—Entrenar con Fobos es pecaminosamente... arduo —comenta con un suspiro. Me ha estado enseñando todas las formas de matar a otro con un cuchillo durante las últimas semanas y, aunque a menudo me divierto durante cada sesión, nunca deja de ponernos a prueba.
El primer día de mi entrenamiento, apenas duramos unos minutos, porque después de esos minutos pasé a tener mis pechos al descubierto presionados contra la suave madera de nuestra mesa de comedor con su palma callosa apretando mi cuello, mi vestido subido hasta la cintura mientras Fobos devoraba mi carne desde detrás de las paredes de nuestra cocina, imprimiendo mis gemidos de placer lujuriosos y sus gruñidos malvados y roncos. El segundo día de mi entrenamiento, tuve mi espalda empujada contra la puerta de su habitación con mis piernas firmemente enlazadas a su cintura y él una vez más se deleitaba con mi cuerpo.