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una araña entre quntillizas

Jhoan_Daniel
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Chapter 1 - Prólogo: El Precio del Destino

–¿Así que crees que esta vida fue justa contigo, Damián? –La voz resonaba en la oscuridad como un susurro gélido y penetrante. Frente a él, una figura apenas visible emergía de las sombras, sus ojos dorados irradiando una calma inexplicable, casi aterradora.

Damián intentó responder, pero su garganta estaba seca. A su alrededor, el mundo parecía desmoronarse en una neblina de recuerdos: momentos de lucha, rencor, soledad. Cada fragmento de su vida se retorcía como un eco distante, opacado por un sentimiento de vacío que no lograba comprender. Se sentía atrapado, suspendido entre el pasado y algo… indescifrable.

–¿Es esto la muerte? –murmuró, con una mezcla de desafío y temor, apenas sosteniéndose en pie. Pero la figura lo miró sin ninguna expresión, como si sus palabras carecieran de relevancia.

–La muerte no siempre es el final –contestó la figura, acercándose lo suficiente para que sus rasgos comenzaran a definirse: era una mujer de cabello largo y oscuro, con una serenidad tan imponente que parecía desafiar el tiempo mismo. Damián sintió un escalofrío; aquella presencia era sobrehumana, como si el concepto de mortalidad no aplicara a ella.

–¿Quién eres? –logró preguntar, aunque algo en su interior le decía que la respuesta no le traería paz.

–Soy lo que viene después de la muerte –respondió la mujer, inclinando ligeramente la cabeza–. Soy Rena. Y estoy aquí para ofrecerte algo que pocos obtienen: una segunda oportunidad.

Damián apretó los puños, su mirada oscureciéndose al recordar el porqué de su muerte. Había sido injusto, había sido doloroso, pero sobre todo… había sido por nada. El peso de la traición, de las decisiones que otros tomaron por él, de su vida arrancada sin ningún sentido de justicia, aún latía en su pecho como un fuego que se rehusaba a apagarse.

Rena continuó, sin dejar de observarlo, como si pudiera leer cada pensamiento que atravesaba su mente. –Esta vida no fue la única. Te ofrezco renacer en otro lugar. Pero… –una ligera sonrisa, fría como el acero, se dibujó en sus labios– no será como imaginas.

Damián sintió una mezcla de ansiedad y sospecha en lo profundo de su ser. ¿Renacer? ¿Por qué él, de entre todos los que habían muerto injustamente? ¿Y qué significaba aquello de "no será como imaginas"?

–¿Qué estás diciendo? –exigió, sin apartar la vista de aquellos ojos–. ¿Vas a enviarme a un lugar peor que este?

Rena ladeó la cabeza, su expresión inescrutable. –No hay promesas en lo que te espera. Solo retos, pruebas, decisiones que definirán si mereces una vida mejor… o un destino aún más trágico.

El silencio cayó entre ambos, denso y cortante, mientras las palabras de Rena se infiltraban en la mente de Damián como veneno. ¿Otra vida? ¿Otro destino que él mismo tendría que forjar?

–No tienes que aceptar, –añadió Rena en un susurro– pero… después de todo, Damián, ¿qué otra opción tienes? ¿Esperar aquí, atrapado en este limbo? ¿O arriesgarte a una vida diferente, a una posibilidad que tal vez nunca hubieras imaginado? –Su voz bajó un tono, casi como si fuera una confesión–. Podrías hacer el bien… a tu manera.

Un torbellino de dudas y emociones brotó en el pecho de Damián. La imagen de quienes lo traicionaron, de aquellos a los que nunca pudo enfrentar, pasaba frente a él, incitándolo, empujándolo a una decisión. Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga; el único propósito que había conocido en su vida era el de no dejarse vencer. Y, aunque la duda seguía martillando su mente, el impulso de regresar, de tomar el control de su propio destino, fue más fuerte.

Con un último vistazo a la enigmática figura, Damián inhaló profundamente. –Hazlo –dijo con voz firme–. Envíame a donde sea, pero prometo una cosa: no volveré a ser el mismo.

Rena asintió, como si esa fuera la respuesta que siempre supo que él daría. En ese instante, el vacío se fragmentó, desmoronándose en destellos de luz cegadora. Damián sintió una presión en el pecho, una sensación de caída, desmoronándose en un abismo sin fin.

El aire se sentía distinto, pesado y algo metálico, como si hubiese cruzado un umbral hacia una realidad que, aunque familiar, no era suya. En el transcurso, vio pasar toda su vida, todo lo que vivió, lo que sufrió. Un bufido enojado escapó de él mientras un dolor exagerado se apoderaba de su ser. Un último vistazo de su vida pasó frente a sus ojos: una joven castaña, llorando desesperadamente y gritando por ayuda, se acercaba a él. Un suave beso se posó en sus labios.

–Por favor… Damián –dijo entre llantos desesperados la chica.

Un suspiro profundo y una tristeza extraña surgieron en él. "Nicol", pensó antes de que el dolor en su cuerpo cesara.

Damián abrió los ojos lentamente, forzándose a contener cualquier impulso inicial. Un techo desconocido se cernía sobre él; las paredes blancas y el orden meticuloso de la habitación le recordaron que estaba muy lejos de lo que alguna vez llamó "hogar". Podía oír el lejano ruido del tráfico y el susurro de una brisa suave al otro lado de la ventana.

Respiró hondo, cada bocanada llena de vida, como si estuviera probando su propio ser. "Calma", pensó, sintiendo su pulso acelerarse pero evitando que se manifestara en su rostro. No movería un solo músculo hasta que entendiera dónde, y en quién, estaba.

Giró la cabeza hacia un espejo colgado en la pared y, aunque la visión se le hacía extraña, obligó a sus ojos a no pestañear. Allí, en el cristal, le devolvía la mirada un joven de cabello castaño, delgado y algo desaliñado. Esa cara no le pertenecía. No era él… o al menos, no como él recordaba ser.

Peter Parker. El nombre surgió en su mente como un recuerdo lejano, resonando junto a una avalancha de información y sensaciones. "No… esto no puede ser", murmuró sin voz, pero la lógica y sus instintos le exigían que lo aceptara de inmediato. Este cuerpo, esta vida, era la suya ahora, y, por lo que Rena había dicho, él debía adaptarse… o ser aplastado por ello.

Se incorporó despacio, dejando que el peso de su cuerpo, los músculos, los latidos, se asentaran. Cada movimiento era calculado, cada respiración controlada. A lo lejos, las palabras de Rena aún resonaban: "una segunda oportunidad". Pero, ¿qué quería de él exactamente? ¿Esperaba que tomara el papel de este chico? ¿Qué viviera como si nada hubiera cambiado?

"No hay promesas en lo que te espera…"

La promesa de peligro estaba latente en esas palabras, y Damián no pensaba ignorarla. Levantó una mano frente a sus ojos, observando los finos dedos que parecían tan frágiles comparados con lo que alguna vez fue. Sin embargo, una extraña energía recorría su cuerpo, como un remolino bajo la piel, algo que hacía que cada nervio vibrara, cada pensamiento se agudizara. No era como cuando estaba vivo; era más intenso, más visceral.

"Debo entender mis límites", pensó. Era obvio que este cuerpo no era tan común como aparentaba. Las historias que conocía de Peter Parker, sus habilidades, sus tragedias, su vida… cada fragmento de conocimiento que poseía ahora era su única ventaja. En cualquier momento, podía entrar alguien, y no podía permitirse mostrarse desorientado. Nadie debía sospechar que algo había cambiado.

Cerró los ojos, concentrándose en estabilizar su mente y su cuerpo. Intentó recordar su última conversación con Rena, buscando cada palabra y cada inflexión como si fueran pistas para entender lo que realmente quería. Había aceptado esta segunda oportunidad impulsado por la sed de control, por no ser un simple espectador de su propia historia. Pero ahora, enfrentado a una realidad ajena, la cautela y el análisis eran sus únicas armas.

Respiró profundamente y se puso de pie, dejando que la familiaridad del entorno comenzara a tomar forma en su mente. Observó la habitación de reojo, capturando cada detalle con el propósito de dibujar un mapa mental de su posición. Fotos en las paredes, una cama desordenada, libros esparcidos. El reflejo de Peter en el espejo le devolvía la mirada, y por un instante, una sonrisa irónica se dibujó en su rostro. "Bien, Parker. Parece que tú y yo tenemos mucho que resolver".

Justo en ese momento, escuchó pasos acercándose al cuarto. Su expresión volvió a una neutralidad absoluta. Calculó la dirección y el peso de cada pisada y, en un acto reflejo, tomó una postura relajada, fingiendo una tranquilidad que distaba de ser real.

La puerta se abrió y, en el umbral, apareció una figura familiar: tía May, con esa mirada dulce y preocupada que parecía contener años de dedicación y sacrificio. Sus ojos lo miraban con una mezcla de alivio y cansancio, y Damián supo de inmediato que Peter había pasado por algo serio. Recordó a Rena y sus palabras llenas de advertencia. Este cuerpo, esta vida, ya venía con sus propias cicatrices, sus propias historias… y la última había dejado a May en vilo.

–¿Peter? –dijo ella en un susurro, acercándose a su cama con pasos cautelosos, como si temiera que pudiera desaparecer de nuevo–. ¿Cómo te sientes, cariño?

Damián reprimió el impulso de responder de inmediato. En lugar de eso, inclinó ligeramente la cabeza, observando cada detalle de su tía y estudiando la emoción que pasaba por su rostro. Sus ojos, arrugados en las comisuras, llevaban el peso de noches en vela; sus manos temblaban ligeramente mientras se apoyaba en la cama. "Demasiado protectora, demasiado afectada", pensó Damián, tomando nota de esa intensidad en la mirada de May.

–Me siento… mejor, tía May –dijo, probando las palabras como si fueran extrañas en su boca.

Ella sonrió, aunque la preocupación no desapareció de sus ojos. –Gracias a Dios –murmuró, tomando su mano y apretándola con una calidez que le resultó extraña. Damián no estaba acostumbrado a ese tipo de afecto genuino; en su vida anterior, aquellos gestos solían ocultar dobles intenciones, o, en el mejor de los casos, simples formalidades. Esto era diferente. Por un momento, se permitió aceptar el gesto, aunque en el fondo sentía esa cautela que jamás lo abandonaba.

–¿Recuerdas algo de lo que pasó? –preguntó ella después de unos segundos de silencio, con un matiz de duda en su voz.

Damián dejó que la pregunta flotara un segundo antes de responder. Había tenido tiempo de planificar su respuesta, de preparar una mentira sencilla pero eficaz. "Peter sufrió un accidente. Algo que justifique mi falta de recuerdos detallados sobre esta vida". Con la calma que había aprendido a cultivar, soltó un suspiro, fingiendo una leve confusión.

–Es… borroso. –Miró hacia la ventana, como si tratara de ordenar sus pensamientos–. Como si algunas cosas se hubieran quedado atrapadas en la niebla. Es extraño, tía. Es como si todo lo que sabía se mezclara con algo que no alcanzo a comprender del todo.

May asintió, mostrando una mezcla de alivio y lástima, comprensiva ante su aparente confusión. –Es normal. El doctor dijo que te tomaría tiempo. No te presiones, ¿de acuerdo? Estaremos aquí contigo, Peter. No tienes que pasar por esto solo. –La calidez en sus palabras lo sorprendió; no era la típica respuesta llena de fórmulas o evasivas que había escuchado tantas veces en su vida pasada. May hablaba desde el corazón, sin reservas ni filtros, pero entonces Damián se preguntó: "¿Se refirió en plural? ¿El tío Ben aún no ha muerto?"

Agradeció el gesto de su tía. –Gracias, tía May –respondió, modulando su voz para sonar más como Peter. Al mirarla, sintió una leve punzada en su interior; esta mujer realmente se preocupaba por él… o, más bien, por Peter.

Pero no podía permitirse caer en sentimentalismos. Esta vida, aunque mejor que la anterior en apariencia, traía consigo sus propias dificultades. En un mundo donde héroes y villanos acechaban, la amabilidad no siempre era suficiente para sobrevivir. Y ahora, como Peter, sabía que tendría que hacer sacrificios, tomar decisiones y, tal vez, dejar atrás algunas de las cosas que habían definido al verdadero Peter Parker.

Cuando May salió de la habitación, cerrando la puerta con suavidad, Damián se relajó un poco. Tenía que planificar, entender cada aspecto de esta vida. Y, sobre todo, descubrir sus habilidades. Sabía que Peter tenía poderes, habilidades que él solo había visto en páginas y pantallas. Ahora, ese potencial era suyo, y la idea de lo que podía hacer le provocaba una mezcla de emoción y cautela.

"Primero, entender este cuerpo", se dijo a sí mismo, levantándose de la cama y comenzando a probar sus movimientos. Al principio, todo parecía normal, pero luego sintió algo latente bajo su piel, como una corriente de energía. Intentó concentrarse, sintiendo cómo sus sentidos se agudizaban. El silencio no era silencio: podía escuchar el zumbido de un insecto en algún lugar de la habitación, el tráfico a lo lejos e incluso la respiración pausada de May al otro lado de la puerta. Cada sonido y cada olor parecían entrelazarse en una red de percepciones que antes le habrían resultado inalcanzables.

Damián cerró los ojos y respiró hondo, concentrándose en ese extraño sentido nuevo, una especie de alerta constante que lo envolvía, como si su propio cuerpo pudiera anticiparse al peligro antes de que llegara. El sentido arácnido. Era fascinante, pero también inquietante.

No era un héroe; eso lo sabía bien. Nunca había querido ser uno. Pero esta oportunidad, este poder… podía usarlo a su manera, en su propio beneficio. Haría las cosas a su estilo. Esta ciudad tenía enemigos, y él podía ser justo lo que ellos temían encontrar en la noche.

Mientras sentía el poder fluir en él, una sonrisa se dibujó en su rostro, una que no era ni amable ni heroica. "Bien, Parker. Veamos hasta dónde llegamos juntos".

Damián se apoyó en el borde de la cama, mirando la habitación una vez más, ahora con la necesidad de captar cada detalle. Si iba a sobrevivir, debía entender en qué punto exacto de la vida de Peter Parker había entrado. Había sentido el poder en sus músculos, un torrente de energía desconocida y salvaje bajo su piel. Las habilidades estaban ahí, sí, pero eso solo era una pieza en el rompecabezas. ¿Cuánto tiempo llevaba Peter con estos poderes? ¿Qué tan lejos había llegado? Y, sobre todo, ¿qué había pasado en esta versión del universo que tanto conocía, pero en la que ahora, inexplicablemente, existía?

Damián recordaba las historias de Peter, sus tragedias y pérdidas, y cómo el camino que siempre lo definió estaba teñido de dolor. Pero eso era conocimiento lejano, y en este punto no podía confiar solo en historias, mucho menos en suposiciones. Todo indicaba que tenía el poder, el potencial… pero ¿y el contexto? Tío Ben. Peter siempre cargaba con su muerte como una cicatriz emocional; si eso había ocurrido ya, le daría un punto de referencia, una idea de lo que vendría. Sin embargo, Damián no podía permitir que la emoción lo cegara. Necesitaba hechos, no sentimientos.

Se dirigió al escritorio en el rincón de la habitación y encontró una libreta, lo suficientemente usada como para contener algún indicio de lo que necesitaba. Pasó las páginas en silencio, escudriñando las palabras escritas con caligrafía apurada. Los apuntes hablaban de temas variados, desde fórmulas de química hasta bocetos de lo que parecía una telaraña. "Peter, siempre el científico", pensó, reconociendo el tipo de mente analítica que compartían. Sin embargo, había algo más en las páginas, anotaciones sueltas que parecían caóticas, como si hubiera estado tratando de resolver algo que no comprendía del todo.

Entonces, encontró una hoja en blanco con una fecha escrita en la esquina. A su lado, una simple frase que lo dejó helado: "El tío Ben ya no está…"

Sintió una punzada de tristeza. Aunque Peter no era él, sabía lo que significaba cargar con la pérdida de alguien cercano. Así que sí, había llegado después de laa de tristeza. Aunque Peter no era él, sabía lo que significaba cargar con la pérdida de alguien cercano. Así que sí, había llegado después de la muerte de Ben. Eso significaba que Peter ya había recibido su lección más dura, la que le enseñó la responsabilidad detrás de su poder. Pero ahora esa responsabilidad recaía en Damián, quien tenía su propia visión de justicia, una que difería en muchos aspectos de la del Peter original.

Pasó las siguientes páginas y encontró algo más. Un recorte de periódico, amarillento y desgastado, pegado en una de las hojas. El titular hablaba de un "extraño héroe" en las calles de Nueva York, una figura enmascarada que algunos describían como una araña humana, alguien que parecía intervenir en situaciones de peligro y desaparecer tan rápido como había llegado. Los rumores estaban ahí, señales de que Peter ya había empezado a usar sus habilidades, aunque de forma aún torpe y vacilante. Para Damián, esta información era valiosa: no estaba empezando de cero, y tampoco tenía que cargar con la culpa de una tragedia reciente. Solo debía moldear la percepción de los demás para que encajara con su propia visión, sin levantar sospechas.

Entonces, una imagen en la pared captó su atención. Era una fotografía de Peter junto a dos personas mayores, tía May y el tío Ben. La mirada amable y sabia de Ben lo hizo detenerse, una sombra de respeto en su mente. Peter llevaba la tristeza de esta pérdida como un recordatorio constante, una motivación para ser el "héroe". Damián, en cambio, la veía como una advertencia. La bondad sin fuerza, sin una mano dura cuando fuera necesario, dejaba espacio para que los monstruos avanzaran.

Se giró hacia la ventana, observando los edificios iluminados en la distancia. Nueva York. La ciudad donde héroes y villanos coexistían en una línea tan fina que, a menudo, se confundía el uno con el otro. El Daily Bugle seguía activo, promoviendo titulares sensacionalistas, y el nombre de Spider-Man ya circulaba en sus páginas, aunque apenas como una figura difusa y malentendida. Además, recordaba que Oscorp estaba más activa que nunca en proyectos oscuros, y había rumores de otros héroes emergentes, algunas figuras públicas, otras en las sombras. La tensión en el aire era palpable, como si el mundo estuviera al borde de algo monumental.

Este era su escenario ahora, uno que requeriría estrategia y paciencia. Si iba a manejar el legado de Spider-Man, no se limitaría a ser el protector que la ciudad esperaba. No estaba aquí para ser la versión benigna de Peter. Aprovecharía cada recurso, cada oportunidad, moldeando a Spider-Man como alguien que la ciudad no quisiera cruzarse en el camino.

Respiró hondo y, con la mente enfocada, trazó sus próximos pasos.

A medida que el cielo de Nueva York se teñía de tonos oscuros y las luces de los edificios parpadeaban en la distancia, Damián sintió el peso de lo que vendría. Sabía que, antes de dar cualquier paso significativo, necesitaba comprobar el alcance de sus habilidades y familiarizarse con sus límites. La emoción y la cautela se entrelazaban en su mente; aunque tenía el poder de Spider-Man, estaba consciente de que un simple desliz podía ponerlo en peligro en esta ciudad repleta de amenazas.

Se apartó de la ventana, regresando al centro de la habitación y flexionando los dedos, notando cómo cada articulación respondía con una precisión que superaba cualquier experiencia previa. Respiró profundamente, concentrándose en esa energía latente, una corriente eléctrica que sentía en sus músculos y sentidos. Damián había sido fuerte y hábil en su vida anterior, pero esto era diferente. Este poder, aunque familiar, parecía anclado a una parte de su ser que apenas comenzaba a comprender.

Con una decisión firme, se dirigió al armario y rebuscó hasta encontrar una sudadera negra con capucha. La tela era lo suficientemente discreta y anónima, perfecta para su plan de salir sin llamar la atención. No estaba listo para enfrentar el mundo con el traje de Spider-Man; primero, debía ver hasta qué punto podía manejarse en la oscuridad sin ser detectado.

Al bajar las escaleras, escuchó el eco suave de la respiración de May, quien ya debía estar dormida. Su figura delgada y algo encorvada descansaba en el sillón de la sala, con una expresión de paz que contrastaba con las líneas de preocupación que le había visto antes. Damián la observó por un momento, una mezcla de respeto y agradecimiento asomándose brevemente en su mirada. Había aprendido que quienes realmente se preocupaban por uno eran pocos y que, cuando aparecían, valía la pena mantenerlos cerca, aunque significara trazar una línea invisible para protegerlos.

Abrió la puerta principal en completo silencio y salió, cerrándola con cuidado. La ciudad lo recibió con su bullicio característico, el viento frío de la noche golpeándole el rostro mientras inhalaba el aire urbano cargado de promesas y peligros. Nueva York no era indulgente, y Damián lo sabía bien. Sin embargo, esta vez, el frío y la amenaza de las calles le parecían insignificantes en comparación con el pulso de poder que sentía dentro de él.

Sin perder tiempo, se dirigió a uno de los edificios de su vecindario y observó la pared que se elevaba ante él. Era alta, desgastada, y lo miraba casi desafiante. Damián sonrió, evaluando el recorrido en su mente. Si estos poderes eran reales, escalar sería tan fácil como caminar. Alzó una mano, dudando por un segundo, y luego la posó firmemente contra el ladrillo. La reacción fue instantánea: su palma se adhirió con una fuerza sorprendente, sin necesidad de ejercer presión. Sus músculos respondieron al instante, y con un movimiento fluido comenzó a ascender, dejando que el instinto lo guiara.

Escalar era… liberador. Cada metro ganado le revelaba un fragmento más de la ciudad, su dominio en construcción. Al llegar a la cima, se detuvo, respirando el aire helado mientras observaba las luces que se extendían hasta el horizonte. Podía ver el resplandor de Times Square en la distancia, el bullicio de taxis y peatones que nunca dormían, y más allá, las sombras de los rascacielos que delineaban el perfil de la ciudad.

Desde esa altura, tenía una vista completa de su entorno, un trono improvisado desde el que vigilaba a su nuevo dominio. Aquí, la oscuridad lo envolvía y le permitía moverse sin ser visto. Experimentó sus otros sentidos, enfocándose en el sentido arácnido que palpitaba como un segundo instinto, una red que lo conectaba a cada peligro y oportunidad a su alrededor. Era como si el mundo le hablara, alertándolo de cada cambio en el ambiente, de cada presencia que se movía a su alrededor. Poder absoluto, pero también responsabilidad, pensó, aunque no del modo en que Peter lo entendía. Para él, la responsabilidad no significaba proteger a todos; significaba garantizar que nadie fuera lo suficientemente insensato como para cruzarse en su camino.

Damián continuó experimentando, probando sus reflejos, su capacidad de balancearse entre edificios, y se encontró sorprendido por la velocidad y la precisión con las que sus manos y pies se movían en perfecta sincronía. Cada salto entre los edificios era como una prueba de su dominio, una danza en la que desafiaba a la gravedad misma. El viento pasaba rugiendo junto a él, y el miedo parecía desvanecerse ante la certeza de sus movimientos. Nunca había experimentado esta libertad, esta sensación de control absoluto.

Finalmente, después de horas de explorar, decidió que era suficiente por esa noche. Había comprobado sus habilidades, y aunque aún tenía mucho que aprender, estaba claro que este cuerpo contenía el potencial que necesitaba. Estaba listo para enfrentarse al caos que acechaba en cada rincón de Nueva York.

De regreso a casa, mientras el primer rayo de luz aparecía en el horizonte, Damián no pudo evitar esbozar una sonrisa. Conocía el potencial de Spider-Man, conocía la carga que Peter había llevado con él, pero este era su turno. Haría de este legado algo nuevo, algo que no solo inspirara a la ciudad, sino que la mantuviera en vilo, recordándoles a todos que, en la oscuridad, algo más fuerte, algo letal, estaba observando.

Mientras el sol apenas empezaba a iluminar el horizonte, Damián escuchó un sonido que rasgó el silencio de la madrugada: un grito ahogado. Se detuvo en seco, agudizando sus sentidos. Podía oír el pánico en la voz de una mujer, las palabras entrecortadas mientras alguien la amenazaba. Su sentido arácnido palpitó, instándolo a intervenir.

Saltando de un edificio a otro, alcanzó una pequeña callejuela en el centro de Queens. Abajo, tres figuras rodeaban a una mujer joven que sostenía su bolso contra el pecho con una desesperación palpable. Uno de los hombres sostenía una navaja, y sus compañeros reían, disfrutando del miedo en el rostro de su víctima.

Damián observó la escena desde las sombras, su mente fría y calculadora evaluando cada detalle. En el pasado, habría llamado a la policía o, simplemente, habría ignorado el asunto. Pero ahora tenía el poder y la oportunidad para actuar por su cuenta. Esta no era la filosofía de Peter Parker, pero tampoco le importaba. Aquellos hombres no solo la estaban asaltando; también pretendían alimentarse del terror que causaban.

Sin hacer ruido, descendió desde el edificio y aterrizó detrás de uno de los hombres, quien sintió la presencia solo un segundo antes de que Damián le propinara un golpe directo en la nuca. La fuerza del impacto lo dejó inconsciente al instante, su cuerpo cayendo al suelo sin un solo gemido. Los otros dos se giraron, confundidos por la aparición repentina del extraño enmascarado.

—¿Quién diablos eres tú? —preguntó el que sostenía la navaja, dando un paso atrás, inseguro.

Damián no respondió. Su mirada fría y penetrante era suficiente para intimidarlos, y, sin una palabra, dio un paso hacia ellos, su figura en la penumbra proyectando una sombra amenazante. No era el típico héroe amigable; él no había llegado para darles una oportunidad.

Uno de ellos intentó abalanzarse con un puñetazo desesperado, pero Damián lo esquivó sin esfuerzo, moviéndose con la agilidad de un depredador. En un movimiento calculado, atrapó la muñeca del hombre y, con un giro brusco, la retorció en un ángulo imposible. El grito de dolor resonó en la calle mientras Damián lanzaba al asaltante contra una pared. El impacto fue tan fuerte que dejó una grieta visible en el ladrillo.

El último, el hombre de la navaja, retrocedió, ahora completamente aterrorizado, con los ojos abiertos como platos. Damián avanzó hacia él, permitiéndole ver la sombra oscura y casi monstruosa que proyectaba. Cuando el hombre intentó levantar la navaja para defenderse, Damián tomó su mano y la apretó, obligando a que el arma cayera al suelo. Sin soltarlo, acercó su rostro al del hombre, permitiéndole ver los ojos fríos e implacables bajo la capucha.

—Ustedes son la razón por la que esta ciudad está podrida —dijo en voz baja, su tono lleno de desprecio—. Gente como tú piensa que el miedo es suficiente para someter a los demás. Pues bien, te enseñaré lo que es el verdadero terror.

Sin más advertencias, lo lanzó al suelo y le propinó una patada en el estómago que lo hizo retorcerse de dolor. A su lado, los otros dos hombres seguían inmóviles, uno inconsciente y el otro con la muñeca rota, apenas consciente de su entorno. La mujer observaba en silencio, sorprendida y aterrada al mismo tiempo, sin saber si aquel enmascarado estaba de su lado o si era un peligro más.

Damián se inclinó sobre el hombre, que jadeaba en el suelo, suplicante, su actitud amenazante convertida ahora en puro miedo.

—Si te vuelvo a ver haciendo esto, no seré tan compasivo —murmuró, sus palabras llenas de una frialdad que paralizó al hombre. Cada palabra caía con un peso casi tangible, como una sentencia inevitable.

El asaltante asintió con desesperación, y Damián lo soltó, levantándose sin volver la mirada. Dio un último vistazo a la mujer, que lo observaba con una mezcla de agradecimiento y temor. Sin decir una palabra, Damián se giró y se desvaneció en la oscuridad de la madrugada, su silueta fundiéndose entre las sombras de los edificios.

Mientras saltaba de regreso a su camino, una oscura satisfacción lo llenó. No solo había salvado a alguien; había dejado una lección que esos hombres no olvidarían fácilmente. No era un héroe en el sentido tradicional, y no deseaba serlo. Este era su método, y la ciudad tendría que acostumbrarse a esta nueva versión de Spider-Man: uno que no buscaba aprobación, sino sembrar el miedo en aquellos que se atrevían a hacer el mal.

Con una sonrisa fría, Damián continuó, seguro de que su mensaje estaba claro.

El amanecer despuntaba en el horizonte mientras avanzaba por los edificios de Queens. Reconocía algunas calles a medida que fragmentos de una vida que no era suya emergían lentamente en su mente. Imágenes sueltas, nombres sin contexto… hasta que la imagen de una persona en particular apareció, un nombre resonando en su cabeza: "Fuutarou Uesugi". Confundido, su concentración flaqueó y resbaló de un tejado.

—¡Mierda! —susurró, con el corazón en la garganta, mientras lograba adherirse a la pared del edificio, gateando lentamente hasta recuperar su posición.

La adrenalina corría por sus venas. Aún no se acostumbraba a sus nuevos poderes, y los recuerdos de caídas en su vida pasada lo mantenían alerta. Aunque sabía que la caída no le causaría gran daño, tampoco tenía intención de descubrirlo.

Respiró profundo y siguió avanzando, intentando recordar más de la vida de Peter. Otros rostros comenzaron a aparecer en su memoria: una chica de cabello negro y expresión fría, junto a una de cabello rosado con una sonrisa amigable y contagiosa. "¿Yui Yuigahama y Yukino Yukinoshita? ¿En serio?" pensó, sintiendo una mueca de disgusto formarse en su rostro. Sabía que tendría que tener cuidado; no quería terminar en el Club de Servicio.

—¿Ayuda voluntaria? —dijo en voz baja, con desdén, mientras una sensación de fastidio surgía dentro de él.

Lo encontraba extraño. En su vida pasada, había sido un fanático de Oregairu, y esos personajes le agradaban. "A menos que sea cosa de… Parker", pensó, entrecerrando los ojos antes de llegar a la casa de los Parker, entrando silenciosamente por la ventana. Aguzó el oído, esperando que May aún no estuviera despierta.

Para su suerte, aún escuchaba la respiración tranquila de May, lo que le dio a entender que seguía durmiendo.

—Bien —susurró con una leve sonrisa antes de acercarse al escritorio frente a su cama.

Tomó la libreta de Parker y la revisó con cuidado. Mientras sus ojos se deslizaban por las páginas, un sentimiento extraño y denso de tristeza lo invadió al leer la frase: "El tío Ben ya no está…" Inhaló profundamente, tratando de bloquear cualquier emoción que esos recuerdos ajenos pudieran provocar. Continuó hojeando, encontrando fragmentos de pensamientos y experiencias que Parker había escrito. Había cosas sin sentido y textos sobre momentos que había compartido junto a su "mejor amigo", Fuutarou, y una tal Miku.

Damián suspiró pesadamente. ¿Mejores… amigos? pensó con un dejo de ironía. En su vida pasada, nunca tuvo a alguien a quien llamara así. Las amistades reales eran algo desconocido para él, y al recordar el nombre de "Miku", algo lo hizo fruncir el ceño.

—Espera, ¿Miku? —susurró, tratando de procesar la idea.

En el anime, manga y novela ligera que conocía, Fuutarou siempre era el tutor de las hermanas Nakano. Era de esperar, murmuró, con un dejo de irritación mientras volvía a concentrarse en la libreta. De repente, otra frase llamó su atención: "Flash lo volvió a hacer".

Recuerdos de esta vida y de la anterior se mezclaron rápidamente. La imagen de un "cavernícola" que en esta vida era conocido como Flash Thompson se le apareció en la mente, haciendo que una sonrisa burlona se formara en sus labios. Que Flash fuera un bravucón era algo que casi le causaba gracia. La próxima vez que intentara algo, él se encargaría de darle una buena lección.

La verdad es que esto de Flash son solo peleas de niños, pensó mientras recordaba la brutalidad de su vida pasada, donde se cruzó con criminales, asesinos y gánsteres. Venir de un lugar donde te disparaban o te apuñalaban antes de robarte hacía que Queens pareciera casi un paraíso en comparación.

—Niños jugando a ser duros —murmuró, recordando una vez que desarmó a un grupo de idiotas que intentaron robarlo.

En su vida pasada, era un hombre corpulento y alto, de casi 1.87 metros y alrededor de 110 kilos de puro músculo. Las artes marciales y las peleas callejeras eran algo cotidiano. Ahora, al ver su cuerpo actual, sintió un desprecio inmediato. Caminó hacia el espejo de la habitación y se quitó la ropa de la cintura hacia arriba. Al verse reflejado, una mueca de fastidio se formó en su rostro.

Era escuálido y bajo, tal vez no más de 1.68 metros. Peter Parker era más hueso que músculo, un cuerpo que no le inspiraba ningún respeto.

—Al menos con el veneno de la araña podré ganar algo de músculo —pensó, resignado, mientras volvía a suspirar.

Por un momento se quedó viendo el espejo, antes de sonreír tranquilamente. Entendía que Parker y él habían tenido vidas muy distintas y, en cierto sentido, se sentía mal porque Peter ya no estaba; le había robado su vida, su cuerpo. "La vida no es justa, chico," pensó, mientras disipaba la culpa y se dirigía hacia el baño para alistarse para la secundaria. Aunque la idea de regresar a la escuela no le gustaba, sabía que debía hacerlo. Ahora que lo pensaba, Parker y él no tenían un intelecto muy diferente. En su vida pasada, había logrado replicar cosas como generadores de arco, como el de Stark. Era funcional, aunque tenía sus fallos.

—Bueno, tal vez haya algo bueno en la escuela —murmuró entre suspiros, mientras entraba a la ducha. En ese momento, el sonido de pasos le llegó a los oídos.

—¿Peter, cariño? ¿Ya estás despierto? —la voz sorprendida de May se escuchó al otro lado de la puerta.

La voz de May lo sacó de sus pensamientos. No había tenido la oportunidad de conocerla realmente, pero sabía que ella era la figura materna en la vida de Parker. Por un instante, una pizca de vulnerabilidad se coló en su expresión. Era extraño tener alguien que le hablara con cariño tan temprano en la mañana. Pero, sacudió esos pensamientos rápidamente; este no era el momento para sentimentalismos.

—Sí, tía May, ya estoy despierto —respondió, tratando de imitar el tono suave de Peter, algo que apenas le salía natural, pero con lo que tendría que lidiar.

Abrió la ducha y dejó que el agua cayera sobre él, tratando de ordenar sus pensamientos mientras el vapor comenzaba a llenar el baño. La idea de regresar a la escuela le parecía tediosa, un regreso al que consideraba un juego de niños. Pero, en este mundo, esa rutina era una oportunidad; el lugar perfecto para observar, entender y adaptarse. Además, si había una ventaja en la situación, era el intelecto de Parker, algo que al menos estaba a la altura de sus propias habilidades. con algo de suerte, podría sacar provecho de los recursos de la escuela.

Y quién sabe… quizá, entre las clases, encuentre algún proyecto interesante que pueda aprovechar, pensó, recordando el generador de arco que construyó en su vida pasada. Quizá, con los conocimientos y la tecnología adecuadas, podría construir cosas aún más avanzadas en este mundo.

Cuando terminó, salió del baño secándose el cabello, mientras observaba la habitación de Peter. Era todo tan… ordinario. Pero eso está bien, pensó. Ahora él era Peter Parker, y no iba a desaprovechar la oportunidad de redefinir lo que eso significaba.