El mercado de Eldoria palpitaba con una vitalidad inagotable, un torbellino de voces, colores y movimiento que parecía desafiar la quietud del tiempo. Aquí, el oro y las mercancías cambiaban de dueño en una danza constante, pero lo más valioso eran los secretos y las promesas veladas que cruzaban de un susurro a otro. Este bullicioso crisol de razas encarnaba el mundo de Livlis en toda su complejidad: un mosaico de alianzas frágiles, tensiones contenidas y una paz que pendía de un hilo, sostenida solo por las reglas tácitas del intercambio y la negociación.En un rincón apartado del mercado, una figura enigmática se movía con sigilo entre las sombras, sus pasos apenas perturbando el bullicio que lo rodeaba. Un fauno de piel verde musgo, con cuernos que se extendían como ramas retorcidas y ojos que destellaban una sabiduría tan antigua como las montañas, estudiaba con atención un carrito cargado de hierbas curativas. Su cola, nerviosa e inquieta, se agitaba ligeramente mientras susurraba palabras crípticas a su compañero, un naga de escamas doradas que se enroscaba con la destreza de una serpiente sobre un pilar cercano, observando cada detalle con ojos centelleantes— Las hierbas de la sombra oscura son más potentes este año. Aunque los centauros no las aprueban... dicen que alteran el equilibrio de la naturaleza.— susurró el fauno, su mirada fija en los frascos brillantes de la vendedora, una Faeni de cabello oscuro y piel marcada con tatuajes tribales.El naga, con sus ojos serpenteantes, asintió, sus dedos largos deslizándose sobre una bolsa de venenos que llevaba atada a su cintura.— No es el equilibrio lo que me preocupa. Es que los elfos también buscan estos ingredientes. Si los Luminis se enteran de que estamos interesados, nos condenarán. —dijo con voz grave.En otro lado, un orco de piel grisácea y cicatrices que se enroscaban sobre su cuerpo como símbolos de guerra caminaba entre la multitud, su enorme espada resonando en cada paso. Se detuvo frente a un puesto de armaduras, donde un enano de barba plateada le ofrecía una pieza forjada con el acero más resistente.— ¿La mejor calidad que tienes, viejo enano?— gruñó el orco, su voz profunda como un trueno, escudriñando las piezas con desconfianza.El enano sonrió con orgullo y ajustó las gafas de protección sobre su nariz, mientras levantaba una armadura de aspecto imponente.— No sé si la mejor, pero sin duda la más resistente.— dijo, su voz grave como un eco. —Y si decides llevarla, te haré un buen precio... siempre y cuando no rompas nada durante una pelea.El orco soltó una risa gutural que hizo que el aire vibrara.— Tranquilo, viejo. No es mi estilo destruir todo... pero apúrate.Mientras tanto, una elfa del bosque observaba en silencio a un grupo de centauros que discutían sobre el precio de unos caballos de guerra. Con la piel pálida por la luz que filtraba entre las hojas, se mantenía oculta, sabiendo que no era el momento adecuado para acercarse. Sin embargo, la tentación de obtener uno de esos caballos, resistentes y veloces, la dominaba.— Si quieres que tus caballos sobrevivan a las batallas, debes tratarlos con respeto.— dijo uno de los centauros, su voz grave y resonante, mientras acariciaba la melena de uno de los animales con la suavidad de quien conoce su poder.El Faeni que negociaba con ellos asintió, su rostro mostrando una mezcla de respeto y temor. La elfa observó, luchando con su impulso de intervenir. Sabía que los caballos de guerra podían marcar la diferencia en cualquier conflicto, pero también entendía que aquel no era su momento.A lo lejos, una Lamia se acercó a un mercader goblin, cuyo puesto estaba repleto de artefactos de todo tipo: frascos llenos de polvos extraños, amuletos resplandecientes y objetos que solo podrían haber sido creados en los rincones más oscuros del mundo. La Lamia, con escamas brillantes que reflejaban la luz del sol como cuchillas afiladas, deslizó su cola hacia una pequeña botella que contenía un líquido de un turquesa profundo.— Ese es el elixir que pedí. — murmuró la Lamia, su voz grave y serpenteante, mientras sus ojos, fríos y calculadores, se clavaban en el goblin.El goblin, que apenas llegaba a la mitad de su estatura, se encogió ante su mirada, pero no perdió el ritmo.— Sí, sí, está bien... pero no olvides, el precio ha subido.— respondió el goblin, su voz chillona como un grillo. —Los rumores dicen que los Daemonium lo buscan también. ¿Quién sabe qué querrán hacer con él?La Lamia hizo una pausa, su mirada fija en el pequeño frasco. La tensión se podía cortar en el aire. No hizo movimiento alguno, solo observó. Sabía que en Eldoria, cada acción tenía sus consecuencias, y ella no pensaba dar un paso en falso.Mientras tanto, un grupo de Luminis se deslizaba entre la multitud, su resplandor apenas perceptible bajo la débil luz del atardecer. Uno de ellos, un hombre de cabello plateado, observaba con desconfianza a un grupo de drows que murmuraban entre sí cerca de un puesto de armas. La relación entre ellos era siempre tensa, pero en ese instante, la necesidad de mantener la paz en Eldoria era más urgente que cualquier desconfianza oculta.— ¿Crees que vendrán más? Los rumores dicen que los Daemonium están enviando refuerzos.— La voz del Luminis resonaba bajo, cargada de inquietud.Su compañero asintió, pero no respondió. Sabía que los rumores se esparcían más rápido que la luz misma. Aunque la tregua entre las razas era frágil, nadie deseaba una confrontación abierta. Todos, sin excepción, tenían algo que perder.Mas allá, un centauro de piel marrón y cabello rizado cruzó el umbral de una tienda de antigüedades regentada por un elfo oscuro. El centauro no pronunció palabra alguna mientras sus ojos recorrían los artefactos expuestos, pero su mirada traicionaba una mezcla de fascinación y precaución. El elfo oscuro, con su rostro impasible, observaba en silencio, esperando cualquier gesto que indicara interés o intención.— No todos los artefactos en mi tienda son lo que parecen.— advirtió el elfo, su voz cargada de misterio. Había algo en su tono que sugería que había más en juego de lo que parecía. —Pero a ti, fauno, te interesa lo que está oculto.El fauno, sin pronunciar palabra alguna, extendió su dedo hacia un pequeño amuleto que destellaba débilmente en la penumbra. Sabía que lo que se jugaba no era solo comercio, sino poder. En un lugar tan cargado de historia, rumores y tensión como este mercado, todo tenía un precio.El aire en Eldoria, como si respirara por sí mismo, se volvía más denso al caer la tarde. Las sombras alargadas de las estructuras se unían con la creciente sensación de incomodidad que flotaba en el mercado. En algún otro lugar de ese mismo mercado, más Luminis avanzaban con paso firme, sus túnicas blancas y plateadas brillando en contraste con la luz moribunda del sol. Cada uno de sus movimientos parecía estar calculado, dominando el espacio con una arrogancia sutil. El sonido de sus pasos, claros y decididos, se mezclaba con el bullicio a su alrededor, como si todo el mercado se apartara al paso de aquellos que se consideraban, en su mayoría, los guardianes de la paz en Livlis.Por su lado, unos cuantos Daemonium, envueltos en sus capas oscuras y con miradas sombrías, discutían en voz baja cerca de un puesto. Sus palabras resonaban en la plaza, un contraste marcado con la serenidad de los Luminis. La presencia de los primeros no pasó desapercibida para los segundos, y el ambiente se cargó aún más con una tensión palpable, como si los murmullos de los Daemonium se alzaran en respuesta al eco de los pasos de los Luminis.Uno de los Luminis, un hombre alto con el cabello dorado como el sol en su apogeo, detuvo su marcha al notar a los Daemonium. La mirada que lanzó a su alrededor era tan fría como la luz de la luna llena, y su rostro reflejaba una mezcla de desdén y cautela. Los ojos de aquel hombre, habitualmente llenos de una arrogante serenidad, ahora brillaban con una llama amarga. Sabía que, aunque la tregua aún existiera, las viejas rivalidades seguían vivas en las sombras. La tensión era una presencia más, invisible pero poderosa, que no podría ignorar por mucho que quisiera.Un suspiro profundo escapó de sus labios, y sin perder de vista a los Daemonium, comenzó a caminar hacia ellos con pasos lentos y medidos. No lo hacía por prudencia, sino por necesidad: en el aire de Eldoria se cernía la expectativa de un enfrentamiento verbal, como si cada palabra pudiera ser una chispa capaz de incendiar el frágil equilibrio que mantenían las razas. La plaza parecía silenciarse a su alrededor, cada mirada se centraba en la figura imponente del Luminis, que avanzaba hacia el grupo oscuro con una determinación palpable.— Miren, si no es la plaga de los Daemierda...— El Luminis soltó las palabras con una sonrisa de desdén, cruzando los brazos sobre su pecho y mirando al joven guerrero con una mezcla de burla y desconfianza. Sus ojos, llenos de arrogancia, se clavaron en el Daemonium con tal intensidad que parecía un cazador observando a su presa. — Pensé que ya habíamos acordado que los basureros de tu raza se quedaran en su rincón, lejos de la civilización.El Daemonium, un guerrero de piel pálida, con cuernos retorcidos que emergían de su frente como espinas, giró hacia el Luminis con una rapidez que habría dejado a cualquiera impresionado. La ira brillaba en sus ojos, pero su expresión no era de un animal salvaje. Había algo más peligroso en él, como un depredador que había aprendido a contener su rabia hasta que el momento fuera el adecuado.—¿Plaga? ¿Te atreves a llamarnos eso aquí? En esta maldita ciudad neutral, donde las reglas valen más que tus putos prejuicios?— La voz del Daemonium, aunque baja, estaba impregnada con veneno, como si cada palabra fuera un disparo preparado para estallar. —Esos estúpidos discursos de tu raza no son bienvenidos. No somos tu maldita basura.El otro no retrocedió ni un paso, su presencia magnética resplandecía como un faro en la penumbra. Con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, avanzó un poco más, intensificando la tensión. Los murmullos entre la multitud crecían; todos sabían que, en ese momento, las palabras eran más peligrosas que las espadas.—¿Y tú qué eres, sino una sombra de lo que fuiste? No creas que nos hemos olvidado lo que hacen en las sombras.— dijo el Luminis.El guerrero de cicatrices marcadas respondió con una sonrisa amarga. —¿En las sombras?— repitió, como si la palabra tuviera un sabor agrio. —Tal vez los Luminis prefieren olvidar su propia oscuridad. ¿Qué crees que está haciendo su 'iluminación' si no sumir al mundo en una ceguera conveniente?La sonrisa del Daemonium era cortante, y cada palabra se sentía como un golpe directo. Los murmullos de los comerciantes y transeúntes se hicieron más intensos, como un preludio de tormenta. Los presentes de la raza luminosa intercambiaron miradas, incómodos, pero ninguno se atrevió a intervenir; la tregua colgaba de un hilo.El líder de este grupo Luminis, de rostro impasible como una piedra, observaba la escena con calma. Sin embargo, sus ojos, aunque fríos, delataban una paciencia que se desvanecía rápidamente. Los músculos de su rostro se tensaron, y su respiración se volvió ligeramente más profunda, como si la tormenta que se avecinaba fuera más de lo que podía soportar.— ¿Sabes lo que nos distingue?— El Luminis avanzó un poco, sin un atisbo de duda en su mirada. —Lo que nos mantiene en pie es la capacidad de perdonar. Pero parece que no todos los de tu raza lo entienden.La multitud que se había reunido en silencio ahora contenía la respiración, como si el aire se hubiera vuelto más denso, más peligroso. El Luminis estaba convencido de que su superioridad moral era incuestionable, pero el ambiente ya comenzaba a emanar una atmósfera que podría explotar en cualquier momento.Por otra parte, el líder del grupo Daemonium, un ser imponente con una armadura roja que reflejaba la tenue luz del atardecer, también observaba en silencio. Sus ojos eran como pozos oscuros que absorbían cada palabra, cada movimiento, sin que su expresión cambiara lo más mínimo. Cuando el joven guerrero a su lado, aún furioso, se dispuso a responder, un simple gesto de la mano del líder lo detuvo. La autoridad en ese gesto imponía silencio y calma.—Basta— dijo el líder, su voz grave y controlada. La palabra se extendió como un mandato, y el joven, aunque lleno de furia, acató la orden, controlando su respiración y reduciendo la tensión que lo carcomía. La mirada del líder volvió al oponente, que a pesar de su enojo, no podía igualar su dominio. Por el momento, la situación estaba bajo su control.Aún así, el líder de los Luminis, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso hacia él. Su rostro, antes seguro, mostraba signos de tensión. —¿Qué es esto, Daemonium? ¿Pretendes imponer tu voluntad aquí, en Eldoria? ¿Dónde está tu 'tregua'?—el líder de los Luminis habló, su voz cortante, desafiante, llena de una rabia contenida por siglos de conflicto. Su mirada, fría y afilada, no abandonaba a aquel imponente adversario. —¿Qué vas a hacer? ¿Acabar con todos nosotros como lo hiciste con tantos antes? Tus palabras no nos asustan.Un suspiro se oyó entre los guerreros de la otra facción, y uno murmuró, sin apartar la vista: —No sabe lo que está diciendo.Otros, en susurros, discutían si deberían intervenir. Un par de orcos, que también estaban cerca, observaban con una sonrisa maliciosa, disfrutando de la tensión creciente. Había quienes apostaban por el resultado de la pelea verbal, sabían que al final todo esto podía derivar en algo mucho peor. Sin embargo, ninguno se movía, todos esperaban el siguiente movimiento.El líder Daemonium, tranquilo pero letal, no cedió ante el desafío. Su voz, como el retumbar de un trueno lejano, respondió: —Tus palabras son vacías, Luminis. Vienen a este mercado, a este refugio de paz, a desafiar a los que no son como ustedes. Pero no entiendes, no sabes. No saben lo que significa vivir con la oscuridad, vivir con las sombras que ustedes mismos crearon. Juegan a ser los salvadores, pero son los primeros en sumergir el mundo en la ceguera. No ven más allá de su propia luz cegadora, y por ello están condenados a tropezar en la oscuridad.La multitud comenzó a murmurar nuevamente, algunos faenis y elfos intercambiaban comentarios, claramente interesados en cómo la confrontación podría terminar. Un enano que había escuchado las palabras del líder Daemonium resopló con una risa baja, murmurando algo sobre lo sabios que eran ellos al reconocer la oscuridad en el mundo.Aquel Luminis, con los dientes apretados, volvió a intervenir, pero esta vez su voz sonaba más grave, como si los ecos de la antigua rivalidad entre las razas le estuvieran pesando. —¿Y qué haces tú con todo ese conocimiento, Daemonium? ¿Te crees en una posición para juzgar? Hablas de la ceguera, pero son ustedes los que han arrastrado a todos a la oscuridad, siempre al borde del abismo. Somos los que mantenemos la luz, mientras ustedes se aferran a las sombras. Si no fuera por nosotros, todo lo que queda de este mundo estaría en ruinas.Los comerciantes, ahora con rostro preocupado, miraban de reojo a los soldados de ambas razas. Un enano gritó algo sobre los Daemonium y los Luminis no siendo más que dos caras de la misma moneda, mientras una elfa bajaba la cabeza, nerviosa, como si presintiera que la situación podría escalar en cualquier momento. La plaza se tensó aún más, como si todo el mercado hubiera contenido el aliento, esperando la siguiente explosión de palabras o de puños entre los dos líderes. La sombra del líder de los Daemonium avanzaba cada vez mas hacia el Luminis, y el intercambio verbal ya no solo era agresivo, sino visceral. La tensión era tal que los rostros de los presentes reflejaban una mezcla de ansiedad y fascinación.Pero entonces, de repente... todo se detuvo.Una presencia colosal descendió sobre ellos, haciendo temblar la tierra. La multitud, que hasta entonces susurraba en silencio, se quedó paralizada. El aire se volvió denso y el sol pareció apagarse brevemente, sumiendo la plaza en una oscuridad palpable. Algo superior había irrumpido.Los líderes, a pocos pasos el uno del otro, sintieron la presión y el miedo ancestral que despertó en ellos. La atmósfera se volvió insoportable, y la respiración de ambos se volvió pesada, empapada en sudor frío.En un parpadeo, un ser apareció entre ellos, rodeado por una aura oscura que absorbía toda luz. Su presencia era monumental, como una sombra imponente que desafiaba cualquier concepto de grandeza. El crujido de su llegada resonó en el alma de todos los presentes.La multitud, ahora en completo silencio, se apartó al instante. Incluso los guerreros bajaron sus armas, sintiendo una presión insoportable. La figura no habló, pero su sola presencia detenía el tiempo, imponiendo una calma mortal.Los dos líderes, atónitos, comprendieron que cualquier intento de confrontación era inútil. Aquel ser, sin mover un dedo, restauró el orden con un solo gesto, dejando claro que su presencia era suficiente para frenar cualquier disputa.Finalmente, se desvaneció en la oscuridad de la que había salido, tan repentino como su llegada. Los líderes se quedaron en silencio, la tensión aún marcando sus rostros. Uno de ellos, incapaz de apartar la vista del lugar donde la figura había desaparecido, pensó en voz baja, casi un susurro: —Esa presencia... ¿Podría ser...?El mercado retomó sus murmullos poco a poco, pero todos sabían que algo mucho más grande los había observado, dejando en el aire una advertencia que ninguno olvidaría.