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Herederos de la oscuridad

DaoistImWI9f
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Synopsis

Chapter 1 - Prólogo

La tormenta que caía aquella noche amenazaba con derribar los majestuosos y elegantes árboles que adornaban los jardines de la inmensa mansión de la familia Mackalister. La electricidad se había cortado producto de los fuertes rayos; en el interior de la casa la luz de las velas iluminaba los largos pasillos. La enorme casa constaba de quince habitaciones principales, varios cuartos de huéspedes, cinco baños, una biblioteca, una sala de billar, una sala de visitas, un enorme estudio principal y la enorme piscina donde, años atrás, los hijos de la familia Mackalister jugaban en los días de verano.

Pero solo recuerdos quedaban de esos días de felicidad; en aquella inmensa mansión solo se encontraba el señor Augusto Mackalister, quien encerrado en la sala principal a la luz de las velas miraba el retrato de la pared donde se veía a su familia completa: él junto a su esposa Eliza y sus hijos, tres niños y dos niñas. Aquella foto había sido tomada 20 años atrás cuando la familia gozaba de plena felicidad; ahora sus hijos ya habían crecido y habían formado sus propios destinos y no querían saber nada más del anciano padre de familia. Augusto no veía a sus hijos desde hacía 15 años. No los volvió a ver desde aquella noche en que su esposa Eliza había huido con ellos.

Augusto era un reconocido arquitecto de la ciudad, había trabajado por años con distintas compañías construyendo enormes rascacielos, a base de aquello había logrado juntar una enorme cantidad de dinero que lo convertían en uno de los hombres más ricos del país, aquella mansión en la que vivía había sido construida por él mismo en el año en que había nacido su primer hijo, ahora Augusto era un anciano jubilado que a sus 78 años pasaba sus días encerrado en aquella casa, vagando por los solitarios pasillos, durmiendo cada noche en una habitación diferente, mirando por la ventana el caer de las hojas de los árboles al llegar el invierno y el renacimiento de las nuevas hojas al empezar la primavera.

Todos los días pasaba la tarde junto al teléfono esperando que sonara y que fuera uno de sus hijos. Añoraba volver a escuchar la voz de alguno de ellos, sabía que eran profesionales y se sentía orgulloso de ellos y en lo que se habían convertido: un pintor, un escritor, un empresario, una doctora y una psicóloga. Sabía que ya tenía algunos nietos, pero también sabía que sus hijos no dejarían que se acercara nunca a los niños. También batallaba con la tentación de agarrar el aparato y llamarlos, pero sabía que sería inútil, lo había intentado por años y ninguno de ellos había querido pasar al teléfono. Augusto se preguntaba si tal vez la próxima vez que su familia se volviera a reunir sería en su funeral, o tal vez ni siquiera en esa ocasión los hijos volverían a la casa familiar.

Como todas las noches, se encerraba en esa sala a mirar por horas el retrato de su familia, pero aquella noche podía sentir que el ambiente no era el mismo de siempre, empezando por aquella infernal tormenta que arremetía contra la mansión. Augusto podía sentir que por primera vez en años no estaba solo en esa mansión; unas risas burlonas se escuchaban al otro lado de la puerta acompañadas de unos murmullos y susurros, como si en el pasillo hubiera varias personas pegadas a la puerta hablando en voz baja. Augusto, sentado en su sillón, miraba a la puerta rogando a Dios que no se fuera a abrir, dejando a la vista a los seres que estaban detrás de ella.

Arriba de aquella sala se ubicaba la habitación principal donde antaño dormía con su esposa Eliza. Esa habitación llevaba años cerrada porque no había vuelto a dormir ni entrar en ella, pero aquella noche al aparecer en la habitación volvía a haber vida. Unos pasos resonaban en la habitación haciendo que el techo de la sala en la que se hallaba Augusto retumbara y la lámpara del techo se moviera de un lado a otro; parecía como si arriba hubiera una pareja bailando por toda la habitación, moviéndose a un ritmo increíblemente veloz, ya que los pasos iban y venían sin detenerse como si fueran dos trompos girando y girando sin nunca parar. De un segundo a otro todo se detuvo, las risas y murmullos del pasillo, los pasos del piso de arriba, todo quedó en silencio; solo se escuchaba el ruido de la lluvia y las ramas de los árboles golpeando las ventanas.

Augusto no se movía de su silla, tenía la vista clavada en la puerta; en el pasillo empezó a escuchar una voz ronca y gastada que cantaba; mientras se oía la canción se escuchaba que arañaban la puerta como si un gato se limara sus uñas. La voz horrible repetía una y otra vez la canción que decía: "Augusto, abre la puerta, es hora de saldar la deuda, es hora de pagar la cuenta". Augusto no se movió, sabía qué había detrás de la puerta, sabía que por años había rogado que esa cosa nunca volviera, pero allí estaba cantando y rasgando la puerta; solo era cuestión de minutos para que dejara de jugar, abriera la puerta y dejara ver su horrible y asquerosa cara.