Me giré, mis ojos casi llenos de lágrimas.
—Él salió del templo en plena forma. Georgia estaba detrás de él, mi hijo atado a su pecho.
—¡Te debo mi vida, Rosalía! —suspiró.
Estaba a punto de decir algo, pero luego mi mirada se encontró con sus hermosos ojos azules. Estaban llenos de ternura y… emociones que no comprendía. Era como si yo fuera la única en su mundo entero. Perdí el habla.
Sin embargo, no había tiempo para charlas. Simplemente me recordó:
—¡Estoy listo!
Asentí y me volví nuevamente para enfrentarme a la multitud. Elevando mi voz, anuncié:
—¡Todos! ¡Es hora de que nos pongamos en marcha! Síganme y mantengan su formación. Les doy mi palabra de que llegaremos al palacio a salvo.
Me volví hacia Ethan, quien asintió con confianza. Una ola de alivio me cubrió. Era como si mientras él estuviera cerca, no hubiera nada de qué preocuparse.
—Vamos por allá —dijo Ethan, señalando hacia el noreste—. Tal vez podamos rodear al enemigo y volver al palacio.