
Princesa Mariel soltó una risita. —Te ves muy guapo Ron. Nuestro estilo del Norte parece como si estuviera hecho justo para ti.
Sus mejillas se tornaron rosadas. —Ah, gracias princesa. Tú también te ves deslumbrante esta noche.
Ahora, tenía más confianza en que al Rey le agradaría más.
Príncipe Ludiciel los observó a ambos pero permaneció en silencio.
Y el Príncipe Ron sí que lucía extraordinariamente atractivo. Sus rasgos resaltaban más en la mesa principal, que tenía a todos los ciudadanos presentes de Netheridge mirándolo de vez en cuando.
La Reina madre tenía absolutamente razón. El Rojo era definitivamente el color de Ron. Llevaba puesto un manto rojo claro, decorado con patrones dorados en los bordes y un cinturón negro que reposaba alrededor de su delgada cintura. Complementaba sus rizos en tonos de cobre y hacía resaltar sus ojos de color esmeralda.
Las luces de las velas también parecían hacer que su piel cremosa brillara.
Como si eso no fuera suficiente para que las damas presentes sacaran sus abanicos para bajar la temperatura de sus cuerpos, una sonrisa lánguida adornaba su rostro, extendiendo esos pequeños labios rojos y rellenos. ¡El príncipe humano era digno de suspiros!
Su belleza hacía que los hombres ya casados lo envidiaran, mientras que los solteros desearan que no fuera príncipe. Habrían intentado cortejarlo.
Todos envidiaban a quién sería la pareja del Príncipe. A pesar de ello, intentarían conseguir uno o dos bailes con él.
Princesa Mariel no estaba excluida. Este Príncipe de Ashenmore ni siquiera se daba cuenta del alcance de su propia belleza. Para empeorar las cosas, era tan amable y adorable.
La princesa no podía evitar que su corazón cayera. Lo único que la detenía de expresar sus sentimientos era su propio hermano mayor. Si Zedekiel se enterara de que ella se había enamorado del humano, definitivamente lo mataría.
—¿Dónde diablos están? —gruñó Ludiciel—. Van a retrasar la muestra de talentos.
—¿Vas a participar? —preguntó Ron a Ludiciel, quien negó con la cabeza.
—No. Solo estoy ansioso por ver todos los talentos. Esta noche será divertida. Puedo sentirlo.
—Voy a tocar el arpa —intervino Princesa Mariel.
—¡Vamos a hacer malabares! —dijeron Sariel y Tariel, lo que hizo reír a Ron.
Su risa melodiosa resonó en el salón, haciendo que los ciudadanos suspiraran. ¿Cómo puede un humano ser tan encantador?
—¿Aún vas a cantar, Príncipe Ron? —preguntó Ludiciel.
—Nah —contestó el Príncipe con un gesto de su mano—. He decidido no hacer nada. Mirar es suficiente para mí.
Sonrió para sus adentros. Claro que todavía participaría. Solo que lo suyo sería un poco diferente.
Las pesadas puertas de roble del gran salón chirriaron al abrirse y un hombrecillo anunció:
—¡Presentando a Su Majestad el Rey y a la Reina Madre! Se fue hacia un lado y se inclinó. —¡Larga vida al Rey! ¡Larga vida a la Reina Madre!
Todos, incluyendo aquellos en la mesa principal se pusieron de pie e hicieron una reverencia profunda. Todos repitieron:
—¡Larga vida al Rey! ¡Larga vida a la Reina Madre!
De entre todos en el salón, solo Ron levantó ligeramente la cabeza para ver al Rey y quedó sin aliento.
Zedekiel lucía regio en sus túnicas negras y doradas. Los hilos dorados estaban entrelazados en el negro, creando un patrón de dragones. Su piel lisa, blanca como la nieve, contrastaba hermosamente con el negro, dándole una presencia de otro mundo. Su cabello plateado y ondulado estaba suelto, rozando suavemente su hombro. La fría corona plateada en su cabeza con un rubí rojo en el medio lo hacían parecer el gran Rey que es. Esos ojos violeta miraban directamente a Ron, como si estuvieran escudriñando justo en su alma.
El cuerpo de Ron tembló violentamente, pero no bajó la cabeza. Ni un poco. No era como si no tuviera miedo, no. De hecho, sus rodillas temblaban por la intensidad de la mirada de Zedekiel. Es solo que, no quería apartar la mirada. Quería grabar cada pulgada del Rey en su memoria.
La Reina madre iba vestida con ropas flotantes de color rosa pálido. El color complementaba su piel y resaltaba sus ojos grises. Su cabello estaba recogido en un moño bajo entrelazado con pequeñas flores blancas. Todavía era una belleza.
La ahora perceptiva Reina Madre vio este intercambio entre el Rey y el Príncipe y no pudo evitar sonreír. Parece que los cielos estaban de acuerdo con ella. Sin duda había algo entre esos dos. Tendría que hacer algo al respecto.
Cuando la Reina Madre y Zedekiel llegaron a la mesa principal, Ron se puso recto y fue a ayudarla con su asiento.
—Madre, te ves espléndida —dijo, dándole esa radiante sonrisa suya. Su voz era suave y dulce, tirando de las cuerdas del corazón de las mujeres que ya se habían enamorado de él.
Gritaron en sus corazones, envidiando a la Reina Madre.
—Gracias, querido Ron. Te ves tan apuesto. El rojo es definitivamente tu color —dijo ella, dejando un beso en su mejilla ante lo cual el chico se sonrojó.
—Todo se lo debo a ti, madre.
El Rey y sus hermanos observaron este intercambio con la boca abierta. ¡Su madre no era así de afectuosa con ellos! ¿Por qué con este príncipe humano?