La penumbra reinaba en aquella habitación, impregnada de un aire casi místico y cargado de anticipación. Sentado en una silla de madera oscura, el Arquitecto contemplaba su obra como quien observa el movimiento de una compleja maquinaria cuyas piezas encajaban, en su mente, con una precisión impecable. A su alrededor, sobre una mesa cubierta de recortes, fotos y notas, yacían fragmentos de las vidas de las parejas que había elegido como sus "sujetos". Cada rostro y cada historia era una pieza clave de su gran experimento.
Años de observación y minucioso análisis lo habían llevado hasta allí. Cada paso había sido cuidadosamente planeado, y cada movimiento calculado al milímetro. En su mente, cada uno de esos seres humanos no era más que una figura en su tablero personal, un tablero en el que la lealtad, el amor, el deseo y la traición se entrelazaban en un juego sin fin.
Pero, ¿por qué lo hacía? ¿Qué lo motivaba a involucrarse en la vida de estas parejas? Quizá, incluso él mismo había olvidado la respuesta. Tal vez su motivación se había convertido en algo más profundo, más visceral. Para él, el amor era un fenómeno moldeable, susceptible a los caprichos y engaños de la mente humana. Controlarlo, alterarlo y examinar sus múltiples facetas se había convertido en su obsesión.
Había seleccionado a Nyvenia y Gadriel, Julieta y Celestria, Daniela y Calyra, no por casualidad, sino por lo que representaban. Cada pareja era un espejo de las contradicciones humanas, una danza entre el amor y el dolor, la confianza y la traición. Cada uno de ellos tenía un punto débil, una herida que podía ahondar para desatar sus emociones más intensas. Y él, en su rol de Arquitecto, se había comprometido a despertar en ellos aquello que preferían mantener en silencio.
El Arquitecto sonrió mientras observaba un collage de fotos sobre la mesa, imágenes capturadas en momentos de vulnerabilidad. Nyvenia, con la mirada perdida en el horizonte, quizá recordando los días de felicidad antes de la tragedia que les arrancó a su hijo. Gadriel, en cambio, con los ojos cargados de un anhelo contenido, atrapado entre el recuerdo de lo que fue y el vacío que no logra llenar. Con Julieta y Celestria, había encontrado en su relación un campo fértil de deseos intensos y juegos de poder, una seducción que ambos compartían sin reservas, pero con una necesidad velada de ser comprendidos en sus silencios. Y luego estaban Daniela y Calyra, una pareja que, aunque entregada a sus sentimientos, se debatía en una red de mentiras, tejida tanto por sus propios secretos como por las intervenciones que él, el Arquitecto, había iniciado.Satisfecho, encendió una lámpara que emitía una luz tenue sobre el tablero, resaltando las líneas de conexión entre los fragmentos de esas vidas entrelazadas.