Entre que levantaba a Seth e intentaba no caerse, divisó algo a lo lejos, una sombra que observaba desde la distancia. No mostraba ninguna emoción discernible, y Thomas no podía analizar su aura. Sin embargo, lo que sí notó fue un brillo dorado que se desvaneció junto a la sombra. Fue extraño, pero verdaderamente majestuoso. Thomas creyó estar soñando, incluso se planteó la idea de estar muerto, pues nunca había sido testigo de un resplandor tan fuerte y, mucho menos, uno dorado. Las especies más destacadas de la naturaleza sobrenatural eran los magos, pero ellos no poseían ese tipo de brillo. Y si eran residuos, no quería ni imaginarse lo potente que era esa magia; sin embargo, eso era imposible, ya que no existía ningún tipo de magia de color dorado.
—Eso fue muy extraño —cuestionó Tom, aún aséptico ante la situación, terminó de cargar a Seth y caminó. No tenía rumbo fijo, pero necesitaban alejarse de ahí. Sus piernas estaban fatigadas y el chico no despertaba, así que las obligó a caminar; pisando fuerte y respirando con dificultad. Temía por su pronta caída y posterior desmayo, temía por los que rondaban cerca y temía por la vida de su hijo. Levantó el rostro preocupado y pudo ver a alguien que corría hacia ellos. Thomas, con toda la fuerza que le permitió su cuerpo, dejó a Seth en el suelo y preparó un conjuro. Lo arrojó al suelo, rogando porque funcionara, pues sus niveles de fuerza y potencial mágico estaban por los suelos. Cuando estuvo a punto de sobreexigirse, escuchó una voz molesta y preocupada, tan conocida que lo alivió profundamente.
—¡Ni se te ocurra atacarme, imbécil! —protestó Richy, quien se acercaba a pasos apresurados. Sus cabellos color marrón con algunas canas señalaban su edad, su extraño caminar delataba su manía por ser diferente y sus ojos grises fueron testigos del desvanecimiento total del poder de Thomas, quien se desplomó poco después de ver el rostro de su mejor amigo—. ¡Demonios! —se quejó al verlo golpear el suelo.
Richy se agachó junto a Thomas, evaluando rápidamente su estado. La preocupación marcaba su rostro mientras observaba a Seth inmóvil en el suelo. La tensión en el aire era palpable, y la oscuridad de la noche parecía cerrarse a su alrededor, como si el universo mismo estuviera consciente de la gravedad de la situación.
Richy cargó al menos pesado primero, es decir, a Seth. Lo arrojó al auto con la delicadeza que no caracterizaba a Richy. Fue en busca de su mejor amigo y, sin querer, pisó el conjuro. Una gota de sudor frío se deslizó por su frente, y se mantuvo quieto esperando a que no fuera una trampa de Tom. Sin embargo, era precisamente eso; la trampa se activó lanzando un rayo justo hacia la ubicación de Richy. Este se cubrió con un escudo negro, el único capaz de soportar el poder de Thomas. Aun así, algo atrapó su pie, obligándolo a desmaterializar su escudo, lo que provocó que fuera golpeado duramente, quedando cubierto de tierra y despeinado.
Cuando se recuperó, se puso de pie gritando: —¡Me alegra que no te mataran, infeliz, porque lo haré yo! —sentenció el hombre mientras caminaba hacia Thomas. Lo agarró del cuello de la camisa, pero lo soltó rápidamente, golpeándolo en el proceso—. Maldito infeliz…
Finalmente, lo subió a la parte de atrás del auto plateado, porque Richy no permitiría que nadie se sentara en el lado del copiloto, nadie que no fuera su perrita, Molly, una Rottweiler muy protectora con sus allegados, pero sobre todo con Richy, ya que él la cuidó desde la fatídica muerte de sus antiguos amos en la Guerra de Heaven Grove. Sin nada más que recoger, se puso en marcha. Su objetivo: Helgedomen.
El motor rugía mientras el auto plateado se deslizaba por la carretera, llevando consigo a dos hombres maltrechos y a un joven inconsciente. La oscuridad de la noche los envolvía como un manto, y las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia. Richy mantenía la mirada fija en la carretera, con la mandíbula apretada y la expresión seria. La atmósfera dentro del vehículo estaba cargada de tensión y preocupación, mientras se dirigían hacia Helgedomen, un destino que prometía respuestas y tal vez más peligros.
(…)
El pueblo fantasma de Heaven Grove se mostraba iluminado por los rayos débiles del sol de invierno. La luz se coló por las rendijas de las ventanas y se escabulló por todo el lugar, iluminando grandes imágenes de divinidades que, aunque bañadas por el sol mañanero, mostraban las huellas de la masacre provocada por el pecado.
La nieve cubría gran parte del extenso jardín, ocultando los horizontes y creando un paisaje gélido. En medio de este paisaje, destacaba una estructura desteñida y maltratada, con solo una parte en pie, hundida en escombros y un bello ángel de yeso sin alas. No había una entrada convencional; bajando por la escalera sobreviviente, se llegaba al interior de la estructura, que alguna vez fue una iglesia. Con cuidado, se podía vislumbrar la silueta de una puerta que conducía a más escalones y, finalmente, bajando por ellos, a una elegante sala en perfectas condiciones.
Seth fue el primero en despertar. Sus ojos de oro recorrieron el lugar; la habitación estaba iluminada con luz artificial, la cama era cómoda y el ambiente emanaba un olor agradable. Aunque se sentía a gusto, su preocupación por encontrar a Tom lo impulsó a ponerse de pie y salir de la pulcra habitación. Afuera, se topó con un amplio pasillo bien iluminado, con numerosas puertas, cada una de madera de roble y cuidadosamente hecha. Las paredes estaban forradas con una pintura de color crema y el piso era de madera, sin ninguna imperfección.
Avanzó por el pasillo hasta llegar a una gran sala, donde encontró sillones bien tapizados, grandes faroles con decoraciones en oro, mesas de roble y estanterías llenas de libros. Más adelante, descubrió una cocina inmensa, limpia y ordenada, con un delicioso aroma a desayuno. Seth se asomó con cuidado, pero se retiró al escuchar un suave ajetreo. No reconocía la presencia, ya que su padre solía tararear si estaba solo realizando las tareas diarias.
El joven siguió explorando el lugar, cauteloso pero fascinado por la opulencia del entorno. La sensación de estar en un hotel de cinco estrellas se intensificaba con cada paso. Sin embargo, la incertidumbre sobre el paradero de Tom continuaba pesando en su mente.
La habitación en la que Seth se encontraba era tan impecable como las anteriores. La cama estaba perfectamente tendida, las almohadas apiladas con precisión y la alfombra de peluche negra confería una sensación de lujo inesperado. La sorpresa de Seth al notar el detalle de la alfombra de peluche era palpable, una nota discordante en la realidad de lo que parecía ser un lugar extraordinario.
La voz ronca y desconocida resonó de nuevo, invitando a Seth a acercarse. Desconfiado, el pelirrojo se refugió en una de las habitaciones cercanas, tan lujosa y bien cuidada como las demás. Mientras se preguntaba dónde demonios se encontraba, la oferta de desayuno llamó su atención, eclipsando momentáneamente sus preocupaciones.
—Sé que estás ahí, mocoso. Ven, acércate. —La voz insistió, esta vez con un tono más amistoso—. Solo deja de esconderte y ven a desayunar.
La mención de desayuno fue suficiente para disipar las dudas de Seth. A pesar de la extrañeza del lugar, la perspectiva de una buena comida lo condujo cautelosamente hacia la sala principal, donde se topó con un escenario surrealista.
—Por aquí, Seth. —Señaló Thomas, quien lo recibió con familiaridad y lo condujo hacia un comedor que parecía salido de un sueño. Era el comedor más grande que jamás había visto.
—Buenos días, Richy. —Saludó Thomas al hombre que ya estaba sentado, aparentemente relajado.
—¿Qué tienen de buenos? Ah, el niño escondite —comentó Richy con desinterés, pero con un deje de burla—. Aunque también puedes ser… el niño con las mil maneras de huir —continuó Richy mientras Seth se despegaba de Thomas y se sentaba con determinación.
Thomas río suavemente ante el comentario. Seth, envalentonado, respondió:
—No estaba huyendo. Además, si alguien te dice "mocoso, acércate", es porque no tiene buenas intenciones. —Levantó la taza con resolución y tomó un sorbo del té, revelando su disgusto al notar que estaba amargo y tibio.
—Ah, ya decía yo que convivir con un niñito criado por el rubio engreído sería molesto. —Suspiró pesadamente Richy, sirviéndose huevos revueltos en su plato. Thomas lo imitó y luego le quitó la taza a Seth.
El peculiar grupo se encontraba reunido en aquel extravagante comedor, envuelto en una atmósfera de misterio y desconcierto.