Danika sintió que alguien la observaba. Así fue como despertó.
Se movió y al abrir los ojos vio al rey de pie a unos pocos metros de distancia. Estaba apoyado en la pared y sus ojos estaban puestos en ella.
A primera vista, parecía sumido en sus pensamientos. Se veía tan preocupado que ella se preguntó qué podría estar pasando.
—¿Cuál es el mensaje que trajo el mensajero?
Segundos después, la expresión preocupada desapareció de su rostro cuando la vio despertar, para ser reemplazada por su habitual rostro inexpresivo.
—Mi Rey... —susurró ella. Luego, se mordió los labios.
—¿Es hora de que ella lo llame Maestro?
Echó un vistazo hacia él, pero afortunadamente, él no la recriminó ni la reprendió.
—¿Pudiste escribir dos pergaminos? —preguntó él, aún apoyado en la pared.
—Escribí cuatro. —susurró ella.
—Lo hiciste bien.
Ella se regocijó bajo el elogio. Luego, descendió el silencio y sintió cómo la nerviosidad la envolvía.