—Te gusta —dijo Seb, recostado contra la pared del pasillo.
Nadia, que había estado mirando hacia el cielo brillante a través de la ventana, se giró, sus ojos la delataban por lo abiertos que se pusieron.
—No es cierto.
—¿Siquiera sabes de quién estoy hablando?
Parpadeó, sacudiendo la cabeza.
—No es cierto.
—Eres una mentirosa terrible.
—No lo soy —frunció el ceño, ofendida.
—Entonces eres una mentirosa, pero una buena.
—No lo soy —se quejó.
—Eres la mejor mentirosa que existe —le dio unas palmaditas en el hombro en falso ánimo—. La mejor que jamás habrá.
—Basta —se quitó la mano de encima—. No soy una mentirosa y no me gusta él.