Fue entonces cuando se alejó de su posición. Dirigiéndose hacia la mesa de noche, volvió a subirse detrás de ella. Los volantes de la ropa la hicieron mirar hacia atrás.
Estaba doblando su prenda de noche para descubrir sus brazos. Los dobló hasta sus hombros antes de alcanzar la toalla y sumergirla en el agua fría.
—Tu cabello, Danika. —dijo, rompiendo el silencio.
Alcanzando el desorden salvaje que era su cabello, los empujó todos hacia su hombro derecho, haciendo que la masa cubriera completamente su pecho derecho y cayera hacia su vientre.
Al primer contacto del agua fría, ella jadeó sorprendida por la sensación de frío inesperado. Pero unos segundos después, disfrutaba de la ministración porque desviaba su mente de los dolores que esos puntos habían producido antes.
Para cuando terminó de aplicar el agua fría, también llegó el agua caliente. Repitió el mismo proceso. De hecho, los dolores comenzaron a disminuir lentamente.