Sus emociones eran sinceras, pues también revisé sus ojos. No podía respirar, la pesadez del remordimiento de lo que había hecho pesaba como una carga sobre mis hombros, la desesperación de mis lobos a quienes abandoné por razones egoístas vino a sofocarme.
—Gracias a la diosa que estás a salvo, Luna. Pensamos que te habíamos perdido —una de las hembras lloriqueó mientras envolvía sus extremidades alrededor de mi cintura y se acurrucaba en mi cuello buscando consuelo. Me quedé allí inmóvil como una estatua rodeada de su calor. No sabía qué decir, tampoco podía mirarles a los ojos. Mi responsabilidad como su Luna debería haberme hecho pensar dos veces antes de dejar mi manada, pero dejé que mis emociones manipularan mi mente y las consecuencias de ello estarán para siempre impresas en mi esencia y era mi carga que soportar.