Jin Uzui se despertó con el sonido de su alarma, tan puntual como cada mañana. Durante un breve instante, permaneció inmóvil, mirando el techo y deseando poder quedarse así, en ese estado entre el sueño y la vigilia, donde nada era real y él no era alguien a quien moldear y disciplinar. Sabía que si no se levantaba de inmediato, escucharía los pasos de su padre acercándose con ese mismo ritmo constante que le recordaba las reglas de la casa.
Apenas se sentó en la cama, la puerta se entreabrió.
—¿Ya estás despierto? —La voz baja de su padre irrumpió en el silencio, aunque no sonaba curiosa, sino como un recordatorio, una prueba de que cada aspecto de su vida estaba vigilado.
Jin asintió, tratando de sonar despierto y animado, aunque no sentía ninguna de esas dos cosas.
—Sí, ya voy —respondió, su voz un murmullo que apenas rompió el silencio.
El hombre lo miró brevemente, como si evaluara su respuesta, y tras un segundo de tensión, cerró la puerta sin una palabra más. Jin soltó el aire que había estado conteniendo. A veces, sentía que cada interacción con sus padres era un examen interminable que no estaba seguro de aprobar. Los estándares que imponían parecían inalcanzables y cada mañana repetía el mismo ciclo de intentar cumplir con sus expectativas, solo para sentir que nunca era suficiente.
Caminó hacia la cocina, donde el desayuno ya estaba dispuesto en la mesa, como siempre: una tostada, un huevo duro y una pequeña porción de frutas. Su madre estaba sentada en su lugar habitual, hojeando una revista de salud. No lo miró cuando entró; parecía que ni siquiera necesitaba verlo, porque, después de todo, ya había organizado su día al milímetro.
—Es lo suficiente para empezar bien el día —dijo, como si hablara para sí misma, sin apartar la vista de las páginas—. Ya sabes, para que te concentres en tus estudios.
Jin observó su desayuno, cada trozo colocado con precisión, y sintió una punzada en el pecho. La idea de pedir algo diferente cruzó por su mente, pero sabía cuál sería la respuesta. Aun así, el impulso fue más fuerte que él.
—¿Podría, tal vez… probar algo diferente, solo hoy? —preguntó en voz baja, sin atreverse a levantar la mirada.
La revista en las manos de su madre quedó suspendida en el aire. Ella levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de incomprensión y desaprobación que Jin conocía demasiado bien.
—¿Diferente? ¿Para qué cambiar algo que ya funciona? —replicó ella con una frialdad controlada—. Esto es lo que necesitas para rendir bien en la escuela. No deberías distraerte con trivialidades.
La palabra "trivialidades" resonó en su mente, aplastando el pequeño impulso de libertad que había sentido por un instante. Bajó la mirada, sintiendo el peso de cada expectativa que sus padres proyectaban sobre él, expectativas que se sentían como cadenas, como algo que nunca podría romper sin enfrentar consecuencias.
—Sí, mamá —murmuró, y comenzó a comer en silencio, cada bocado un recordatorio de las reglas que gobernaban su vida.
Su padre, que hasta entonces había estado en silencio, dobló el periódico y lo dejó a un lado.
—Tu madre tiene razón —dijo, mirándolo con esos ojos penetrantes que parecían medir cada aspecto de su conducta—. La vida no es para hacer lo que uno quiere, sino para hacer lo que debe. Todo esto es por tu bien, Jin. Para que tengas un buen futuro.
—Lo sé… —respondió, aunque en su interior la frase resonó vacía, sin significado alguno.
Terminó el desayuno en un silencio pesado. Cada masticada era una confirmación de la vida que sus padres le habían diseñado, una vida en la que sus deseos y necesidades personales no importaban
Jin se acercó a la puerta, donde su mochila lo esperaba, siempre dispuesta por su madre con precisión. Al levantarla, sintió el peso no solo de los libros, sino de todas las expectativas y reglas que sus padres cargaban sobre él. Abrió el bolso un instante, revisando rápidamente el contenido: el cuaderno para cada materia, los lápices y bolígrafos en su estuche, y el almuerzo que su madre había preparado. Todo estaba en su lugar, perfecto y ordenado, como siempre.
Se quedó un momento sosteniendo la mochila, sintiendo el impulso de dejarla ahí, de no ir a la escuela, de desaparecer por un día al menos. Pero esa idea solo duró un segundo antes de disiparse; sabía que nunca podría hacerlo sin enfrentar las consecuencias en casa. Suspirando, se la colgó al hombro y salió, cerrando la puerta detrás de él.
El aire matutino le dio la bienvenida, y durante unos breves segundos, Jin sintió una mínima libertad, como si aquel viento ligero le recordara que, fuera de su casa, al menos estaba fuera de la vigilancia constante de sus padres. Mientras caminaba hacia la escuela, se sumió en sus pensamientos, aislado del resto del mundo, de su propia vida.
Apenas había avanzado unos metros cuando escuchó voces a su alrededor. Miró de reojo y notó a un grupo de chicos de su misma edad caminando por la misma acera, riendo y hablando con entusiasmo. Parecía que cada uno tenía algo que contar, algún chiste que compartir, una historia que hacer reír a los demás. Jin sintió una punzada en el pecho; no podía recordar la última vez que había reído así o que había sentido ese tipo de conexión con alguien.
Más adelante, otro grupo de chicas caminaba juntas, hablando animadamente. Dos de ellas se abrazaban y reían por algo que solo ellas entendían. Jin se dio cuenta de que evitaba mirar directamente a estos grupos, como si esa felicidad fuera algo prohibido, un tipo de vida que no estaba hecho para él. Sin embargo, cada carcajada, cada sonrisa despreocupada le parecía un recordatorio cruel de todo lo que él no tenía. Era una visión que contrastaba de forma dolorosa con su propio silencio interior, con el peso que sentía constantemente, como si cada paso hacia la escuela fuera una obligación vacía.
El sonido de un grupo de chicos gritando su nombre trajo su atención de vuelta al presente. Reconoció a un par de compañeros de clase que lo saludaban de lejos, pero su saludo fue un gesto rápido y mecánico, como si no hubiera esperado que ellos realmente quisieran su compañía.
—¡Hey, Jin! —gritó uno de ellos, sonriendo y alzando una mano para llamar su atención. Jin levantó la mano de vuelta, pero su sonrisa se sintió forzada, casi dolorosa.
Cuando siguió caminando, sintió una sensación de vacío aún más intensa, como si estuviera solo, incluso en medio de todos aquellos chicos y chicas que reían y disfrutaban de su mañana.
Mientras avanzaba por la acera, aún absorto en sus pensamientos, Jin levantó la vista y la vio. Allí estaba ella, de pie junto a un grupo de amigas, sonriendo y riendo con esa naturalidad que a él siempre le había parecido casi mágica. Su nombre era Yumi, una chica de su clase que nunca parecía dejar de sonreír y que, de alguna forma, había logrado convertirse en la única razón por la que Jin soportaba cada día de escuela.
Durante un instante, el tiempo pareció detenerse. Jin la miró, incapaz de apartar la vista, mientras el bullicio de los otros estudiantes se desvanecía. Ella tenía esa facilidad para iluminar su entorno; su sonrisa, el brillo en sus ojos, el movimiento ligero de sus manos mientras hablaba. Todo parecía perfecto en ella, tan lejano y fuera de su alcance como una estrella.
Jin sintió el impulso de acercarse, de romper la barrera invisible que siempre había existido entre ellos. Imaginó por un momento que ella lo miraba, que él podría decirle algo ingenioso que la hiciera reír, que quizás encontraría en él algo interesante, algo diferente. En su mente, la escena se desarrollaba de forma sencilla: un saludo, una conversación breve, un chiste tal vez. Algo que pudiera hacerle sentir que, por una vez, alguien lo veía.
Pero esa imagen se desvaneció tan rápido como había llegado. La realidad se impuso, recordándole que él nunca había tenido el valor de acercarse a ella. ¿Qué podría decirle, después de todo? En su mente, cada posible conversación terminaba en silencio, en una sonrisa incómoda de ella mientras buscaba alguna excusa para alejarse. Jin sabía que no era más que un chico silencioso y aburrido, alguien que no tenía nada que ofrecerle.
Yumi no lo vio. Para ella, Jin era solo una cara entre muchas otras, un compañero más en una multitud de rostros que se cruzaban todos los días sin realmente encontrarse. Jin desvió la mirada, sintiendo cómo esa chispa de esperanza se apagaba. Sabía que no tenía sentido insistir en una fantasía que no podía ser real.
El día en la escuela había pasado en un borrón monótono, tan predecible y vacío como siempre. Jin regresó a casa sintiendo el mismo peso de siempre, pero esta vez había un pequeño alivio en el hecho de que sus padres no estaban. Ambos trabajaban hasta entrada la noche, y él tenía el tiempo y el silencio de la casa para sí mismo.
Después de dejar su mochila en su habitación, caminó hacia la sala, donde la computadora familiar lo esperaba. Había aprendido a navegar en internet desde joven, y, con el tiempo, se había vuelto un experto en encontrar páginas y contenido que no eran tan accesibles para cualquiera. Con un suspiro, encendió la pantalla y comenzó a navegar, buscando algo que rompiera con la rutina que parecía devorarlo poco a poco.
Su exploración lo llevó a sitios y foros oscuros, páginas llenas de contenido extraño e inusual. Para Jin, esta búsqueda era una forma de escape, una chispa que, aunque pequeña, le daba cierto alivio. Después de unos minutos de navegación, una imagen llamó su atención: una página completamente en blanco, sin anuncios, sin distracciones. Solo un título en el centro de la pantalla: Claim of Etrea.
Jin frunció el ceño, intrigado. La descripción debajo era mínima, solo una breve frase que prometía un "juego innovador" con "mecánicas revolucionarias". No había imágenes, capturas de pantalla ni reseñas. Solo palabras que parecían desafiantes, como si el creador del sitio estuviera absolutamente seguro de que el juego hablaría por sí mismo.
—Eso es lo que dicen todos los videojuegos —murmuró Jin para sí, con una mezcla de escepticismo y curiosidad—. Pero no pierdo nada probando este juego.
A medida que avanzaba, se dio cuenta de que no iba a ser tan fácil. A diferencia de otros juegos, Claim of Etrea requería varias verificaciones de seguridad, una serie de pasos y contraseñas que parecían interminables. Cualquiera que no tuviera la paciencia o el conocimiento técnico seguramente habría abandonado en ese punto, pero Jin sabía cómo manejarse. Había aprendido a saltarse este tipo de barreras y a evadir las restricciones en internet como si fuera un experto en hacking.
Con manos rápidas y ojos atentos, comenzó a saltarse las verificaciones. Cada obstáculo que el sitio le lanzaba lo superaba con facilidad, y poco a poco, la página fue cediendo hasta que finalmente llegó al enlace de descarga. Un leve escalofrío le recorrió la columna cuando vio lo que tenía frente a él: una página simple, con fondo blanco, el nombre Claim of Etrea en letras oscuras en el centro y, debajo, un pequeño ícono de un ojo, inmóvil y observador.
Era algo extraño, casi perturbador, pero en su mente también tenía cierto encanto. Sin dudarlo, hizo clic en el enlace de descarga y observó cómo el archivo comenzaba a instalarse.
Mientras el archivo de Claim of Etrea se descargaba, Jin notó el icono del juego en el escritorio: un ojo dibujado, pero no con la precisión de un artista. Parecía trazado a lápiz, con líneas irregulares y sombras ásperas, como si alguien hubiera garabateado la imagen con una herramienta de baja calidad. No era un logo impresionante ni sofisticado, pero había algo en esa imperfección que le resultaba inquietante. El ojo parecía mirar directamente hacia él, un trazo oscuro que le daba la impresión de estar bajo vigilancia.
Inquieto, decidió buscar información en internet sobre el juego. Abrió varias pestañas y comenzó a explorar, y, tras unos minutos, se dio cuenta de que la información sobre Claim of Etrea era casi inexistente. La mayoría de los enlaces lo llevaban a callejones sin salida, a foros abandonados o a mensajes de error. Parecía que el juego estaba envuelto en un manto de anonimato, como si no quisiera ser encontrado fácilmente.
Persistente, navegó a través de foros oscuros y subpáginas escondidas, cada vez más convencido de que el juego tenía algo especial, algo que los desarrolladores intentaban proteger o mantener en secreto. Finalmente, después de varios intentos, se topó con un foro viejo, casi desierto, donde encontró una única reseña. El mensaje era breve, escrito por un usuario anónimo, y decía simplemente:
"Tienes que probar este juego..."
Jin se quedó mirando la pantalla, intrigado. No había detalles, ni explicaciones sobre qué hacía el juego especial o diferente. Solo esa simple frase, directa y desafiante. Era casi como si el mensaje estuviera dirigido a él personalmente, llamándolo, incitándolo a probar lo que Claim of Etrea ofrecía.
Sintiendo una mezcla de curiosidad y expectación, cerró las pestañas y miró el ícono del juego, que ahora estaba listo para ser ejecutado. Se mordió el labio, dudando un segundo, pero la curiosidad fue más fuerte. Hizo doble clic en el ícono y, de inmediato, el sistema le pidió permisos de administrador y la aceptación de ciertos términos y condiciones. Jin los revisó brevemente, pero las letras eran pequeñas, el lenguaje confuso, y no quería perder tiempo. Sin pensarlo mucho, aceptó todo y avanzó a la siguiente pantalla.
El juego pidió una confirmación adicional. Otro clic. Su dedo presionó el mouse.
Y, de repente, la pantalla se tornó negra...