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—Ya sabes —comenzó Layla, con voz suave—, la última vacación con mi familia fue cuando tenía seis años. Después de eso, nunca fui a ninguna parte con ellos.
—¿Por qué? —preguntó Lucio.
—Umm... por culpa de Orabela —admitió ella, con voz algo vacilante—. Ella me empujó a una piscina profunda durante esas vacaciones y no me ayudó a salir. No había nadie cerca, pero un hombre mayor me salvó. Cuando le conté a mi papá, él me regañó por acercarme a la piscina y no me creyó. Mi mamá... Bueno, ella decía que siempre le causaba problemas. No la respetaban como la amante de mi padre, así que solía compadecerme de ella. Pero a medida que crecía, me di cuenta de que ella nunca me vio realmente como su hija.
—Lamento haber sacado todo eso —se volvió hacia Lucio, apenada.
—Está bien. No tienes por qué disculparte. Puedes contarme cualquier cosa —la tranquilizó Lucio—. Puedo entenderlo cuando se trata del amor de una madre.