Una vez dentro, Theo me llevó hacia un escritorio ubicado en el gran vestíbulo. A un lado del escritorio había unos ascensores. Podía ver mi propio reflejo en las puertas de acero inoxidable. Miré alrededor sintiéndome muy fuera de lugar. Theo estaba hablando con la recepcionista. El lugar era de hecho como un hotel con su decoración roja y dorada y gruesas alfombras negras. Al darse la vuelta, Theo agradeció a la mujer, quien me miraba con la sonrisa más falsa pegada en su rostro. —Ven, los mudanceros dejaron todo en el apartamento. Lo seguí. Me sentí aliviado de estar en la planta baja, porque siempre pensé que los edificios de apartamentos eran una trampa de fuego.