Después de cenar, mientras Layla preparaba la cama, Lucio entró a la habitación sosteniendo una pequeña bolsa envuelta con esmero. —Layla —la llamó suavemente, atrayendo su atención. Ella se giró, curiosa, y él le entregó la bolsa con una cálida sonrisa.
—No me olvidé de traerte algo de España —dijo él, su voz teñida de un suave divertimento—. Solo te molesté antes para ver tu reacción.
Layla soltó una carcajada, sintiendo cómo sus mejillas se calentaban. —Tienes una forma única de sorprenderme —murmuró, sacando un delicado chal de seda de la bolsa. Estaba bordado con intrincados patrones que hacían alusión a la artesanía española, suave al tacto y desprendiendo un calor reconfortante que iba más allá de la tela—. Me encanta —susurró, pasando sus dedos sobre los hilos—. Con el otoño tan cerca, disfrutaré envolverme en esto cada noche.