Capítulo 1:
El viento de la mañana era frío, aunque el cielo anunciaba un día despejado. Adrian se detuvo frente a la entrada de su nueva escuela, observando las altas puertas metálicas que parecían más una barrera que una bienvenida. Apretó las correas de su mochila de lona, sintiendo el peso tanto de los libros como de la incertidumbre. No era la primera vez que cambiaba de escuela, pero el nerviosismo siempre lo acompañaba en estos momentos.
Entró, caminando despacio por los pasillos que se iban llenando de estudiantes. Se sentía ajeno, como si estuviera viendo todo desde una película, pero sabía que pronto sería parte de esa rutina.
—Oye, tú eres nuevo, ¿no? —una voz masculina y despreocupada lo detuvo.
Adrian levantó la mirada, sus ojos verdes encontrándose con un par de ojos azules que parecían atravesarlo. El chico que lo había abordado era alto, bastante más que él, con una chaqueta de cuero que le colgaba sobre los hombros de manera despreocupada. Su pelo negro caía en capas desordenadas sobre sus hombros, y la expresión de su rostro reflejaba una mezcla de curiosidad y desafío.
—Sí, lo soy —respondió Adrian, con la misma calma que siempre usaba para protegerse de situaciones incómodas—. ¿Por qué lo preguntas?
—Se nota —el chico sonrió, un gesto que no llegaba a sus ojos—. Nunca te había visto por aquí. Me llamo Alex. —Extendió su mano con una naturalidad que Adrian no esperaba.
Adrian dudó un segundo antes de estrecharla. La mano de Alex era fuerte, como si toda su presencia física se concentrara en ese simple gesto.
—Adrian.
—¿Te están molestando ya? —Alex arqueó una ceja, mirando de reojo a un grupo de chicos que pasaban hablando en voz alta—. Aquí algunos pueden ser pesados con los nuevos.
—No, para nada —Adrian soltó su mano y acomodó su mochila—. Apenas estoy empezando.
—Bueno, pues buena suerte. —Alex lo observó por un segundo más antes de soltar una risa baja—. Te veo luego, Adrian.
Alex se alejó con la misma facilidad con la que había aparecido, dejándolo de pie en medio del pasillo. Adrian lo siguió con la mirada, notando cómo la gente se apartaba sin siquiera pensarlo para dejarlo pasar. Había algo en Alex que capturaba la atención, pero no sabía si era su confianza o su actitud despreocupada.
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Las primeras horas de clases transcurrieron como en cualquier otra escuela: profesores explicando reglas, compañeros mirándolo de reojo y susurrando sobre "el nuevo". Adrian estaba acostumbrado a ese tipo de miradas, así que se limitó a escuchar la lección y a tomar apuntes.
Sin embargo, su mente volvía una y otra vez al encuentro con Alex. Había algo en él que le intrigaba, una especie de energía que contrastaba fuertemente con su propio estilo. A lo largo del día, escuchó algunos rumores sobre Alex. Al parecer, era conocido por meterse en problemas, pero también por ser increíblemente leal a sus amigos. Esa mezcla de características solo aumentaba su curiosidad.
Al final del día, Adrian decidió quedarse un rato más en el patio de la escuela, observando el lugar con calma. Se sentó en un banco, sacando un libro de su mochila. A medida que leía, los murmullos y sonidos de los estudiantes que se despedían y salían de la escuela se desvanecían.
—¿De verdad te quedas a leer después de clases? —La voz de Alex lo sacó de su concentración.
Adrian levantó la mirada y allí estaba él, apoyado contra un árbol cercano, mirándolo con una media sonrisa en el rostro.
—Me ayuda a desconectar un poco —respondió Adrian, cerrando el libro con tranquilidad.
—Interesante —comentó Alex, caminando hacia el banco y sentándose sin preguntar—. La mayoría de la gente está loca por salir corriendo de aquí.
—Supongo que no soy como la mayoría —Adrian le devolvió la mirada.
—Ya lo veo —dijo Alex, observándolo con más atención de la que Adrian esperaba.
Un incómodo silencio se instaló entre ellos, aunque no parecía molestar a ninguno de los dos. Adrian lo rompió primero.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí todavía?
Alex se encogió de hombros.
—Esperaba a unos amigos, pero parece que se han retrasado. —Se recostó hacia atrás, mirando el cielo—. Así que aquí estoy, compartiendo el tiempo con el nuevo.
Adrian soltó una ligera risa, una que no esperaba.
—Pues gracias por compartir tu tiempo conmigo.
Alex lo miró de reojo, como si estuviera evaluándolo nuevamente, pero no dijo nada más. Ambos permanecieron en silencio por un rato, hasta que el teléfono de Alex vibró en su bolsillo.
—Ahí están —dijo, levantándose de un salto—. Nos vemos mañana, Adrian. —Le lanzó una última mirada antes de irse corriendo hacia la salida.
Adrian lo vio irse, sintiendo una extraña mezcla de curiosidad y confusión. Nunca había conocido a alguien como Alex. Y aunque era el primer día, sabía que este chico, con su aire rebelde y su energía arrolladora, iba a ser alguien importante en su nueva vida.
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Esa noche, al llegar a su casa, Adrian no pudo dejar de pensar en la forma en que Alex lo había mirado, como si hubiera algo más detrás de su actitud despreocupada. Sabía que no debía involucrarse demasiado, pero una parte de él quería saber más.
El día estaba llegando a su fin, y aunque Adrian había esperado poder terminarlo en silencio, con su libro como única compañía, el destino parecía tener otros planes. Cuando Alex se levantó para reunirse con sus amigos, Adrian pensó que sería lo último que sabría de él ese día. Sin embargo, apenas unos minutos después de que Alex se marchara, lo vio regresar caminando hacia él con las manos en los bolsillos y una expresión despreocupada.
—Oye, ¿vives lejos de aquí? —preguntó Alex, inclinando la cabeza ligeramente.
Adrian, sorprendido por el repentino interés, parpadeó un par de veces antes de responder.
—No mucho. A unas pocas cuadras.
—Perfecto —dijo Alex, sonriendo—. Te acompaño.
Adrian dudó por un momento. No solía aceptar compañía tan fácilmente, y mucho menos de alguien que acababa de conocer. Sin embargo, había algo en la manera en que Alex lo miraba, algo que le daba la impresión de que no era una simple oferta casual. Parecía más bien un intento de conocerlo mejor, de desentrañar el misterio que, al parecer, Adrian representaba para él.
—Está bien —respondió finalmente, guardando su libro en la mochila—. Si no te molesta.
—Nada de eso. Me vendría bien un poco de aire fresco.
Ambos comenzaron a caminar hacia la salida de la escuela. Los estudiantes que quedaban los observaban de reojo, algunos con curiosidad, otros con sorpresa. Parecía que la figura de Alex, con su actitud desafiante y despreocupada, no solía mezclarse con chicos como Adrian, más reservados y tranquilos. Pero para Alex, eso no parecía importar. De hecho, su interés por Adrian solo parecía crecer con cada paso que daban.
Mientras caminaban, Alex intentó iniciar una conversación ligera.
—¿Qué tal el primer día? ¿Demasiado aburrido?
—Podría ser peor —respondió Adrian con una leve sonrisa—. Supongo que ya me acostumbraré.
—Sí, lo entiendo. Este lugar puede ser un poco… ¿cómo decirlo? —Alex hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. Repetitivo. Pero si sabes dónde buscar, hay cosas interesantes por aquí.
Adrian lo miró de reojo, notando la facilidad con la que Alex hablaba. Era obvio que tenía una confianza natural, pero también una especie de intensidad que se ocultaba tras esa fachada despreocupada. No sabía aún si era algo positivo o no.
Después de unos minutos de silencio, llegaron a una esquina donde el sol empezaba a desaparecer, dejando un brillo dorado en el horizonte. Fue entonces cuando Alex rompió el silencio de manera inesperada.
—Oye, he notado algo. —La voz de Alex bajó de tono, como si estuviera a punto de preguntar algo que había estado guardando por un tiempo.
Adrian lo miró, expectante.
—Esos calentadores en tus brazos… ¿por qué los usas?
Adrian sintió un pequeño nudo formarse en su estómago. No era la primera vez que le preguntaban, y sabía cómo evadir la respuesta. Sin embargo, la pregunta viniendo de Alex, con quien apenas había compartido una conversación superficial, lo tomó por sorpresa.
—Me gustan —respondió, intentando que su tono no revelara la incomodidad que sentía—. Son cómodos.
Alex no pareció satisfecho con esa respuesta. Arqueó una ceja, sin dejar de caminar a su lado.
—¿Cómodos? —repitió, casi burlón—. No parece una razón suficiente.
Adrian se encogió de hombros, sin querer ahondar más en el tema.
—No siempre hay que tener una razón para todo, ¿no?
Alex soltó una risa baja, pero no dijo nada más. Sin embargo, el ambiente se había vuelto un poco más denso, y Adrian podía sentir que, aunque Alex había dejado el tema, no lo había olvidado. Aun así, agradecía que no hubiera insistido.
Continuaron caminando por calles más tranquilas, alejándose del bullicio de la escuela. Las hojas de los árboles comenzaban a caer con el viento suave del otoño, creando una escena casi apacible a su alrededor. Sin embargo, Adrian no podía quitarse de la cabeza la pregunta de Alex. ¿Por qué había querido saber sobre sus calentadores? ¿Era solo curiosidad o había algo más detrás?
—¿Siempre eres así de evasivo? —preguntó Alex de repente, rompiendo el silencio una vez más.
Adrian lo miró, sorprendido por la franqueza de la pregunta.
—No soy evasivo —se defendió—. Solo no creo que sea necesario hablar de todo con gente que acabo de conocer.
Alex sonrió, una sonrisa ladeada que no llegaba a ser completamente divertida pero tampoco molesta.
—Sabes, me gustan las personas misteriosas. Siempre es interesante intentar descubrir qué están ocultando.
Adrian sintió cómo su corazón latía un poco más rápido. No sabía si Alex estaba bromeando o si realmente lo estaba presionando para obtener una respuesta.
—No estoy ocultando nada —respondió Adrian, su tono más firme de lo que esperaba—. Solo soy alguien normal, como cualquiera.
—Nadie es solo "normal", Adrian —replicó Alex, mirándolo con intensidad—. Y tú menos que nadie.
El silencio que siguió fue incómodo, pero Adrian no sabía cómo responder a eso. No estaba acostumbrado a que lo leyeran tan fácilmente, y menos en su primer día en un lugar nuevo. Había aprendido a construir muros, a no dejar que la gente se acercara demasiado, pero Alex parecía tener una habilidad para atravesarlos con una facilidad desconcertante.
Finalmente, llegaron a la calle donde vivía Adrian. Se detuvo frente a la entrada de su edificio y miró a Alex, que seguía observándolo con esa misma expresión intrigada.
—Bueno, aquí vivo yo —dijo Adrian, intentando terminar la conversación de manera casual.
—Vaya, cerca de la escuela. Eso es práctico —comentó Alex, mirando el edificio antes de volver la vista a Adrian—. ¿Mañana te veo en el mismo lugar?
Adrian asintió, sin estar seguro de cómo interpretar la pregunta.
—Sí, claro.
Alex sonrió, pero esta vez su sonrisa fue más suave, menos desafiante.
—Perfecto. Nos vemos mañana, entonces.
Se dio la vuelta para marcharse, pero antes de irse del todo, miró por encima del hombro una última vez.
—Ah, y por cierto, si alguna vez te apetece hablar de lo que sea, ya sabes dónde encontrarme. No soy del tipo que juzga.
Adrian no supo qué responder a eso. Solo vio cómo Alex se alejaba, con las manos en los bolsillos, caminando con su habitual aire de confianza. Cuando desapareció de su vista, Adrian entró al edificio, pero no pudo evitar sentir una sensación extraña en el estómago. Alex había dejado algo en él, una duda, una curiosidad. ¿Por qué estaba tan interesado en él? ¿Y por qué le costaba tanto dejar de pensar en eso?
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, la conversación con Alex seguía repitiéndose en su cabeza. Se había guardado muchas cosas, como siempre lo hacía, pero algo en su interior le decía que esta vez sería diferente. Y esa sensación, por mucho que le costara admitirlo, lo asustaba un poco.
Después de despedirse de Alex y entrar en su habitación, Adrian dejó caer su mochila en el suelo y se sentó en el borde de su cama. Se sentía extraño, como si algo dentro de él hubiera cambiado solo por la conversación que había tenido. Se desabrochó la camisa negra lentamente, sintiendo el peso de los eventos del día, pero lo que más lo perturbaba era lo que había sentido cuando Alex le había preguntado sobre los calentadores.
Con un suspiro pesado, comenzó a quitarse uno de los calentadores, revelando lentamente las marcas que había estado ocultando durante tanto tiempo. Sus brazos, delgados pero tensos, mostraban profundas cicatrices queloides que se extendían desde el codo hasta las muñecas. Eran gruesas, desiguales y exageradas, como un mapa doloroso de experiencias pasadas que jamás compartía con nadie. La mayoría de las personas no entendían. Era más fácil ocultarlas, pretender que no existían. Pero, en ese momento, al mirarlas bajo la tenue luz de su habitación, se sintió expuesto, vulnerable.
Adrian deslizó sus dedos sobre las cicatrices, como si pudiera borrar con el tacto las marcas físicas que le recordaban que su vida no había sido fácil. Que había habido momentos oscuros, luchas internas que pocos podían comprender. Su vida, la mayor parte del tiempo, no había sido una historia de felicidad.
De repente, el zumbido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Lo tomó de su cama, viendo un mensaje de Alex.
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Alex: "¿Qué tal? ¿Todo bien en casa?"
Adrian se quedó mirando el mensaje por un momento, sorprendido de que Alex aún se estuviera tomando el tiempo para hablar con él.
Adrian: "Sí, todo bien. ¿Y tú?"
Alex respondió rápidamente, como si estuviera esperando una excusa para continuar la conversación.
Alex: "Todo tranquilo. Oye, estaba pensando... mañana paso por ti, ¿qué te parece? Así llegamos juntos."
Adrian frunció el ceño. No estaba acostumbrado a que alguien le ofreciera compañía de forma tan abierta. Se sentía fuera de lugar, pero, al mismo tiempo, una parte de él estaba tentada a aceptar.
Adrian: "No tienes que hacerlo. Vivo cerca."
El teléfono vibró casi de inmediato.
Alex: "No es que tenga que hacerlo, es que quiero hacerlo. Además, es más divertido con compañía. ¿Qué dices?"
Adrian sonrió sin darse cuenta. Aunque intentaba mantener la distancia, algo en la persistencia de Alex lo hacía sentir un poco más cómodo, como si no estuviera solo en este lugar nuevo y desconocido.
Adrian: "Está bien. Nos vemos mañana entonces."
Alex: "Genial. Paso por ti a las 7:30. Descansa."
Adrian: "Tú también."
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Adrian dejó su teléfono en la mesa de noche, pero no pudo evitar que la conversación siguiera rondando en su cabeza. Alex no solo era persistente, también era amable, de una manera que no esperaba. Era raro, pero no desagradable.
Mientras apagaba las luces y se dejaba caer en la cama, Adrian pensó en lo rápido que había cambiado todo desde que había conocido a Alex. Durante tanto tiempo había mantenido una barrera a su alrededor, un escudo invisible que lo protegía de la cercanía de los demás. Pero Alex parecía estar encontrando una manera de derribar ese escudo sin siquiera intentarlo.
Se acostó de lado, mirando la oscuridad de su habitación, pero sus pensamientos se quedaron anclados en la figura de Alex. ¿Por qué se interesaba tanto en él? ¿Era solo curiosidad, o había algo más? Y más importante, ¿qué significaba para Adrian este repentino cambio en su vida? Porque, aunque tratara de negarlo, algo dentro de él estaba cambiando. Tal vez, después de todo, la vida que había conocido hasta ahora, la soledad, el ocultarse, estaba a punto de transformarse.
Con un suspiro largo y profundo, cerró los ojos, pero no pudo dejar de pensar en lo que vendría después. Una nueva escuela, un nuevo amigo, y quizá, solo quizá, una nueva oportunidad de dejar atrás el dolor de su pasado. Pero esa idea, aunque esperanzadora, lo asustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
A las 7:25 de la mañana, Adrian aún estaba en su habitación, mirando distraídamente el armario abierto frente a él. Tenía puesta una camiseta negra y sus pantalones anchos, pero había algo que le faltaba. El reloj de la mesilla de noche marcaba la hora y, por alguna razón, su mente estaba dispersa. Había dormido poco, pasando buena parte de la noche pensando en Alex y en la extraña sensación de apertura que había experimentado el día anterior.
Al sonido de una notificación en su teléfono, Adrian se sobresaltó. Era Alex, y al ver el mensaje, la realidad lo golpeó de repente.
Alex: "Estoy abajo. Cuando estés listo, baja."
Adrian dejó el móvil sobre la cama y, cuando sus ojos bajaron hacia sus brazos, se dio cuenta de lo que había olvidado. Los calentadores. Estaban sobre la silla junto a la ventana, y por un segundo, pensó en no ponérselos. Pero la imagen de sus cicatrices afloró en su mente. No estaba listo para que nadie las viera, y mucho menos Alex. Con rapidez, se los puso, ajustando la tela alrededor de sus muñecas con movimientos que denotaban la práctica de alguien que había repetido esta acción innumerables veces.
Cogió su mochila y salió corriendo por las escaleras. Antes de abrir la puerta, tomó una respiración profunda. Allí estaba Alex, de pie junto a su bicicleta, su chaqueta de cuero oscura y esa sonrisa despreocupada que parecía iluminar incluso las mañanas más nubladas.
—¡Eh! —saludó Alex mientras hacía un gesto con la mano—. Justo a tiempo. ¿Todo bien?
Adrian asintió, cerrando la puerta tras de sí. La mañana estaba fresca, y había una leve brisa que agitaba el cabello de ambos. Mientras caminaban juntos hacia la escuela, Adrian notó algo que no había percibido antes: la confianza natural que irradiaba Alex. Era como si el mundo no pudiera tocarlo.
—Pensé que te habías dormido —comentó Alex con una risa ligera mientras le daba un suave empujón en el hombro.
Adrian sonrió levemente, todavía incómodo con la cercanía de alguien que apenas conocía.
—No, solo estaba... distraído —murmuró.
Alex lo miró de reojo, claramente notando su vacilación, pero decidió no presionarlo. En lugar de eso, cambió de tema, sacando su teléfono de su bolsillo.
—¿Te gustaría escuchar música? —preguntó, ofreciéndole uno de los auriculares.
Adrian lo miró sorprendido, sin saber muy bien cómo responder. No estaba acostumbrado a la amabilidad de otros chicos, y menos a gestos tan simples como compartir música.
—Claro, ¿por qué no? —dijo finalmente, tomando el auricular y poniéndoselo.
Mientras caminaban hacia la escuela, la música que fluía a través de los auriculares era una mezcla de rock alternativo y algo más suave, un contraste interesante. Adrian se encontró relajándose poco a poco, aunque todavía era consciente de los calentadores en sus brazos. Se preguntaba si Alex había notado que casi se los olvidaba, pero, para su alivio, no había dicho nada al respecto.
Al llegar a la entrada de la escuela, varios compañeros de Alex los vieron acercarse. Un chico alto, de cabello rubio alborotado y expresión despreocupada, levantó la mano para saludarlo desde la distancia.
—¡Alex! —gritó—. ¡Pensé que no vendrías hoy, tío!
Alex soltó una carcajada y le dio una palmada amistosa a Adrian en el hombro.
—Vine acompañado esta vez, Jamie —respondió, señalando a Adrian con la cabeza.
Jamie miró a Adrian por primera vez y sonrió de manera afable.
—¡Ah, sí! El nuevo. —Se acercó y le ofreció la mano—. Jamie. Encantado de conocerte.
Adrian, algo sorprendido por la amabilidad de Jamie, estrechó su mano tímidamente.
—Adrian —dijo, su voz baja.
—No te preocupes, Adrian —intervino Alex—. Jamie parece intimidante, pero es un osito de peluche en el fondo.
—¡Oye! —Jamie fingió estar ofendido, pero luego rió—. Solo porque soy alto no significa que sea intimidante. Deberías conocer a mi hermana, ella es la verdadera amenaza.
El grupo siguió caminando, y a medida que entraban en los pasillos de la escuela, más compañeros de Alex los saludaban. Adrian notó que Alex era bastante popular, y, aunque no sabía si eso le incomodaba o lo tranquilizaba, estaba agradecido de que Alex no lo dejara solo.
Pronto, se encontraron frente a su primera clase del día: Historia. El aula estaba llena de estudiantes charlando entre ellos, preparándose para lo que claramente sería una clase poco emocionante.
—Toma asiento, te guardé un sitio —dijo Alex, señalando una silla vacía junto a él.
Adrian asintió y se sentó rápidamente, sintiéndose un poco más cómodo por la familiaridad de estar cerca de Alex. Mientras el profesor comenzaba a hablar sobre la Revolución Industrial, Adrian no pudo evitar notar que algunos compañeros seguían mirándolo con curiosidad. Estaba acostumbrado a pasar desapercibido, así que esta nueva atención lo hacía sentir inquieto.
De repente, Alex se inclinó hacia él y susurró:
—¿Aburrido, verdad? Este profesor tiene el poder de convertir cualquier cosa interesante en un monólogo soporífero.
Adrian sonrió levemente y asintió.
—Definitivamente no es el mejor orador —admitió.
A lo largo de la clase, Alex siguió haciendo pequeños comentarios y chistes en voz baja, lo que ayudó a que el tiempo pasara más rápido. Adrian se sorprendió de lo fácil que era relajarse a su lado. Incluso cuando el profesor hizo una pregunta inesperada y Adrian se quedó en blanco, Alex intervino rápidamente para cubrirlo, como si fuera lo más natural del mundo.
—Está bien, lo tenemos —susurró Alex cuando el profesor siguió adelante sin presionarlos.
Adrian no pudo evitar sentirse agradecido. Había algo en la manera en que Alex actuaba que hacía que todo pareciera más fácil, menos abrumador.
La clase terminó, y ambos salieron al pasillo, donde más compañeros de Alex se acercaron a charlar. Adrian permaneció en silencio, escuchando las bromas y conversaciones, sin querer intervenir demasiado. Sin embargo, cada vez que alguien lo incluía en la charla, Alex se aseguraba de hacer que se sintiera bienvenido.
—¿Qué tal ha sido tu primer día hasta ahora? —preguntó uno de los compañeros de Alex, un chico llamado Sam, mientras se dirigían a la siguiente clase.
—Ha estado bien —respondió Adrian con cautela—. Mejor de lo que esperaba.
Sam sonrió y le dio una palmada en la espalda.
—¡Genial! Espero que lo sigas disfrutando. Y no te preocupes, Alex cuida de los nuevos —bromeó, lo que provocó que Alex rodara los ojos en broma.
El día continuó en una secuencia de clases, con más conversaciones, bromas, y la sensación de que Adrian poco a poco empezaba a encajar. Sin embargo, a pesar de lo bien que las cosas parecían ir, una pequeña parte de él seguía sintiéndose incómoda, como si aún estuviera esperando que algo saliera mal.
Mientras se despedían al final del día, Alex se inclinó hacia él con una sonrisa juguetona.
—¿Qué te parece si mañana te recojo de nuevo? —preguntó.
Adrian vaciló un momento antes de asentir.
—Sí, eso suena bien.
—Perfecto. Nos vemos entonces, Adrian —dijo Alex, dándole una palmada en el hombro antes de alejarse.
Adrian observó cómo se iba, sintiendo un extraño cosquilleo en el estómago. Algo estaba cambiando, aunque no sabía exactamente qué. Mientras caminaba de regreso a su casa, no podía evitar preguntarse qué significaba todo esto. Y más importante aún, si estaba listo para dejar que alguien como Alex entrara en su vida.
Aquella noche, mientras se preparaba para dormir, no dejaba de darle vueltas a todo lo que había pasado ese día. Se acostó en su cama, mirando el techo en la oscuridad, y, por primera vez en mucho tiempo, pensó que tal vez, solo tal vez, las cosas podían empezar a mejorar.