—¿M-Moira? No creo que a él le gustaría esto —tartamudeo observándome en el espejo con los ojos muy abiertos, porque la tela de encaje que se adhiere a mi carne es demasiado... transparente. Se puede ver todo, desde mis pechos abundantes, mi estómago al descubierto, hasta la diminuta tanga negra que apenas cubre mi monte.
—Te ves encantadora, Luna. Tu macho preferiría verte con el atuendo de nuestras tierras —dice ella, dándome vueltas para mirarla mientras hunde su dedo índice en una taza de bronce que contiene un polvo negro y ceniciento, solo para esparcirlo sobre mis párpados y debajo de mis orbes—. Esto resaltará tus impresionantes ojos.
—Me siento desnuda. ¿Por qué las hembras deben llevar esto? —pregunto incómoda, tirando de los hilos sueltos de mi vestido—. No estaré exhibiendo mi cuerpo solo a mi macho, sino a toda la manada.