Su cuerpo se estrelló contra ella una, dos veces. Pasó de apenas humano a animal. Se dejó llevar por completo.
Sus caderas se retiraron antes de chocar con las de ella con una ferocidad que resonó en su corazón. Todo en él se convirtió en codicia posesiva.
Su rostro se cerró. Labios apretados. Sudor perlado.
—Danika —gruñó él, embistiéndola. Repitió su nombre como si fuera un salvavidas y se aferrara a él. Como si necesitara el recordatorio de que es ella para aferrarse a la cordura.
Cada embestida de su falo reclamaba propiedad y ella cerró los ojos dejándolo llevarla lejos.
No existía nada más que él dentro de ella y su ardiente calor rodeándola. Ella apretó más sus piernas, atrayéndolo dolorosamente hacia lo profundo. Él golpeó su cuello uterino y ella lanzó un grito.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. El dolor está fuera de este mundo.