Mía y Daniel se conocieron en el hospital cuando ambos tenían solo ocho años. Los dos estaban enfermos y pasaron meses recibiendo tratamientos. Entre sesiones y noches sin dormir, se convirtieron en amigos inseparables, creando juegos y cuentos en el cuarto donde el sol apenas entraba por una pequeña ventana.
Una noche, mientras la ciudad dormía y solo se oía el murmullo de los pasillos, Mía le susurró a Daniel: "Prométeme que cuando salgamos de aquí, veremos juntos todas las estrellas que hay en el cielo." Daniel, con ojos somnolientos pero brillantes, le prometió que así sería.
Los años pasaron, y aunque Mía mejoró, Daniel nunca salió del hospital. Perdieron contacto, pero Mía nunca olvidó aquella promesa bajo el tenue brillo de la luna. Sin embargo, la vida la absorbió, y la promesa se desvaneció en un rincón de su mente.
Años más tarde, mientras caminaba sola por la ciudad una noche de invierno, algo la hizo mirar al cielo. Las estrellas titilaban, recordándole a su viejo amigo. Al día siguiente, investigó y descubrió que Daniel había fallecido poco después de su última noche juntos.
Con lágrimas en los ojos, Mía pasó esa noche bajo el cielo estrellado, cumpliendo finalmente la promesa que le había hecho. Sintió que Daniel estaba allí, en cada estrella, recordándole la importancia de no olvidar las promesas, por pequeñas que sean.