—Hermano Silbato, ahora que hiciste lo que hiciste con mi esposa, ¿podrías darme unos días más? —En medio de la noche, la voz sumisa de Ling Guodong provenía desde fuera de la puerta.
—Maldición, Ling Guodong, terminar en tal estado siendo un hombre, ¡realmente eres un ejemplar raro! Por el bien de tu esposa, te daré un mes más. ¡Si no puedes conseguir el dinero para el próximo mes, las cosas no serán tan simples!
—¡Sí, sí, Hermano Silbato, entiendo! —Ling Guodong garantizó, golpeándose el pecho—. ¡Definitivamente pagaré el dinero, créeme!
Ling Xiao se acurrucaba bajo las mantas, y el aire estaba lleno de un olor que le disgustaba mucho. Su propia madre yacía en la cama con una mirada vacía en sus ojos, el trato salvaje de unos hombres había causado un gran golpe al cuerpo y espíritu de la mujer.
—Mamá, ¿estás bien? —Ling Xiao tiró suavemente de la mano de su madre y preguntó en voz baja.
Los ojos de la mujer se movieron ligeramente, y una lágrima rodó por su mejilla.