Esa noche, bajo la misma luz de luna que había sido testigo de su pasión, ana se encontró sola. El eco de sus decisiones resonaba en cada rincón de la habitación. Se desnudó, no solo de la ropa, sino de las ilusiones que había construido. Cerró los ojos, recordando las risas, los abrazos, los besos, pero también las lágrimas.
La mañana siguiente, decidió que debía enfrentar la realidad. Llamó a Javier, con la voz temblando. "Necesitamos hablar." En un café que había sido testigo de su alegría y tristeza, se sentaron por última vez. ana le explicó que su corazón aún estaba sanando y que no podía continuar en una relación que se sentía incompleta. Javier, con los ojos llenos de tristeza, asintió, entendiendo que el amor no siempre es suficiente , ana regresó a casa, sintiendo que había perdido a dos hombres: a Luis, por su partida, y a Javier, por no haber podido abrir su corazón. La soledad se apoderó de ella. Las sombras en la habitación ahora parecían más pesadas, y el silencio más profundo. Esa noche, mientras la luna iluminaba su rostro, Ana se dio cuenta de que el amor puede ser un refugio y una prisión al mismo tiempo.
Con cada susurro del viento, el eco de sus decisiones la acompañaría, una melodía triste que resonaría en su alma. La promesa de un amor pleno se desvanecía, dejándola con la única certeza de que el camino hacia la sanación era largo y solitario.