Mirando la hora, ya casi era tiempo de terminar. Estaba agotada y por una vez realmente emocionada de ir a casa, a mi prisión. Necesitaba dormir. Estaba mental y físicamente exhausta, y mi cerebro se sentía como papilla de tanto mirar pantallas todo el día. Cuando ya casi era hora de irme, apagué todo y decidí bajar al vestíbulo a ver si encontraba a Tom.
Agarré mi bolsa y me dirigí al ascensor. Una vez en la planta del vestíbulo, caminé hacia el mostrador del frente. Merida, la señora que nos trajo la cena la noche que nos quedamos hasta tarde, estaba en el mostrador hablando por teléfono y discutiendo con alguien que quería organizar una reunión. Después de unos minutos de espera, se molestó y colgó bruscamente el teléfono. Pasó sus dedos por su cabello rubio y soltó un suspiro.
—Hola, Imogen —dijo. Su voz sonaba cansada.
—¿Qué pasó con la otra señora que trabajaba aquí? Pensé que trabajabas en la planta de tecnología.