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La Perdición de Zakarius

🇪🇸darkfriki95
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Synopsis
En el vasto mundo de Eternal, las razas celestiales —Ángeles, Serafines y Querubines— han librado durante siglos una guerra sin cuartel contra las fuerzas nigrománticas. Zakarius, un ángel de alto rango, se dejó seducir por la ambición prohibida al usar energía oscura para encerrar su conciencia en una filacteria inmortal. Traicionado y exterminado por sus propios hermanos, su historia parecía haber llegado a su fin… hasta que, siglos después, despierta amnésico en un mundo irreconocible. Ahora, desde las sombras de la academia celestial, descubre un siniestro don: la capacidad de invadir los sueños de los jóvenes reclutas y moldearlos a su voluntad. Con ellos, Zakarius planea levantar un ejército leal y consumar la venganza que quedó pendiente. Sin embargo, mientras manipula mentes y siembra intrigas, una inesperada oportunidad se revela: la posibilidad de vivir una nueva vida y escapar del ciclo de destrucción que él mismo inició. ¿Elegirá la redención o sucumbirá nuevamente a la oscuridad?
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Chapter 1 - -El Despertar del Ángel Caído-

La luz del mundo celestial de Eternal siempre había sido brillante iluminando sus vastos campos dorados y montañas nevadas, el aire en si tenía un aroma dulce, como si siempre fuera primavera, y la luz que bañaba los campos parecía darle vida a todo lo que tocaba. En este lugar convivían las tres grandes razas celestiales, los Ángeles, Serafines y Querubines los cuales vivieron en una armonía delicada durante milenios hasta que su hogar fue invadido por fuerzas completamente opuestas a lo que habían conocido.

En un principio intentaron entablar conversaciones pacificas pero estos seres oscuros solo consumían todo a su paso sin apenas mediar palabra, al final esto dejo claro que los celestiales debían alzarse en armas y proteger su hogar de la amenaza hostil que llamaba a su puerta, así comenzó la que se conocería como la Sagrada Cruzada.

Zakarius, un ángel de alto rango, marchaba al frente de sus tropas. Su armadura brillaba con el fulgor de mil batallas, y su espada resonaba con el eco de diversas victorias pasadas. Durante más de cien años, había luchado contra las fuerzas que trataban de corromper su mundo desde que había nacido en el seno de una familia noble de ángeles de baja estirpe, se le crio para este propósito. Para los suyos, era un símbolo de valentía, disciplina y sacrificio. Sin embargo, en el fondo de su corazón, comenzaba a germinar una semilla de envidia, una sensación que lo corroía lentamente.

Cada vez que regresaba a la Sacrosanta iglesia, veía a los querubines. Eternamente jóvenes y despreocupados, jugando en los jardines bajo la atenta mirada de los serafines. Estos seres, a pesar de su naturaleza infantil y caprichosa, eran esenciales en la guerra contra el miasma oscuro el cual ya consumía gran parte de su mundo.

Con su pureza, podían deshacer la oscuridad que amenazaba con destruirlo todo. Y sin embargo, vivían sin preocupaciones, protegidos, mientras los Ángeles como Zakarius derramaban sangre, sudor y lágrimas en los campos de batalla. Si hubiera nacido en el pasado antes de la sagrada cruzada, hubiera sido uno mas de los epitomes de las olimpiadas celestiales, las cuales ya solo existían en los libros de historia.

Así Zakarius sentía como una fisura crecía cada vez mas dentro de sí, como si cada batalla erosionara no solo su cuerpo, sino también su alma. Cada vez que cruzaba los jardines donde los querubines reían sin preocupaciones, sentía que la brecha entre su sacrificio y su deseo de paz crecía. Aunque admiraba a sus protegidos que podían ser ellos mismos a pesar de todo los horrores de la guerra, ese deseo de vida eterna y tranquilidad se transformaba en una necesidad que amenazaba con ahogarlo.

Zakarius nunca hablaba de ello, pero su corazón estaba lleno de resentimiento. Cada victoria le traía menos satisfacción, cada herida que cicatrizaba dejaba un dolor más profundo. ¿Por qué él, que había dado todo por Eternal, no podía disfrutar de la misma vida que esos pequeños seres? ¿Por qué su destino era luchar y morir joven, mientras ellos vivían despreocupados durante siglos?

A medida que pasaban los años, el resentimiento de Zakarius seguía creciendo incluso si solicitaba tiempo libre o un descanso la realidad del frente era mas dura de lo que realmente parecía y desde hacia ya varias décadas diversos celestiales habían perecido de agotamiento. 

Al final empezó a buscar respuestas en lugares que no debía. Bajo las sombras de las bóvedas prohibidas de la academia descubrió pergaminos decrépitos que susurraban secretos antiguos pasados botines de guerra los cuales se estudiaron para encontrar algún tipo de sentido que pudiera ser aprovechado en la guerra.

Los textos nigrománticos parecían vivos, sus palabras se deslizaban por las páginas como si la oscuridad fuese líquida, envolviéndolo todo en una energía a la vez adictiva y repulsiva. Al observarlo sintió que estaba traicionando todo lo que había defendido, sus manos empezaron a pasar hoja por hoja, mientras era absorbido por una promesa de longevidad y poder omnipotente conocido como un señor de la muerte un liche.

Fue en esos momentos de soledad que comenzó a estudiar las artes nigrománticas, ocultando su creciente conocimiento de sus compañeros. Lo hacía en secreto, en las profundidades de la Academia Militar Sagrada, donde los nuevos ángeles eran entrenados para la guerra. Zakarius usaba su rango para evitar sospechas, pero su obsesión lo consumía lentamente.

Una noche, bajo la luz de una luna roja, Zakarius tomó una decisión final. En una noche sin estrellas, mientras el viento susurraba secretos que solo él podía oír, Zakarius tomó una piedra antigua, inscrita con símbolos celestiales invertidos. Bajo el brillo tenue de la luna roja, murmuró las palabras prohibidas, sintiendo cómo una parte de su esencia era arrancada, como un pedazo de su alma que gritaba al ser encerrado. Era un sacrificio, y aunque sus manos temblaban, su determinación era inquebrantable asi logró transferir una parte de su conciencia a una filacteria, un objeto prohibido que contenía su esencia, su alma. Ocultó esta reliquia en lo más profundo de la academia, sellándola con barreras mágicas para que no fuera descubierta.

Sabía que lo que había hecho era una traición a todo lo que representaba. Pero para Zakarius, aquello era una oportunidad. Si alguna vez caía en batalla, su filacteria lo regresaria a la vida.

Los cielos de Eternal se oscurecieron con el avance de una nueva oleada de nigromantes. Los ejércitos celestiales se preparaban para una batalla decisiva, y Zakarius, como siempre, se encontraba al frente. A pesar de sus estudios en las artes oscuras, había mantenido su rol como uno de los líderes del ejército, y sus habilidades en combate eran legendarias.

La batalla fue feroz, y el miasma parecía consumirlo todo. Los Querubines, purificando el aire, se mantenían a salvo, mientras los Serafines disparaban flechas de luz desde las alturas. Pero los Ángeles estaban en el frente, enfrentando directamente las hordas oscuras.

En medio del caos, Zakarius fue gravemente herido. Mientras caía al suelo, su vida comenzó a desvanecerse. Pero en su mente, una única esperanza brillaba: su filacteria. Sabía que, aunque muriera en ese campo de batalla, su conciencia viviría, esperando el momento adecuado para regresar.

Sin embargo, antes de que pudiera ser rescatado, algo inesperado ocurrió. Los Serafines, encargados de la vigilancia del plano, habían descubierto sus oscuros estudios. Cuando Zakarius cayó, en lugar de ser condecorado como un héroe, fue juzgado como un traidor. Los ángeles superiores, que lo respetaban, fueron incapaces de defenderlo. La verdad de su traición había salido a la luz. Zakarius fue ejecutado por sus propios hermanos celestiales, y su nombre fue borrado de la historia de los Ángeles, condenado al olvido.

Pero lo que ellos no sabían era que la filacteria seguía oculta, esperando, alimentándose lentamente de la energía residual del plano, hasta que, cientos de años después, la conciencia de Zakarius comenzaría a despertar una vez más…

La oscuridad era lo único que Zakarius podía percibir. Flotaba en el vacío, sin forma, sin tiempo, sin sentido de sí mismo. Su mente estaba fragmentada, atrapada en un ciclo interminable de olvido. Pero algo comenzaba a cambiar. Una chispa de conciencia rompía esa negrura, trayendo consigo un dolor indescriptible.

Despertó, aunque la palabra "despertar" no parecía correcta. No había cuerpo al que aferrarse, no había nada tangible. Solo estaba... allí. Un ser de pura energía, atrapado en un espacio reducido, confinado por límites invisibles.

"¿Quién soy...?" La pregunta resonaba en su mente, pero no había respuesta. Era como si algo importante estuviera enterrado profundamente en su ser, inalcanzable.

Con el paso del tiempo —si es que el tiempo existía en ese lugar—, fragmentos de memoria empezaron a regresar, pero estaban rotos, incompletos. Recordaba luchas, una guerra... ¿había sido un guerrero? ¿Había caído en combate? No lo sabía. Su identidad, su propósito, todo estaba cubierto por una espesa niebla.

Pero en medio de esa confusión, una verdad se filtró: estaba atrapado. Encerrado en algo. Y, de alguna manera, él mismo había provocado esto.

El tiempo pasaba, y Zakarius comenzó a notar algo más. A pesar de la prisión en la que se encontraba, su conciencia podía extenderse, más allá de esos límites, aunque de manera débil y vacilante. Al principio, fue solo un destello: una habitación oscura, el eco distante de voces que no lograba comprender.

Con cada intento, sus proyecciones se hacían más claras. Gradualmente, logró ver la academia, el lugar donde su filacteria había sido escondida. La academia militar central se mantenía casi igual que en sus recuerdos borrosos, aunque todo parecía más moderno, más estructurado. Nuevos ángeles y serafines entrenaban, pero ahora, había algo más que captaba su atención. Una sensación incómoda de desconocimiento lo envolvía, como si algo importante se le estuviera escapando.

A través de los corredores y cámaras, Zakarius se dio cuenta de que no podía proyectar su imagen física, pero sí su percepción. Como un espectro, podía observar sin ser visto, lo que lo llenó de alivio y temor al mismo tiempo. Necesitaba mantenerse oculto, incluso sin entender del todo por qué. Sabía instintivamente que no podía dejar que nadie percibiera su presencia.

"¿Por qué estoy aquí...?", se preguntaba una y otra vez. La academia estaba tan cerca, pero al mismo tiempo, la sensación de alienación crecía. Las voces de los nuevos reclutas resonaban en sus oídos. Escuchó fragmentos de conversaciones: las fuerzas nigrománticas aún eran una amenaza, pero algo en el tono de los entrenadores le hacía pensar que la guerra no era tan intensa como antes.

Y entonces, un detalle se le escapó entre los recuerdos vagos: la filacteria. Algo sobre ese término lo hizo estremecerse. Recordaba haber hecho algo... algo peligroso. Pero el qué y el por qué seguían fuera de su alcance.

Con cada proyección de su conciencia, Zakarius ganaba control sobre su entorno. Se dio cuenta de que, aunque no podía interactuar físicamente, era capaz de seguir el rastro de las energías que fluían en la academia. La magia de Eternal, que una vez fue tan familiar, ahora le resultaba extraña, pero podía percibir su presencia, y eso lo ayudó a mantenerse oculto.

Sin embargo, cada vez que intentaba explorar más allá de la academia, una fuerza lo jalaba de regreso. La filacteria lo ataba, como un ancla, y aunque no recordaba completamente por qué estaba ahí, comenzaba a darse cuenta de que no era algo natural. Había hecho algo que iba en contra de las leyes celestiales. Eso lo llenaba de una profunda inquietud.

En una de sus proyecciones, se adentró en la sala de archivos antiguos. Ahí, entre textos y pergaminos, encontró algo que le resultaba vagamente familiar. Un relato sobre un ángel traidor que había utilizado artes prohibidas para desafiar el ciclo natural de la vida y la muerte. Aunque no había nombres, las palabras resonaron en su mente como un eco distante.

"Ángel traidor..." Las palabras lo atormentaban. ¿Podía ser él ese ángel? Algo en su ser le decía que sí, pero aún faltaban piezas en el rompecabezas de su memoria.

Decidió que necesitaba respuestas. La academia militar central estaba llena de guardianes, tanto vivos como espirituales, y aunque no sabían de su presencia, el riesgo de ser descubierto estaba latente. Cada proyección lo debilitaba, y cada intento de explorar lo dejaba más vulnerable. Pero si iba a entender su situación, si iba a recordar quién era realmente, necesitaba arriesgarse.

Los días, o lo que Zakarius percibía como días, pasaban lentamente en su prisión dentro de la filacteria. Con cada proyección de su conciencia, su control sobre el entorno se hacía más preciso. Aunque no recordaba del todo su propósito, comenzaba a entender que el mundo exterior lo temía y que él debía mantener su existencia oculta. Cada intento de adentrarse más allá de los límites de la academia lo debilitaba, como si algo le advirtiera que no estaba listo para hacerlo.

Pero fue durante una de sus exploraciones nocturnas que algo inesperado ocurrió. Mientras su percepción vagaba por los dormitorios de los jóvenes reclutas, su esencia fue atraída hacia uno de ellos de manera involuntaria. Sintió un tirón, como si la mente de uno de los ángeles en formación hubiera abierto una puerta que él podía cruzar. Antes de poder resistirse, Zakarius se vio sumergido en un torrente de imágenes desordenadas.

Estaba dentro de un sueño.

El recluta, un joven ángel en su primera fase de entrenamiento, soñaba con batallas heroicas. Las imágenes eran vagas, borrosas, pero lo que Zakarius sintió fue inconfundible: miedo, inseguridad, y un deseo desesperado de aprobación. Mientras observaba, algo en él hizo clic. Podía interactuar en este espacio.

Zakarius extendió su conciencia y, con solo un pensamiento, las imágenes del sueño comenzaron a cambiar. El campo de batalla se disolvió, y en su lugar, una figura majestuosa emergió entre las sombras: él mismo, aunque aún sin recordar por completo su identidad. Su forma proyectada era poderosa, imponente, una versión idealizada de lo que alguna vez fue. El joven recluta miraba la figura con asombro, mientras el propio Zakarius se mantenía en silencio, observando el poder que ahora poseía.

Al despertar, el ángel joven no recordaría haber visto la figura con claridad, pero el impacto en su subconsciente ya estaba hecho. Zakarius había plantado una semilla.

Zakarius pronto se dio cuenta de que su capacidad para invadir los sueños no era un accidente. Era una extensión de su poder nigromántico, una habilidad que había olvidado pero que comenzaba a redescubrir. Aunque aún no podía interactuar físicamente con el mundo, el plano de los sueños era suyo para moldear.

Decidió poner su descubrimiento a prueba. Noche tras noche, proyectaba su esencia en los dormitorios de los reclutas más jóvenes, los más inexpertos, aquellos cuyas mentes eran más maleables. Con cada invasión, Zakarius no solo observaba, sino que comenzaba a intervenir en sus sueños, dejando pequeñas marcas: una figura en la distancia, una voz susurrante que prometía poder, seguridad, reconocimiento.

Los reclutas no se daban cuenta de la presencia intrusa en sus mentes, pero al despertar, sus pensamientos estaban ligeramente cambiados. Algunos empezaron a sentir una atracción inexplicable hacia la oscuridad, otros una lealtad creciente hacia una figura que no podían identificar del todo. Sin saberlo, se estaban volviendo seguidores de Zakarius, movidos por sus propias ambiciones y deseos, que él manipulaba en sus sueños.

"Soy más poderoso de lo que recordaba...", pensaba Zakarius mientras observaba los primeros frutos de su manipulación. Estos jóvenes ángeles serían sus primeros peones, y aunque no recordaba por completo su plan original, sabía que necesitaba construir una base de poder si quería alcanzar lo que alguna vez había buscado.

A medida que dominaba esta nueva habilidad, Zakarius comenzó a trabajar con más precisión. Se aseguraba de no ser demasiado evidente; las intervenciones debían ser sutiles. Una pequeña insinuación aquí, un empujón hacia la duda allá. Sus víctimas comenzaban a cuestionar las enseñanzas de la academia, a desconfiar de los serafines y otros superiores.

Un recluta en particular, un joven llamado Elian, captó la atención de Zakarius. Elian era especialmente talentoso, pero también inseguro, buscando la aprobación de sus superiores. Era el candidato perfecto. En sus sueños, Zakarius le mostraba visiones de grandeza, de cómo podría superar a sus compañeros si tan solo seguía los pasos correctos, si abrazaba una fuente de poder que aún no comprendía.

"Te están mintiendo," susurraba Zakarius en los sueños de Elian. "El verdadero poder no se encuentra en la luz, sino en aquello que te niegan."

Elian despertaba cada vez más convencido de que estaba destinado a algo más grande, y con el tiempo, sus acciones en la academia comenzaron a reflejar su creciente lealtad hacia la figura oscura que visitaba sus sueños. Aunque no podía nombrarlo, Zakarius ya estaba creando una red de futuros seguidores, sirvientes que estarían dispuestos a dar su vida por su resurgimiento.

Pero Zakarius sabía que no podía precipitarse. Necesitaba ser paciente. Si alguno de sus reclutas más jóvenes comenzaba a actuar de manera demasiado sospechosa, la academia podría notar algo. Debía mantener sus intervenciones en la sombra, asegurándose de que cada paso fuera imperceptible hasta que estuviera listo para dar el siguiente golpe.

La academia militar central estaba acostumbrada a recibir visitantes de renombre, pero la llegada de un Querubín de alto rango de las Repúblicas Oligarcas Celestiales era un evento inusual. Este pequeño país neutral, que se había independizado hace siglos, había conseguido sobrevivir y prosperar a pesar de su escasez de recursos. No habían participado directamente en las guerras contra los nigromantes, lo que les había permitido concentrarse en el avance científico y el desarrollo de una célebre economía mercantil.

Su moneda, el Solaris, era ampliamente aceptada en casi todas las regiones, un símbolo de su influencia creciente en el plano celestial. Los oligarcas que gobernaban las repúblicas eran figuras poderosas, y sus hijos, aunque jóvenes y en apariencia inofensivos, eran vistos como herederos de esa influencia y riqueza.

El Querubín que visitaba la academia era el hijo de uno de los tres oligarcas más poderosos de las repúblicas. A pesar de su apariencia juvenil, su presencia había generado gran expectación. Elior, como se llamaba, era conocido no solo por su linaje, sino también por su inteligencia. Aunque apenas un niño por su naturaleza querubínica, era tratado con respeto por los altos mandos de la academia debido a su posición y el poder de su familia..