Un chico se encontraba en la oscuridad total, rodeado por un silencio abrumador que le hacía sentir como si el aire mismo lo presionara. De repente, dos filas de llamas sin fin comenzaron a aparecer a su alrededor, sus formas indistintas danzando en la penumbra. El corazón del chico latía con fuerza mientras una gigantesca silueta oscura emergía lentamente de la nada, acercándose a él con una presencia amenazante.
Con cada paso que daba la sombra, el chico sentía un escalofrío recorrer su espalda. La figura parecía desvanecerse y reaparecer simultáneamente, como un espejismo aterrador que lo acechaba. Justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, la silueta desapareció por completo, dejándolo en un estado de alivio momentáneo. Pero la tranquilidad fue breve; aún se preguntaba en qué lugar se encontraba.
De repente, las llamas comenzaron a surgir a su alrededor, formando un círculo ardiente. Al principio eran pequeñas y titilantes, pero pronto crecieron en intensidad, danzando y desvaneciéndose en un juego caótico de luz y sombra. El chico observó cómo las llamas variaban entre lo brillante y lo sombrío, hasta que finalmente se estabilizaron por un instante.
En medio de aquel fuego infernal, figuras comenzaron a materializarse. Eran personas con miradas vacías y movimientos torpes, como si estuvieran atrapadas en un estado zombificado. Caminaban hacia él con una determinación inquietante. El chico sintió un nudo en el estómago y cerró los ojos con fuerza. Cuando los volvió a abrir, las figuras estaban tiradas en el suelo, sumergidas en un mar de sangre que cubría sus piernas como una pesadilla hecha realidad.
El terror se apoderó de él cuando la gigantesca silueta oscura reapareció, esta vez revelando su verdadera forma: un monstruo cuadrúpedo con ojos resplandecientes y una boca descomunal que contenía a una persona atrapada entre sus mandíbulas. El chico gritó desesperadamente: ¡Ayuda! Pero su voz se perdió en el abismo.
Con un movimiento brutal, la silueta partió a la persona por la mitad, y el chico sintió una oleada de horror atravesar su ser. En ese instante, una voz resonó en su cabeza como un eco ominoso: ¡Los mataré a todos! La amenaza vibraba en su mente mientras los ecos del grito se desvanecían.
De repente, el chico despertó de su sueño aterrador, empapado en sudor frío como si hubiera salido de una ducha helada. Su corazón seguía latiendo con fuerza mientras la realidad regresaba lentamente a su mente confusa y aturdida. ¿Qué significaba todo esto? ¿Era solo un sueño o algo más oscuro lo estaba acechando?
Ethan respiró hondo, intentando calmar su corazón aún agitado por los ecos de su pesadilla.Tenia 15 años y vivia en una pequeña aldea oculta entre árboles altos y frondosos que parecían susurrar secretos antiguos. Era un lugar apartado del mundo, donde el tiempo parecía detenerse, y la vida transcurría en armonía con la naturaleza.
Ethan era un joven único en su aldea, donde todos compartían el mismo cabello blanco y un pequeño cuerno en la frente. Sin embargo, él se destacaba por no tener ese cuerno y por sus deslumbrantes ojos amarillos, que brillaban con una intensidad especial. Desde pequeño, se preguntaba por qué era diferente de los demás, sintiendo a veces la carga de su singularidad. Su madre, Alma, siempre le recordaba que desde su nacimiento había sido especial, explicándole que sus ojos amarillos eran un regalo que lo hacía único entre su gente de ojos azules. Para Ethan, esa afirmación era un consuelo y un motivo de orgullo; entendía que su diferencia no solo lo separaba, sino que también lo hacía extraordinario y maravilloso a los ojos de su madre. En su corazón, sabía que ser distinto era una bendición que le otorgaba una luz propia en el mundo.
En su aldea, los Agobrejas eran una parte esencial de su día a día. Estas criaturas dóciles, con su pelaje amarillo y negro que recordaba a las abejas, eran el orgullo del lugar. Ethan sonrió al recordar cómo correteaban por los prados, sus pequeñas colas esponjosas moviéndose mientras pastaban. Aunque su olor era fuerte cuando su excremento se secaba al sol, los aldeanos habían aprendido a convivir con ello. Los Agobrejas eran más que animales; eran amigos y compañeros en la vida diaria.
El chico pensó en su padre, Julián, el líder de la aldea y de los cazadores. Era un hombre fuerte y sabio, conocido por su valentía y habilidades para encontrar comida en las zonas cercanas. Los hombres salían a cazar en grupos, siempre atentos a no adentrarse demasiado en el bosque para evitar peligros desconocidos. A veces, cuando lo acompañaba, Ethan se asombraba al ver cómo su padre podía rastrear a los animales con una precisión casi mágica.
Pero esa mañana era diferente; la pesadilla lo había dejado inquieto. Se preguntó si había algo más allá de la seguridad de su hogar. La visión del monstruo y las sombras danzantes aún lo perseguían. ¿Podría haber algo oscuro acechando en el bosque? Decidió que debía hablar con Julián al respecto; tal vez su padre pudiera ayudarlo a entender si esas visiones eran solo producto de su mente o si había algo más real que amenazaba su pequeña aldea.
Mientras se vestía para el día, Ethan sintió una mezcla de temor y curiosidad.
Ethan se vistió con rapidez, su mente aún atrapada en las imágenes de la pesadilla que lo había sacudido esa noche. Al salir de su casa, el aire fresco de la mañana le dio un poco de calma, pero el nudo en su estómago persistía. Decidió que debía encontrar a Julián y hablar sobre lo que había visto, pero primero quería compartir sus inquietudes con sus amigos.
No muy lejos de la aldea, había un pequeño claro rodeado de árboles altos y frondosos. Era su refugio secreto, un lugar donde Anna, Tomás, Lian y él se reunían para contar historias y dejar volar su imaginación. A medida que se acercaba, el sonido de sus risas llenaba el aire, disipando un poco sus temores.
Cuando llegó al claro, sus amigos estaban sentados en el suelo cubierto de hojas secas, con los rostros iluminados por la luz del sol que se filtraba entre las ramas. Ethan los saludó y se unió a ellos, sintiendo un poco de alivio al estar rodeado de su compañía.
—Chicos —comenzó Ethan, su voz temblorosa—. Tengo que contarles algo. Anoche tuve una pesadilla horrible. Vi un monstruo acechando en el bosque... y sombras danzantes a su alrededor.
Los ojos de Anna se abrieron con sorpresa y Tomás dejó caer una ramita que estaba jugando entre sus dedos. Lian frunció el ceño, intentando procesar lo que Ethan acababa de decir.
—¿Un monstruo? —preguntó Anna, casi en un susurro—. ¿Era grande? ¿Cómo era?
Ethan tomó aire antes de responder. —Era oscuro y tenía ojos rojos que brillaban como brasas. Sentí que me observaba desde las sombras... No sé si fue solo un sueño o si hay algo real allá afuera.
Tomás se quedó en silencio por un momento, mirando hacia el bosque como si esperara ver aparecer a la criatura. —¿Y si hay algo ahí? —dijo finalmente—. Tal vez deberíamos investigar.
Lian asintió con seriedad. —Si hay un monstruo, no podemos dejar que asuste a nuestra aldea. Pero también debemos ser cuidadosos; no podemos correr riesgos innecesarios.
Ethan sintió cómo la mezcla de temor y curiosidad crecía dentro de él. ¿Deberían realmente aventurarse en el bosque? La idea lo aterrorizaba y emocionaba a la vez. Miró a sus amigos, sintiendo una conexión fuerte entre ellos.
—Podemos hacerlo juntos —dijo Ethan con determinación—. Si hay algo oscuro acechando allá afuera, debemos enfrentarlo como amigos.
Los rostros de sus amigos se iluminaron con una mezcla de valentía y aprehensión, sabiendo que la aventura podría llevarlos a descubrir algo más grande que ellos mismos. Así, juntos decidieron prepararse para explorar el bosque y desentrañar los misterios que acechaban en la oscuridad.
La luna brillaba intensamente en el cielo cuando Ethan finalmente llegó a casa, su corazón aún latiendo con la adrenalina de la aventura que había compartido con sus amigos. Sin embargo, al cruzar el umbral de la puerta, se encontró con la mirada severa de su madre, Alma.
—¡Ethan! —exclamó, su voz resonando en el silencio de la noche—. ¿Dónde has estado? ¡Es casi medianoche!
Ethan sintió un escalofrío recorrer su espalda. —Estábamos en el claro, mamá. Solo contando historias...
Alma frunció el ceño, sus ojos destilando preocupación y enfado. —Siempre te lo he dicho: no salgas de la aldea. No sabes lo que hay más allá de estos árboles. Es peligroso.
La frustración burbujeaba dentro de Ethan, pero se contuvo. ¿Por qué no podía entender que había algo más allá de su pequeño mundo? Pero antes de que pudiera articular sus pensamientos, la puerta se abrió de nuevo y Julián apareció en el umbral.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó, notando la tensión entre madre e hijo.
—Tu hijo salió nuevamente de la aldea —respondió Alma, cruzando los brazos sobre su pecho.
Julián soltó un suspiro cansado y se pasó una mano por el cabello. —Ethan, sabes que esto lleva un castigo, ¿verdad?
—Lo sé, padre —respondió Ethan con resignación, sintiendo cómo la culpa se mezclaba con su inquietud interna sobre el sueño.
Julián lo miró con ternura, pero también con firmeza. —Mañana tendrás que limpiar el criadero. Ahora ve a dormir; yo necesito descansar.
Ethan asintió, aunque su mente seguía atrapada en las imágenes del monstruo y las sombras danzantes que lo habían perseguido toda la noche. Mientras subía las escaleras hacia su habitación, una pregunta lo atormentaba: ¿por qué había tanto miedo a salir de la aldea? ¿Qué secretos guardaban esos árboles oscuros?
Se metió en la cama y cerró los ojos, pero el sueño no llegaba. La imagen del monstruo seguía acechando en su mente como una sombra persistente. Sabía que tendría que enfrentar no solo el castigo por haber salido, sino también los misterios que lo rodeaban y las respuestas que anhelaba encontrar.
Ethan suspiró y se dio cuenta de que mañana sería un nuevo día; tal vez podría hablar con Julián nuevamente sobre lo que había visto y obtener las respuestas que tanto deseaba. Con esa esperanza en su corazón, finalmente se dejó llevar por el sueño, sin saber que lo esperaba una nueva aventura al amanecer.