—Cuando caímos, tu cuñada vino a buscarnos por casualidad. Saltó del acantilado y mató al oso que aún se resistía. De lo contrario, podríamos haber perecido todos en ese acantilado. Por lo tanto, el dinero que obtuvimos de vender al oso debería dividirse en cinco partes iguales —explicó Jiang Yexun con calma y detalle.
—Aunque esos tres hombres se habían desmayado cuando cayeron por el acantilado, en efecto escucharon los gritos de Su Xiaoxiao.
—Nuestra cuñada deberá tener su parte. Si no fuera por ella, no estaríamos hablando solo de dinero; podríamos haber perdido nuestras vidas —acordó entusiásticamente Zhang Tiewa.
Los otros dos hombres tampoco objetaron.
—Excluyendo tus gastos médicos, cada uno de ustedes recibirá 500 yuan adicionales. Eso deja 6,450 yuan, lo que significa que cada uno obtendrá 1,290 yuan —dijo Jiang Yexun indiferente.
Al oír esto, los ojos de los tres hombres se iluminaron inmediatamente de emoción.
—¡Gracias, Hermano Jiang!