—¿Qué recuerdas? —preguntó Xander mientras me pasaba un vaso de agua.
—Todo —me estremecí, tragando contra el dolor que parecía irradiar en cada centímetro de mi cuerpo. Había estado inconsciente durante tres días, según Xander. Parecía que no había dormido en todo ese tiempo.
Me contó todo lo que había pasado después de que perdí la conciencia. Escuché tan atentamente como pude, aunque estuve al borde del sueño una vez más. Sentía que mi cuerpo se peleaba consigo mismo, cada célula y fibra en guerra con algún enemigo desconocido. Me dolía la garganta y me lagrimeaban los ojos. Sentía como si tuviera un resfriado o gripe, sinceramente. No me sentía necesariamente como si mi estómago acabara de ser desgarrado por una bestia furiosa y rabiosa que Xander me dijo, sin rodeos, había sido Jen.
—Pensé que ibas a morir —dijo después de una larga pausa en su relato de los últimos tres o cuatro días. Su voz era severa, casi como si estuviera decepcionado de mí.
—Lo siento–