Los tres descansaron una noche y, después de revitalizar su energía, continuaron su viaje al día siguiente.
De esta manera, bajo la guía de Lobo Solitario, el trío atravesó la selva durante dos días y finalmente emergió en un claro donde vieron un pueblo anidado en medio de las montañas desoladas y crestas salvajes.
—¡Alto, quién va! —exclamó una voz.
Justo cuando los tres estaban a punto de entrar en el pueblo, varios hombres armados saltaron de los arbustos al costado del camino con sus armas apuntándoles.
Liang Fei examinó a estos hombres armados y observó sus extrañas ropas y el surtido de armas en sus manos, lo que les hacía parecer bandidos que habían gobernado las cimas de las montañas hace décadas.
No eran soldados, pero llevaban armas; estaba claro que eran narcotraficantes atrincherados a lo largo de la frontera del Área del Triángulo Dorado.
—¡Soy un amigo del Maestro Dao, Lobo Solitario! —gritó Lobo Solitario.
