Al llegar a casa, Miguel ayudó gentilmente a Joanna a bajarse del coche y la apoyó mientras caminaban hacia la casa. Estaba callado y concentrado, su agarre en el brazo de ella firme pero no doloroso.
Cuando llegaron a la puerta principal, él la hizo pasar adentro y la ayudó a acomodarse en el sofá de la sala de estar. Luego, llamó al personal de la casa, que rápidamente se congregó alrededor.
—Asegúrense de que ella sea bien atendida —les instruyó, con voz firme y autoritaria—. Que no sea molestada. Tráiganle comida y agua, y asegúrense de que tenga todo lo que necesita.
—Sí señor —El personal de la casa asintió obedientemente y comenzó a atender las necesidades de Joanna. Miguel, satisfecho con su respuesta, se volteó para salir de la habitación, pero no sin antes lanzar una mirada a Joanna que era fría y distante.