Al mirar atrás en el proceso de escribir "Nada de tocar las puertas del paraíso", me siento profundamente agradecida por el viaje emocional que he emprendido. Esta novela no solo es una exploración del dolor, la pérdida y la depresión, sino también un testimonio de la resiliencia humana y la capacidad de encontrar la luz en la oscuridad.
A través de los personajes de Rose y Camilo, he podido explorar las complejidades de la vida: cómo el sufrimiento puede unirnos y, a la vez, aislarnos. Cada capítulo me ha llevado a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la importancia de abrirse a los demás. La sanación no es un camino lineal, y he aprendido que la autenticidad y la vulnerabilidad son esenciales para conectar con quienes nos rodean.
Esta historia también me ha recordado que, aunque el dolor puede ser abrumador, hay belleza en el proceso de sanación. A veces, las puertas del paraíso se encuentran en los momentos simples: una conversación sincera, un abrazo de apoyo o la música que resuena en nuestros corazones. En mi propia vida, he comenzado a ver que cada experiencia, ya sea de tristeza o alegría, es un paso hacia la autenticidad.
Espero que, al leer esta novela, los demás puedan encontrar un reflejo de sus propias luchas y, quizás, un destello de esperanza. La vida está llena de matices, y aunque la tristeza es parte de nuestro viaje, también hay espacio para la luz y el amor. Al final, el verdadero paraíso no es un destino, sino el camino que recorremos juntos, en el que aprendemos a abrazar tanto la vida como la muerte, en un viaje compartido de sanación y genuinidad.