Despertando aquella mañana estaba, sin ganas de inciar un día más, me retorcía y quejaba al no querer levantarme de la cama. Lentamente abría los ojos que rápidamente se dirigieron al reloj de la pared.
—Dios mío, ya es demasiado tarde.
Me levanté de la cama de un salto, aunque ya no tenga ganas de seguir con mi vida tengo que cumplir con mi estudio, no quiero tener más problemas de los que ya tengo.
Después de prepararme, partí hacia la preparatoria.
Llegué y entré al salón, miré que todos en el lugar estaban murmurando sobre algo que yo no llegaba a entender. Con bastante confusión me acerqué a mi único y mejor amigo y le pregunté:
—Oye Álex, ¿Tú sabes de lo que están hablando todos?
—¿No te enteraste? El antiguo maestro de matemáticas renunció a su puesto, así que va a venir alguien para suplantarlo.
—¿En serio? Qué nervios, espero que no sea uno de esos profesores gruñones o que dejen mucha tarea.
Yo y Álex charlabamos y bromeabamos, opinabamos sobre cómo creíamos que iba a ser el nuevo profesor, estábamos completamente seguros que iba a ser uno de esos profesores insoportables, como cualquiera que nos asignaban.
Sonó el timbre, todos dejaban de hablar y se sentaban en sus respectivos lugares.
En ese momento todos miramos cómo venían acercándose el director escolar junto al nuevo maestro. Cuando entraron, mi vista se centró automáticamente en él, el nuevo maestro, un hombre de posibles treinta y dos a treinta y cinco años pero su rostro reflejaba una menor edad.
Una sonrisa inigualable de blancos dientes como perlas y circundada por una barba ligera color castaño perfectamente arreglada.
Sus ojos color avellana mostraban un brillo sútil haciéndolo lucir como todo un galán.
En mi interior sentía como algo que no sé cómo explicarlo me recorría de pies a cabeza.
Narra Emilio:
Desde hace ya algunos meses no podía encontrar un empleo, hasta que encontré éste de profesor de matemáticas, en realidad no estoy tan satisfecho con el empleo pero tuve que aceptarlo por la falta de dinero.
Llegó el día, el director me iba a presentar con todos los alumnos, entramos al el aula y ví a ese chico que estaba sentado hasta el frente, un chico de aparentemente dieciséis años, piel tan blanca como la nieve pero cabello castaño oscuro que hacía contraste a su piel clara.
Noto que me mira bastante, no le doy importancia y solo le dediqué un sonrisa.
Narra Irving:
Solo me le quedaba viendo, hasta que noté que se dió cuenta y me sonrió, yo no supe qué hacer, me puse muy nervioso y solo lo que se me ocurrió hacer fue agachar mi mirada para que no notara que me sonrojé.
El director empezó a decir:
—Bueno jóvenes, quiero presentarles a su nuevo profesor de matemáticas, el profesor Emilio.
Continúa diciendo:
—¡Ahh! Mire usted aquí profesor a uno de nuestros alumnos más ejemplares, Irving Velázquez.
Yo al escuchar lo que dijo el director y ver como se acercaban hacia mí, me puse de pie rápidamente, el nuevo maestro extiende el brazo hacia mí diciendo:
—Mucho gusto en conocerte —dijo volviendo a hacer esa sonrisa de blancos dientes como perlas.
Yo igual extiendo mi brazo tembloroso por nervios para tomar su mano y apretarla suavemente.
—Igualmente —dije con voz entrecortada.
El director continúa diciendo:
—Bueno maestro, lo dejo para que pueda comenzar con su clase, sí hay algún problema no dude en avisarme.
—Sí, gracias señor director —dijo el nuevo maestro.
Y se fue el director.
—Bueno alumnos, empecemos con la clase.
La clase comenzaba pero yo no podía concentrarme en mis deberes, en mi mente solo estaba ese momento en el que me sonrió, sigo sin saber qué fue eso que sentí pero debo admitir que me gustó esa sensación pero estoy confundido.
El tiempo seguía hasta que llegó la hora del receso, como siempre yo y mi amigo Álex nos sentábamos juntos para desayunar, desde que tengo memoria él y yo siempre hemos estado juntos, desde que nos conocimos en la guardería cuando teníamos seis años nos prometimos que nunca nos íbamos a separar, ya van ocho años desde esa promesa y no la hemos quebrantado y espero que eso jamás pase.
Desayunábamos y hablábamos de diferentes cosas hasta que él sacó el tema.
—Oye, ¿por qué te le quedaste mirando así al nuevo maestro?
—¿Qué? No, por nada ¿Por qué lo dices? —le respondí muy nervioso y sorprendido por su pregunta.
—Pues por tu forma de verlo, hasta tu rostro se puso muy rojo.
Álex es la única persona que sabe de mi homosexualidad, entonces me dijo:
—Te gustó él, ¿cierto?
—No, claro que no, qué cosas dices —respondí con una risa nerviosa.
—Sí, sí te gusta, cuando te gusta alguien te comportas así, muy nervioso y sin saber qué decir.
—No es cierto —respondí con un leve sonrojo en mis mejillas.
Narra Emilio:
Seguía dando mis clases, pero con dificultad pues en mi mente no deja de aparecer la imagen de él, de Irving, no sé que es pero parece que tiene algo especial que hizo que sienta como una caricia en el alma, una sensación que desde hace mucho tiempo no sentía.
Narra Irving:
Pasaban las horas hasta que llegó la hora de la salida, salí y fuí rumbo a mi casa, llegué, subí a mi recámara y me recosté en mi cama, miraba a el techo, en mi mente estaba pasando todo lo que viví en el día y solo atiné a decir:
—¿Qué acaba de pasar hoy?
Tomé mi diario y empecé a escribir:
Quiero escribir que
hoy conocí al nuevo maestro
de matemáticas, al verlo sentí como una corriente eléctrica por todo mi cuerpo, no sé por qué sentí eso y creo que me siento un poco culpable por haber sentido eso.