—¡Alto... Alto! —gritó Hoffman.
Y corrió detrás del auto.
Pero el auto avanzó. No se detuvo en absoluto.
De repente...
Se oyó un ruido fuerte.
Hoffman cayó al suelo y su rostro estaba cubierto de sangre.
El dolor hizo que las lágrimas fluyeran continuamente. Entre sus lágrimas, vio que el auto se retiraba.
El cristal de la ventana se bajó.
—¿Quieres decirlo? —preguntó Yvette, sin expresión.
El rostro de Hoffman estaba cubierto de sangre y lágrimas. Estaba en un estado lamentable. Sentía que no podría obtener ningún beneficio de su pequeña sobrina.
—¿Cuánto quieres dar? —preguntó Hoffman.
Yvette lo imitó y levantó las manos.
La boca de Hoffman se contrajo.
Sabía que solo a Yvette le interesaba este secreto. Otros no se preocuparían por ello.
Cerró los ojos y dijo:
—Bien. 800 mil dólares está bien. Dame 800 mil dólares y te contaré todo. Prometo que no hay mentiras.
Pensó que su concesión de 8 millones de dólares a 800 mil dólares haría que Yvette lo aceptara.