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Ella quería colocar su mano sobre él... para asegurarse de que su temperatura estuviera bien...
Se mordió los labios y decidió no tentar al diablo poniendo su mano sobre el rey sin permiso.
—¿Qué sucede? —preguntó él a regañadientes.
—¿Puedo verificar tu temperatura? Tengo que asegurarme... —Su voz se fue apagando.
Su ceja se levantó. —Puedes. —La sorprendió al decirlo.
Se inclinó hacia adelante y colocó su palma en su frente. Una sensación de alivio la invadió, la fiebre había cedido.
Usó el dorso de su mano por su cuello y pecho, sus cejas fruncidas en concentración. El Rey Lucien solo podía sentir su suave toque desde la frente hasta el cuello... su pecho.
¿Cómo es posible que el único toque que debería repelerlo, sea el único que puede sentir sin asco ni incomodidad?
—Tu fiebre ha cedido, maestro —susurró ella con algo parecido al alivio en su voz.
—Me desnudaste —sus ojos la taladraban con la mirada.