Un viento gélido azotaba la ciudad, silbando a través de las grietas de las antiguas casas de piedra. Ren, sentado en su modesto apartamento, observaba la tormenta con una mirada distante. El recuerdo de su padre, caído en un atentado terrorista, y de su madre, víctima de una enfermedad desconocida, lo atormentaba aún.
Habían pasado años desde que destruyera la base enemiga, pero la amenaza de la bomba de antimateria seguía pesando sobre él como una sombra. Los científicos habían asegurado que no existían más prototipos, pero Ren no confiaba en nadie. La búsqueda de la verdad lo había convertido en un paria, un mercenario solitario al que todos temían y respetaban a partes iguales.
Mientras repasaba los informes de inteligencia que había recopilado a lo largo de los años, su teléfono vibró. Era un contacto anónimo. "Ren, necesito tu ayuda. Algo terrible está sucediendo". La voz al otro lado de la línea era débil, pero transmitía un profundo temor.
Intrigado, Ren aceptó reunirse con su informante en un lugar apartado. Al llegar, encontró a un hombre mayor, tembloroso y visiblemente afectado. "Han encontrado otra bomba", susurró el hombre. "Y esta vez, está más cerca de ser detonada".
Ren escuchó atentamente mientras el hombre le explicaba que una nueva organización terrorista, surgida de las cenizas de la antigua, había logrado reconstruir la bomba y planeaba usarla para chantajear a los gobiernos del mundo. La nueva amenaza era aún más peligrosa, ya que estos terroristas eran más sofisticados y despiadados.
Con una sensación de fatalidad, Ren comprendió que su lucha aún no había terminado. La sombra de su pasado lo perseguía una vez más, obligándolo a enfrentarse a sus peores miedos. Se levantó de la mesa y, con una determinación férrea, se dirigió hacia la ventana. La tormenta había amainado, dejando paso a un cielo estrellado. Ren alzó la vista hacia las estrellas, como buscando una señal. Sabía que esta sería su misión más difícil hasta el momento, pero también la más importante.