– Un secreto es como una caja cerrada: basta el más leve toque para que se desmorone y revele aquello que tanto se ha esforzado en ocultar. –
¿Recuerdas esa sensación de paz? Tal vez tu mente trate de dibujar una imagen que capture esa simple palabra. Sin embargo, la paz es un concepto mucho más complejo. Antes de definirla, habría que preguntar: ¿Qué es realmente la paz? Esa era la pregunta que resonaba en mi mente constantemente.
El bosque se extendía a mi alrededor como un océano interminable de vida. Mi objetivo era encontrar vides entre los árboles para escalar y obtener una vista clara del terreno. Mientras avanzaba, pequeños animales, ardillas y aves rompían el silencio al pasar entre los arbustos. Pero los crujidos persistentes a mis espaldas no eran obra de animales. Alguien me seguía. Esa certeza era incómoda, como un peso invisible que no podía ignorar.
Llevaba caminando cerca de media hora. El avance era lento, y cada paso parecía alargar el trayecto. Decidí detenerme y esconderme entre la maleza, agachándome con cautela. Los ruidos cesaron, y con ellos llegó la posibilidad de quien me seguía se hubiera desviado o perdido mi rastro. No obstante, algo me decía que lo mejor era mantenerme alerta. No estaba listo para un encuentro en este lugar inhóspito.
Después de dos horas de avanzar entre ramas y raíces, una estructura emergió entre los arbustos. Una casa, apenas sostenida por sus cimientos. Su madera marrón estaba desgastada por el tiempo y la intemperie, pero encontrar algo construido por manos humanas en este bosque interminable era casi un milagro.
Mientras me acercaba, nuevas preguntas ocuparon mi mente. ¿Por qué nos dejaron en aquel campo de flores al principio? ¿Querían que nos conociéramos? Si ese era el objetivo, ¿por qué elegir un espacio tan vasto y disperso? Parecía un sinsentido.
*Seguramente fue para probarnos* Interrumpió la voz fría y distante que residía en mi mente.
*¿Probarnos?*
Era Dos, la otra conciencia que compartía mi cuerpo. Un ser calculador, misterioso, cuya presencia siempre venía acompañada de agotamiento mental. Pocos sabían de su existencia. A veces me pregunto: ¿Quién es el verdadero Andrew? Ambos habitamos el mismo cuerpo, pero la respuesta a esa pregunta siempre se escapa.
*Es probable que esta sea nuestra primera prueba* continuó Dos. *Quieren medir nuestra capacidad de adaptarnos, de sobrevivir, de pensar*
*¿En qué te basas para decir eso?*
*Solo busca lo esencial: ramas, hojas y agua. Con eso podrás aguantar. Ahora, me iré a dormir*
*¡Espera! No has terminado…*
Pero, como siempre, Dos se retiró sin más. Su capacidad para evadirse era tan frustrante como su forma de expresarse. Aunque compartimos una mente, sus pensamientos son un laberinto que nunca logro descifrar. Intentarlo solo me deja con un dolor de cabeza insoportable.
Decidí seguir su consejo. Sin embargo, tras buscar durante horas, no encontré ningún río ni indicios de agua. La sed y el hambre comenzaron a irritarme, y mis piernas ya no respondían con la misma fuerza.
Me recosté contra el tronco de un árbol. Su frescura aliviaba ligeramente el calor abrumador, pero el cansancio pesaba más. Mirar hacia el cielo, cegado por el brillo del sol, me daba ganas de cerrar los ojos. Y eso hice. Poco a poco, el mundo se desdibujó en un sueño oscuro y profundo.
Al principio, la paz del sueño fue total. Pero pronto, una voz me alcanzó desde la distancia.
"¡Andrew!"
Era femenina, suave, pero extrañamente familiar. Aunque quise abrir los ojos, algo me lo impedía. Una risa resonó detrás de mí, seguida de susurros que me inquietaron. De repente, una imagen nítida emergió: una chica de cabello corto, negro y liso. Su figura irradiaba una mezcla de confianza y ternura.
"¿Deberíamos hacer una escapada?" preguntó con un tono burlón.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Pero antes de poder responder, sentí manos recorriendo mi cuerpo, como sombras que me atenazaban.
"Va siendo hora de despertar."
La voz de Dos resonó como un trueno en mi mente, arrancándome del sueño con un sobresalto. Abrí los ojos rápidamente. El mundo real me recibió con su oscuro abrazo. Frente a mí, una fogata iluminaba levemente un pequeño campamento. Varias camas improvisadas con hojas rodeaban el fuego, mientras el frío me atravesaba a pesar de la tela desgastada que cubría mi cuerpo.
Entonces escuché algo detrás de mí.
"Parece que despertaste"
Me giré rápidamente, con el corazón en la garganta. Entre las sombras, vislumbré la figura de una mujer. Vestía un largo vestido desgarrado en las piernas, probablemente para moverse con más facilidad. Aunque su rostro permanecía oculto, pude notar que sostenía hojas y ramas en las manos. Su presencia era desconcertante, y aunque no parecía hostil, sabía que debía mantenerme alerta.
"¿Quién eres?" pregunté con cautela.
"Soy Gabriela. Quisiera escuchar al menos un gracias."
Su acento tenía algo peculiar, como si no estuviera familiarizada con el español y se esforzara por hablarlo correctamente. Se acercó a la fogata y arrojó algunas hojas para avivar las llamas. La incomodidad del silencio comenzó a reflejarse en su manera de frotarse los brazos, buscando calor. Ni siquiera el fuego parecía suficiente para combatir el frío de esa noche.
Me levanté y, en un acto de agradecimiento, le tendí la tela que me había cubierto. Había descansado, pero ahora el hambre y la ansiedad me consumían.
"Toma. Voy a buscar algo de comida."
Gabriela me miró, visiblemente sorprendida. Sus ojos grandes y oscuros, enmarcados por su cabello crespo, se fijaron en los míos con intensidad.
"¿En serio vas a salir a estas horas?" preguntó, su tono era mezcla de incredulidad y preocupación.
"Bueno, no tengo nada mejor que hacer, y el hambre no me deja pensar."
Bajó la mirada hacia la fogata, como si reconsiderara algo. Entonces señaló un improvisado cubrelecho de hojas a un lado.
"Si es por hambre, no te preocupes. Allí hay pescado fresco. Solo hace falta cocinarlo."
Parecía algo avergonzada al decirlo, como si el acto de compartir sus recursos le costara emocionalmente. En un entorno donde la supervivencia primaba, compartir podía ser visto como una debilidad.
Agradecí su gesto internamente, pero no podía aceptar su oferta. No se trataba de desprecio, sino de la cautela que mi propia experiencia me había inculcado.
"Es tentador, pero debo rechazarlo. No es por falta de gratitud, simplemente no suelo confiar fácilmente en nadie."
Gabriela asintió con una leve sonrisa y, sin discutir, retomó su tarea de alimentar la fogata. Su reacción me sorprendió; esperaba reproches o insistencias, como sucedía con la mayoría de las personas. Pero ella simplemente aceptó mi decisión.
Tras un incómodo intercambio de despedidas, decidí caminar hacia el norte, orientándome con el movimiento de la luna. El camino era arduo; me dirigía hacia una montaña que prometía ser un desafío. Sin provisiones ni herramientas, cada paso se sentía como un recordatorio de mi vulnerabilidad.
Al cabo de un rato, encontré un canal de agua natural. Con paciencia y algo de destreza, logré capturar algunos peces. Preparé una pequeña fogata para cocinarlos. Tras saciar mi hambre, apagué el fuego cuidadosamente y busqué refugio en las alturas. Subí a un árbol y me recosté sobre una de sus ramas. Aunque no era el mejor lugar para descansar, la altura me ofrecía una relativa seguridad.
Repentinamente, el cansancio mental comenzaba a emerger con un sueño bastante repentino. Cerré los ojos lentamente, dejando que el sonido del aire recorriendo el lugar, me acompañara en mi sueño.
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Mientras observaba la luna llena, los pensamientos comenzaron a inundar mi mente. Dos y Uno, coexistiendo como Andrew, éramos un enigma incluso para nosotros mismos. Desde que tengo memoria, siempre hemos sido dos conciencias en un mismo cuerpo. Pero ¿qué lo provocó? Cada intento de recordar solo me trae dolor de cabeza, como si mi propia mente estuviera bloqueando algo importante.
Uno y Dos, así nos llamamos. Yo soy Dos, la mitad más antisocial y racional. Hablar con otros no es mi fuerte, y normalmente prefiero evitar cualquier tipo de interacción social. Sin embargo, las circunstancias me obligan constantemente a lidiar con situaciones desagradables, especialmente por la tendencia de Uno a escapar en sueños.
La brisa nocturna me despertó de mis pensamientos. El cielo estaba despejado y las estrellas brillaban con intensidad, acompañando a la luna en su esplendor. Aunque Uno había seguido mis indicaciones, no podía evitar pensar en lo descuidado que era. Si algún depredador nocturno hubiera estado cerca, podríamos haber sido presa fácil.
¿Qué debía hacer ahora? La pregunta era sencilla pero difícil de responder. En la oscuridad del bosque, cualquier intento de avanzar sería temerario. Decidí permanecer en la rama, observando el paisaje frío y silencioso que se desplegaba ante mí.
Mientras esperaba, mis pensamientos volvieron a la misma incógnita: ¿por qué fuimos seleccionados? Una posible respuesta era aquel incidente en la escuela. Si el gobierno estaba detrás de esto, no me sorprendería que tuvieran acceso a nuestros datos personales. Pero ¿por qué nosotros? Había personas mucho más capacitadas. Quizás la clave estuviera en alguien que nos conociera bien, alguien con un motivo claro para involucrarnos en esto.
Descubrir quién era esa persona se convertiría en mi prioridad. Porque, aunque este entorno ya había trastocado nuestra vida, no permitiría que destruyera la poca tranquilidad que me quedaba.
El sol despuntaba en el horizonte, iluminando el bosque con una calidez renovadora. Los sonidos de la naturaleza despertaban, llenando el ambiente con una energía serena. Había pasado varias horas observando desde mi refugio en lo alto del árbol, pero ahora era momento de moverme.
Descendí con cuidado, asegurándome de no dejar rastro de mi presencia, y me dirigí hacia las montañas. Apenas unos minutos después, un ruido lejano llegó a mis oídos: voces humanas, tensas y agitadas. Me oculté entre los arbustos, evaluando la situación.
"¡Sujétenlo bien!" gritó una voz, cargada de esfuerzo.
"¡No podemos dejar que se escape!"
Desde mi posición, pude ver a un grupo de cinco personas rodeando un jaguar que habían atrapado en una valla improvisada hecha de fibras. Tres de ellos intentaban mantenerlo inmovilizado mientras el animal se debatía con toda su fuerza. Era evidente que lo consideraban una amenaza, pero también una fuente valiosa de recursos.
Un hombre alto, de complexión fuerte y rostro curtido por el sol, levantó una lanza improvisada con una punta afilada. Hubo un momento de duda en el aire, como si incluso ellos sintieran el peso de lo que estaban por hacer. Finalmente, la tensión se rompió y el líder del grupo tomó la decisión.
"Esto nos ayudará a sobrevivir un día más" dijo, con un tono resignado, después de actuar.
Los demás se dejaron caer al suelo, exhaustos. Algunos rieron aliviados, otros simplemente respiraban con dificultad, intentando recuperarse del esfuerzo.
"Felix, ¿te asustaste?" bromeó uno de ellos, dirigiéndose a un joven con gafas y cabello despeinado que parecía fuera de lugar entre el resto del grupo.
Felix no respondió de inmediato. Su expresión era neutra, pero sus ojos mostraban una curiosa mezcla de prudencia y cálculo. Aunque aparentaba ser un chico tímido y poco hábil, algo en su postura me indicaba que no era tan inocente como quería parecer.
"Felix, ven a ayudarme con esto" ordenó el hombre de la lanza, señalando al jaguar.
Mientras observaba desde mi escondite, reflexioné sobre el lugar en el que me encontraba. Este bosque era vasto, demasiado para una isla. Las montañas visibles a lo lejos sugerían que estábamos en América del Sur. Si mi teoría era correcta, las personas de otras regiones habrían sido traídas aquí en distintos momentos. No podía tratarse de un acto improvisado; todo estaba planeado con precisión.
Era momento de decidir cómo acercarme al grupo. Presentarme sin preparación podría exponerme a preguntas incómodas o generar desconfianza. Cambié mi expresión, dejando atrás mi semblante serio e inexpresivo, y adopté la actitud relajada y amigable de Uno. Su personalidad era mucho más adecuada para las interacciones sociales.
De repente, algo llamó mi atención. Felix dirigió una breve mirada hacia los arbustos donde yo estaba oculto. Me había visto, pero no dijo nada. Su silencio era intrigante.
Felix es el tipo de persona que actúa según su propio beneficio. Por el momento es mejor no arriesgarme a mostrarme ahora. Observarlo desde la distancia y evaluar sus intenciones.
Retrocedí unos metros, asegurándome de no hacer ruido, y busqué un lugar para establecer un campamento provisional. La tarde avanzaba, y mi energía comenzaba a decaer. Compartir este cuerpo con Uno nos limitaba físicamente: nuestras actividades diarias eran más breves que las de una persona promedio.
*No parece algo simple* comentó Uno en nuestra forma habitual de comunicarnos, mediante pensamientos breves e intercalados.
*Lo sé* respondí. *Pero te toca encargarte*
Aunque nuestras interacciones internas se sentían como voces diferentes en mi mente, sabía que era una ilusión. Nuestro cerebro simplemente facilitaba el intercambio de ideas al asignarles un tono distintivo.
Con hojas grandes y ramas construí un refugio improvisado. Me recosté en el lecho de hojas, mirando hacia el techo de mi refugio mientras los pensamientos comenzaban a invadirme. Cerré los ojos, dejando que el cansancio me arrastrara al sueño.
*Supongo que es mi turno de relucir* dijo Uno, listo para tomar el control.
*Buena suerte* murmuré antes de sumirme en la oscuridad de mi mente.
En el sueño, una luz blanca comenzó a envolverme, inundando mi conciencia con una sensación de paz y tranquilidad. Por ahora, Uno enfrentaría la realidad mientras yo descansaba. Sabía que, al despertar, nuevas decisiones estarían esperándome.
Fin Capítulo 2