A las afueras de una ciudad amurallada, junto a uno de los ríos que la alimentaban, dos chicos se enfrentaban en una disputa.
La noche envolvía el paisaje con su manto de oscuridad, mientras que las estrellas titilaban en el cielo como ojos curiosos ante lo que sucedía debajo.
La luz de la media luna bañaba dicha escena con un ligero resplandor plateado, reflejándose en las corrientes del rio y creando sombras danzantes alrededor de los contrincantes.
El murmullo del agua y el susurro del viento en los árboles cercanos añadían una banda sonora natural al suceso.
—¡Maldito bastardo, te matare! —. Grito el joven de cabello cobrizo con ojos inyectados en un rojo más profundo que el de su propia sangre, la cual ahora mismo corría por su cuerpo sin camiseta.
—¡¿De qué diablos hablas idiota?!, ¡no tienes la fuerza! —. Su adyacente de cabello color blanco y ojos plateados lo reto pidiéndole ir hacia su dirección con una seña de su mano, a pesar de encontrarse en las mismas condiciones.
El del pelo como oxido cedió ante las provocaciones lanzándose en línea recta con la intención de conectarle un fuerte golpe con su puño, sin embargo, aquel que llevaba su largo cabello atado en una coleta, lo esquivo sin dificultad apartándose a la izquierda.
Sus ojos plateados centellaron con el reflejo de la luna quien se lucia imponente en lo alto del firmamento, mientras a su vez el intentaba conectar un gancho al hígado de su rival.
Quien no corrió con la misma suerte pues recibió de lleno ese potente golpe que le tiro su adversario... escupió sangre al suelo, el cual solo añadió más a su colección pues ya estaba ensangrentado desde mucho antes.
—¡Eres una mierda, imbécil! —. Tras decir eso, se aferró al brazo de quien lo acababa de golpear y sin dejarlo retroceder le dio un cabezazo.
De eso ninguno de los dos salió bien parado pues mientras que uno sangraba de la frente, el otro lo hacía del cuero cabelludo, ambos retrocedieron unos cuantos pasos y se regalaron una mirada enfurecida.
—¡Muérete! —. salió de sus bocas al unisonó.
Después ambos se pusieron en guardia, exactamente en la misma posición pues esta era la que les habían enseñado en los entrenamientos obligatorios luego de terminar las clases; brazo derecho en vertical a la altura del cuello para defender la cabeza y brazo izquierdo a la altura de su pecho para proteger las costillas y tener acceso al torso de tu rival.
Ninguno de los dos aguanto más y sin dudar se lanzaron al ataque de frente; esquivada, esquivada, golpe, golpe.
Repitieron la dinámica por un largo periodo de tiempo, hasta que consiguieron dar el último golpe que sus cuerpos les permitieron.
Ambos se desplomaron, pues habían conectado un golpe simultáneo a la mandíbula y ninguno pudo mantenerse en pie. Era simple. Era fácil de entender. Era un empate
Aun tendidos en el suelo y con la mandíbula facturada su orgullo les dio la fuerza para decir.
—La próxima vez yo ganare...
Ambos jóvenes siguieron con sus peleas nocturnas durante muchísimo tiempo, ignorando si llovía o si el frio les congelaba los huesos, ellos querían hacerse más y más fuertes juntos.
No obstante, todo eso cambio un día cuando un extraño y poderoso enemigo apareció acabando con aquello que tanto les costó conseguir a su manada.