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Chapter 3 - El Inicio de la Verdad

El corazón de Knack latía cada vez más rápido y fuerte mientras contemplaba la inmensidad de la puerta. Su tamaño descomunal, tanto literal como simbólicamente, lo abrumaba. A su alrededor, escuchaba los murmullos malintencionados y las miradas de desprecio de sus compañeros, pero él mantenía su sonrisa.

De repente, el sonido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. La enorme estructura, que Knack había confundido con un edificio, reveló ser una puerta monumental. Su nerviosismo aumentó, aunque trataba de no perder la compostura.

Los alumnos, que hasta hace un momento lo miraban con desprecio, ahora estaban hipnotizados por el imponente movimiento de la puerta. Su magnitud dejaba a todos boquiabiertos, no solo por su tamaño, sino por la forma en que se abría. Cuatro amautas, dos a cada lado, usaban su increíble fuerza para abrirla completamente, permitiendo la entrada de los estudiantes.

Al terminar de abrirse, la puerta reveló algo más que una simple estructura: la academia era como un poblado entero, lleno de edificios y personas. Se podían ver amautas, tucuyricuy y antiguos estudiantes, todos organizados en una fila según su rango, listos para recibir a los nuevos alumnos. Si antes el nerviosismo de Knack había alcanzado las nubes, ahora se sentía en el espacio junto a Inti (1). Sin embargo, su asombro crecía a la par. Había escuchado historias sobre la academia, pero la realidad superaba con creces su imaginación. Aun así, no esperaba menos, pues la academia estaba en el mismísimo Machu Picchu.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el movimiento de los otros alumnos, que comenzaban a entrar. Knack se dio cuenta de que entre sus compañeros había personas de todas las tallas, colores y orígenes: hombres, mujeres, altos, bajos, mestizos y extranjeros. La diversidad era tal que, por un momento, se sintió pequeño. Estaba tan nervioso que no lo había notado antes.

Absorbiendo la magnitud de todo lo que veía, Knack olvidó avanzar, pero pronto reaccionó y dio un paso al frente, colocándose al final de la fila para evitar problemas. Finalmente, cruzó la puerta junto a los demás.

Una vez dentro, su asombro se intensificó aún más. El lugar era impresionante; su sonrisa nerviosa se desvaneció, reemplazada por una expresión de asombro. La academia tenía varias estructuras, como si fuera un pueblo, e incluso había un pequeño bosque. Los estudiantes formaron una fila de manera natural, sin que nadie diera la orden, y el sonido de sus pasos resonaba como un eco rítmico en todo el recinto. Knack se sintió emocionado de formar parte de ese momento.

Frente a ellos, un edificio imponente dominaba el centro del recinto. Tenía un símbolo de un sol partido a la mitad y estaba hecho de oro y otros materiales que Knack nunca había visto en su vida. El sol, completamente de oro, brillaba con intensidad. Se preguntó por qué estaba partido por la mitad, pero decidió averiguarlo más tarde.

Poco a poco, los estudiantes comenzaron a entrar en el gran edificio. Estaba lleno de asientos de un material marrón que cubría tanto el respaldo como el asiento. Su padre le había hablado de estos objetos, refiriéndose a ellos como "sillas". Le había contado que las conoció cuando unos piratas lo atacaron; después de vencerlos, habló con ellos y descubrió más cosas del mundo exterior.

Knack decidió sentarse en un lugar apartado, pero no encontró un asiento libre lo suficientemente alejado. Con resignación, se sentó junto a otros compañeros, temeroso de ser criticado. Como era de esperar, los murmullos continuaron, y ahora se sumaban pequeños empujones en su hombro. Sin embargo, todo se interrumpió cuando las puertas se cerraron y la sala quedó en completa oscuridad.

De repente, la luz de varias antorchas situadas a lo largo de las paredes iluminó el lugar, revelando la figura de una persona. En medio de las sombras, se erguía un hombre con una presencia majestuosa. Su vestimenta, confeccionada con finos tejidos, reflejaba destellos dorados y colores vibrantes bajo la luz parpadeante del fuego. Un tocado adornado con plumas rojas y azules coronaba su cabeza, simbolizando su poder y estatus divino.

Su rostro, tallado como la piedra de los templos, mostraba una expresión de seriedad y autoridad inquebrantable. A su lado, un bastón de oro descansaba en su mano, símbolo claro de su poder sobre la tierra y su pueblo. La luz de las antorchas acentuaba los detalles de su túnica, bordada con figuras geométricas y signos ancestrales que hablaban de una historia llena de conquistas y sabiduría.

Este hombre no era cualquiera; era el Sapa Inca, el director de la academia. Al reconocerlo, todos los estudiantes se levantaron de sus asientos e inclinaron la cabeza en señal de respeto. Sin embargo, el Sapa Inca levantó una mano y, con un gesto suave pero firme, les indicó que se volvieran a sentar.

—Alumnos, cuando estamos en esta sagrada academia, soy su director. La razón de mi vestimenta es porque hoy no solo les doy la bienvenida como director, sino también como el Inca Supremo.

Tras escuchar esas palabras, todos los estudiantes volvieron a tomar asiento, prestando atención a cada palabra del líder.

—Hoy están aquí presentes no solo para celebrar su bienvenida, sino también para celebrar su futuro, ya que muy pocas personas son capaces de estar aquí —continuó el Sapa Inca.

Varios estudiantes dirigieron miradas de desprecio hacia Knack al escuchar esto, pero él solo respondió con una sonrisa nerviosa.

—Mi nombre es Ayar Ukhu y, como director de esta academia, mi responsabilidad, así como la de los tucuyricuy y los amautas, es que ustedes salgan de aquí con el conocimiento y la práctica necesarios para ser guerreros. Esta responsabilidad que asumimos es un juramento.

Los amautas y tucuyricuy se pusieron en fila junto al director. Cada uno vestía los trajes tradicionales, y en las sombras se vislumbraban otras figuras: superiores y estudiantes avanzados. En total, eran once, incluidos el Sapa Inca, todos listos para hacer el juramento. El ambiente se tornó solemne; los alumnos observaban atentos, conscientes de la importancia del momento.

El Sapa Inca alzó la mano, mostrando el quipu (2) que llevaba consigo. Era un objeto impresionante, hecho de cuerdas de lana de alpaca de diversos colores que colgaban en cascada desde un cordón principal, robusto y trenzado con maestría. Los hilos estaban cuidadosamente dispuestos: el rojo oscuro simbolizaba el sentido del tacto, el amarillo dorado representaba la vista, el azul profundo evocaba el oído, el verde suave simbolizaba el olfato, y el blanco puro representaba el gusto. Cada cuerda, con su longitud y textura únicas, era un recordatorio de las lecciones que los estudiantes aprenderían.

El Sapa Inca, con voz firme, comenzó el juramento:

—Oh, Inti, sol eterno que todo lo iluminas, y tú, Pachamama (3), madre de los sentidos y de la tierra que pisamos —comenzó el Sapa Inca—, bajo vuestra luz y vuestra tierra, juro, en conjunto con mis hermanos amautas y tucuyricuy, que enseñaremos a estos alumnos el poder que yace en cada uno de los cinco sentidos.

Los amautas y tucuyricuy inclinaron la cabeza, y el Sapa Inca continuó: —Les enseñaremos a dominar el sentido de la vista, para que nada se escape de sus ojos. El oído, para escuchar hasta el susurro más distante. El olfato, para percibir los aromas que anuncian la verdad o el engaño. El gusto, para discernir lo puro de lo corrupto. Y el tacto, para sentir el mundo y sus secretos a través de la piel. Que en esta academia, el poder de los sentidos sea el arma y la defensa de estos guerreros.

 

Luego, cada maestro bajó la mano, tocando el quipu con respeto, y juntos pronunciaron:

—Que, si fallamos en nuestro juramento, que nuestros propios sentidos se apaguen, y que Inti y Pachamama nos priven de su bendición.

El eco del juramento resonó en las paredes, sellando así el compromiso de los maestros con sus alumnos.

—Así como nosotros realizamos nuestro juramento —continuó el director—, ustedes también deben hacerlo. Nuestro pacto ante los dioses no es solo una promesa; es nuestra alma la que se ofrece para cumplir con nuestra misión. Ahora, ustedes también deben dar un paso adelante para alcanzar su futuro. Si no lo hacen, nos veremos obligados a expulsarlos. Como saben, según el tratado de Culturata Respetakuy (respetar la cultura)—, aquí respetamos todas las culturas, incluso las que están más allá de nuestras tierras. Son libres de juramentar ante cualquier dios extranjero o ser divino; sin embargo, en su juramento debe estar explícito que, si fallan, se irán de esta academia sin dudar.

Tras estas palabras del director, varios amautas pasaron entre los alumnos con quipus en sus manos. Algunos estudiantes los tomaron; otros, en cambio, los rechazaron y realizaron otros tipos de juramentos. Algunos se cortaron la mano con un cuchillo que llevaban, otros se arrodillaron o postraron, y unos más tomaron una especie de cruz y rezaron. Knack, al observar esto, sintió curiosidad por las distintas culturas de tierras lejanas. También notó que hasta las figuras en las sombras y los alumnos antiguos realizaban su juramento. Finalmente, le entregaron a Knack el quipu, y comenzó su juramento:

—Inti, sol eterno que iluminas mi camino y el de todos, y Pachamama, que nos brindas alimento, bajo vuestra luz y vuestra tierra, juro que yo, Knack Atoc Pachacuti, me esforzaré al máximo para cumplir con el objetivo que me autoimpuse. Usaré todo lo que esté a mi alcance para lograrlo —inclinó la cabeza y añadió—: Mi fuerza no será mucha, pero en compensación usaré mi mente para alcanzar la grandeza que me fue impuesta y descubrir aquello escondido en las sombras de esta academia y de mi padre.

Knack tocó el quipu con respeto y finalizó:

—Si fallo en mi juramento, que mis propios sentidos se apaguen más de lo que ya están, y que Inti y Pachamama me priven de su bendición.

Al terminar, Knack notó que uno de los amautas lo observaba fijamente, aunque, dadas las circunstancias, no le extrañó.

—Bien, ahora sigan a los amautas y tucuyricuy. Les darán una pequeña prueba de lo que son capaces —anunció el director.

Knack comenzó a sudar, pero sus nervios se calmaron un poco al escuchar la siguiente aclaración:

—Tranquilos, esto solo es una evaluación para medir sus habilidades y no será calificada.

Aunque las preocupaciones iniciales de Knack disminuyeron, una sonrisa nerviosa seguía en su rostro mientras todos los alumnos seguían al amauta. Mientras caminaban, Knack se dio cuenta de que el amauta que dirigía el grupo era el mismo que lo había interrogado, y vio también al tucuyricuy que le había cortado la lengua. Sin embargo, entre los amautas y tucuyricuy presentes, no pudo identificar a una figura que recordaba vagamente, un hombre de voz grave y baja estatura que había visto en el palacio del gobernador. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando los alumnos se levantaron y empezaron a caminar hacia el amauta.

Durante el trayecto, Knack no recibió ningún comentario despectivo, lo cual lo sorprendió. Supuso que todos estaban tan nerviosos por la prueba que no le prestaban atención. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, aunque esta evaluación no afectaba sus calificaciones, si fallaba, sufriría una "muerte social" entre sus compañeros. Esa realización hizo que su nerviosismo regresara y se intensificara.

Al llegar al destino, un pequeño bosque, el tucuyricuy que le había cortado la lengua, llamado Dan, gritó:

—¡Muy bien, rebaño! ¿Quién será el primero en mostrarnos de lo que es capaz?

Dan sonreía con arrogancia mientras escaneaba las miradas nerviosas de los alumnos. Al notar que Knack tenía una sonrisa nerviosa, se acercó a él.

—Knack, chico, cuánto tiempo. ¿Por qué tan alegre? —Dan sacó su lengua y se acercó aún más—. ¿Estás feliz por haber recuperado esto? —volvió a meter su lengua en la boca—. ¿O acaso piensas que esta prueba será fácil para ti?

—Ehm… no, yo solo… emmm…

La vacilación de Knack era obvia para todos los presentes.

—Sí, estoy feliz de recuperar mi lengua. De hecho, creo que la valoro mucho más gracias a usted —dijo con nerviosismo, su sonrisa temblorosa.

—Oh, ya veo. Entonces, ¿por qué no nos muestras por qué tu padre desató toda una guerra para que estés aquí?

—Eh… yo… yo… ¡Me gusta mi lengua!

—¡Al frente!

—¡Sí, señor!

Knack avanzó al frente, ahora bajo la atención de todos. Dan lo observó con una expresión divertida.

—Hola, ratita. Mi nombre es Dan Qhapaq, y soy el encargado de enseñar el sentido del tacto. Aunque, bueno, supongo que ya recuerdas mi nombre perfectamente, ¿verdad?

Knack sintió un sudor frío recorrerle la espalda, pero se mantuvo firme.

—Bien, probaremos primero tu sentido del tacto —Dan le entregó una bola de caucho—. Lanza la bola lo más fuerte que puedas.

Knack asintió y ajustó su postura con precisión. Separó los pies a la anchura de los hombros y flexionó ligeramente las rodillas para estabilizarse. Con una mirada fija, llevó su brazo hacia atrás, sujetando la bola con firmeza. Inhaló profundamente, transfiriendo la fuerza desde su pie trasero hacia adelante en un movimiento fluido. Al soltar la bola, los demás alumnos observaban expectantes, pero la expresión de los tucuyricuy y amautas cambió a decepción al ver que la bola apenas avanzaba cinco metros.

—Dos.

—Pero… fueron cinco metros.

—¡No, idiota! Tu calificación es de dos.

—¿Dos de cinco? —preguntó Knack, sonriendo inocentemente.

—¡No, imbécil! ¡Dos de diez! —replicó el tucuyricuy, frustrado.

—¡Lo siento!

Murmullos de burla y desprecio se oyeron entre los demás alumnos, hasta que un amauta tosió con fuerza, silenciándolos. La determinación de Knack estaba por los suelos cuando el grito del tucuyricuy interrumpió sus pensamientos.

—¡Bien! Amaruq, encárgate del mocoso antes de que le vuelva a cortar la lengua.

Knack cerró la boca por reflejo, pero al ver la expresión de Amaruq, el amauta que se acercaba recuperó la compostura.

—Mi nombre es Amaruq Raymi, soy amauta y responsable de enseñar el sentido de la vista —dijo firmemente—. Bien, Knack, probaremos tu sentido de la vista. Dime, ¿qué ves en el bosque, en ese árbol en específico? ¿Hay algo peculiar o llamativo?

Amaruq señalaba un árbol a unos treinta centímetros de distancia. Knack observó con atención, confiando en su orientación, y notó algo extraño.

—¡Hay una hoja morada en ese árbol! —señaló.

—¿Algo más?

—También… esa rama junto a la hoja parece extraña, como si alguien hubiera subido para colorearla.

—¿Lo dedujiste o lo viste?

—Lo deduje al notar la hoja, y luego lo confirmé.

—Bien, no está mal. Un siete.

Knack celebró internamente, aliviado, aunque su júbilo fue breve, ya que todavía le esperaban más pruebas. La amauta, con una sonrisa, anunció:

—Bien, Knack, aún no hemos terminado. Sígueme.

Ella dio media vuelta y se adentró en el bosque, con Knack siguiéndola, preparado para los desafíos que aún le aguardaban.

La amauta sonrió con picardía al notar la expresión de Knack después de su éxito en la prueba anterior. Lo condujo ágilmente a través de ramas y arbustos hasta un claro. De baja estatura y con un rostro jovial, la amauta tenía la apariencia de una joven, a pesar de su edad. Su cabello corto estaba sujeto con una wincha negra, y las pecas en sus mejillas le daban un aire alegre y dinámico.

—Hola, mi nombre es Killa Elizabeth —dijo con una sonrisa amplia—. Soy tu amauta del sentido del olfato —anunció animadamente.

Knack, algo nervioso por la energía de Killa, trató de disimular su ansiedad mientras ella sacaba una bolsa de hierbas y comenzaba a explicarle la prueba.

—Haremos una prueba sencilla para evaluar tu sentido del olfato —explicó, extendiéndole un frasco pequeño—. Solo respira y dime lo que sientes.

Killa le ofreció un frasco con hojas de menta. Knack aspiró profundamente, notando la frescura, pero no supo identificar el aroma.

—¿Sabes qué es? —preguntó la amauta con una sonrisa.

—Es… refrescante, pero no estoy seguro del nombre —respondió Knack con una mueca de frustración.

Killa asintió y le entregó un segundo frasco, esta vez con corteza de canela. Él olfateó, frunciendo el ceño; el aroma le resultaba familiar, pero nuevamente no pudo identificarlo.

—Lo siento, tampoco lo sé.

Con un semblante confuso, la amauta le dio el tercer frasco, que contenía eucalipto. Knack percibió una frescura similar a la menta, pero con un toque más medicinal.

—Este… creo que también es refrescante —dijo, rascándose la cabeza.

La amauta le entregó dos bolsas: una con menta y otra con flores de kantuta.

—Ahora dime cuál de estos aromas te parece más fuerte —indicó Killa, asumiendo un tono más serio.

Knack cerró los ojos y respiró profundamente, notando apenas una diferencia mínima.

—Tal vez la primera… o quizás la segunda… no estoy seguro —admitió desconcertado.

Finalmente, Killa le presentó dos flores: la kantuta y el sunchu.

—¿Sientes alguna diferencia entre estas dos? —preguntó, esforzándose por mantener la sonrisa.

Knack olfateó ambas, pero los aromas le resultaban casi iguales.

—No siento una diferencia clara entre ellas. Sé que la kantuta huele mejor porque lo leí, pero no es lo que siento —dijo desanimado.

La amauta suspiró, dándole una palmada en el hombro.

—¿Estás seguro de que quieres estar aquí? —le lanzó una mirada fría.

Knack, intentando mantener el humor, bromeó:

—Bueno, si no aprendo a oler bien, ¿cómo alabaría su perfume cuando use uno bueno? Ja… ja…

—Patético —replicó la amauta con frialdad—. Un 3 de 10. Te doy un punto solo por tu sinceridad.

Las risas de sus compañeros se oyeron en el fondo hasta que el tucuyricuy Dan las silenció con una mirada severa.

Knack sintió una palmada en el hombro. Al darse vuelta, vio a un hombre desaliñado, con ojeras profundas, cabello marrón desordenado y una verruga cerca de la boca.

—Muy bien, chico, mi turno —bostezó el tucuyricuy, con voz apagada—. Soy… bostezo… Kusi Riqch'ari, el encargado de enseñarte sobre el sentido de la audición.

Knack apenas pudo contener la sonrisa ante el agotado instructor y esperó a que comenzara la prueba.

Kusi se colocó a una distancia moderada, sosteniendo un tambor y una campanilla.

—Voy a golpear el tambor y hacer sonar la campanilla en distintos patrones. Tu tarea es repetir el orden en que los escuches —explicó Kusi, con otro bostezo.

Kusi golpeó el tambor tres veces y luego hizo sonar la campanilla una vez. Knack, frunciendo el ceño, intentó recordar el patrón.

—Entonces… tres campanillas y un golpe de tambor, ¿verdad?

Kusi suspiró y continuó sin perder la paciencia.

Kusi tocó el tambor y la campanilla con distintas intensidades, primero suave y luego más fuerte.

—Dime cuál sonido fue más fuerte y cuál fue más suave.

Knack dudó antes de responder:

—El tambor fue el más fuerte… y la campanilla, la más suave.

Kusi negó con la cabeza, manteniendo la calma.

Kusi tocó la campanilla a la izquierda y luego el tambor a la derecha.

—¿Desde dónde escuchaste primero la campanilla y luego el tambor?

Knack respondió con confianza:

—Primero a la derecha y luego a la izquierda.

Kusi asintió lentamente, decepcionado.

—Un 3. ¿Estás seguro de que quieres estar aquí?

Knack, avergonzado, asintió en silencio.

A continuación, una mujer de largo cabello azul profundo y mirada penetrante se acercó. Con una figura esbelta y nariz pequeña, su presencia era delicada pero segura.

—Soy Evelyn Carver Caldwell, tucuyricuy encargada del sentido del gusto. Nací en Inglaterra pero me formé aquí.

Knack apenas pudo expresar su asombro cuando ella continuó, cambiando su tono a uno severo:

—¿Qué te importa, gusano?

Ambos se disculparon al unísono, dejando a Knack confundido. Evelyn sonrió nerviosamente y explicó:

—Tengo una condición psicológica que altera mi personalidad. Perdona.

Knack intentó tranquilizarla con una sonrisa:

—Puedo acostumbrarme.

Evelyn colocó cuatro recipientes ante Knack.

—Identifica los sabores básicos de cada uno: dulce, salado, amargo y ácido.

Knack probó el primer recipiente y respondió con inseguridad:

—Diría que… es amargo.

Evelyn suspiró y le indicó que continuara.

Knack probó dos líquidos dulces. Al elegir, señaló el incorrecto.

Evelyn lo miró con una mezcla de compasión y crítica.

Finalmente, Evelyn le ofreció un recipiente ácido y otro salado.

—¿Cuál es ácido y cuál es salado?

Knack dudó.

—Creo que… este es ácido… o tal vez no.

Evelyn cruzó los brazos.

—Claramente necesitas más práctica, jovencito.

Knack asintió, intentando mantener el humor:

—Al menos no notaré si algo sabe muy mal —bromeó.

—Los sentidos se entrenan. Aquí no se premia la pereza —respondió ella, alternando entre amabilidad y frialdad.

Al final, Evelyn señaló a un grupo de sirvientes de túnicas sencillas y sandalias de cuero.

—Eso sería todo, la verdadera clase es mañana.

 

Todos los compañeros de Knack lo miraban con frialdad y resentimiento. Algunos, con miradas llenas de odio. Knack sabía que esas miradas provenían de personas que habían perdido a un familiar en la guerra, y él entendía que lo mejor sería retirarse a su habitación y esperar al día siguiente. Sin embargo, tenía una idea mejor.

—¿Puedo quedarme hasta que todos hayan terminado su prueba? —preguntó Knack, con determinación.

—¿Seguro? —respondió la tucuyricuy, visiblemente confundida.

—Sí, quiero saber en qué me equivoco. Necesito reforzarme más que nunca. ¡Juro entrenarme mejor que antes!

—Está bien —dijo ella, aceptando su petición.

Knack, al recibir la autorización, regresó a su lugar, pero no sin antes notar las miradas reprobatorias de los demás estudiantes. Ahora podía escuchar más insultos dirigidos hacia él y sentir la presión de una atmósfera hostil. Sin embargo, a pesar del dolor en su corazón, se concentró en observar cómo sus compañeros realizaban la prueba.

El tiempo pasó rápidamente hasta que anocheció, y finalmente, el último alumno terminó su prueba. Como era de esperar, Knack fue el peor de todos. Mientras sus compañeros destacaban en al menos tres sentidos, él solo dominaba uno. Incluso aquellos que eran malos en ciertos sentidos no tenían calificaciones tan bajas como las suyas. Sin embargo, este contraste le permitió entender mejor su posición y sus limitaciones. Analizó las expresiones y los movimientos de sus compañeros, buscando alguna pista sobre sus habilidades. Escuchaba atentamente las conversaciones entre los estudiantes, quienes solían ir juntos a sus habitaciones y hablar sobre cómo les había ido en las pruebas.

De todo lo que observó y escuchó, Knack llegó a una conclusión: algo en su biología no estaba bien. No sabía qué, pero sentía que le habían robado una parte de sus sentidos, a excepción de la vista. A pesar de saber que era malo en esos sentidos, no imaginaba que la diferencia fuera tan grande. Se sintió inquieto por esa revelación, y las miradas asesinas de sus compañeros solo empeoraban su nerviosismo.

Se fijó en aquellos que sobresalían por su talento. Cuatro compañeros dominaban con facilidad los cuatro sentidos, pero uno en particular se destacaba aún más: el único que sacó un 10 en todas las pruebas. Cuando terminó, recibió alabanzas tanto de sus compañeros como de los profesores. Contrario a él, Knack solo recibía hostilidad. Aquel compañero le lanzó una mirada engreída cuando terminó su prueba, algo que no hizo sino aumentar la frustración de Knack.

—Bueno, creo que es hora de irme —pensó, dirigiéndose a un sirviente para que lo llevara a su habitación. Antes de salir, se despidió cortésmente de sus profesores, quienes correspondieron el gesto.

Siguió al sirviente hasta un edificio enorme que ya había visto al llegar. En el techo, estaba la imagen de Pachamama, una diosa de la tierra. El edificio estaba hecho de grandes piedras y al entrar, vio una sala con varias puertas numeradas. El sirviente lo condujo hasta la puerta número 8 y, con un llavero de madera, le entregó la llave.

—Esto se llama "llave". Los números aquí son los mismos que en la puerta. —dijo el sirviente, con tono lento, como si le estuviera hablando a un tonto.

—Ya sé lo que es una llave y lo que son los números —respondió Knack, con calma.

—Bien, aquí está la llave. Si tiene algún problema con la habitación, avíseme.

—Está bien… —Knack comenzó a hablar, pero el sirviente ya se había ido.

—No es de extrañar que incluso los sirvientes me traten así —pensó Knack, con una mezcla de tristeza y resignación.

Al entrar en su habitación, Knack se sorprendió al ver lo bonita que era. La cama no era de paja, sino de un material que no había visto antes, con una colcha gruesa de color azul. Había almohadas en la cabecera y una alfombra con la imagen de Inti, el dios del sol, en el piso.

—Al menos soy bien recibido por mi propia habitación —pensó, con un leve suspiro.

Abrió el ropero y encontró varias prendas. Una de ellas parecía ser su uniforme y la otra, su pijama. Esta consistía en una túnica delgada y unos pantalones de material ligero, ambos de color crema. Rápidamente, se cambió y se acostó en la cama, sintiendo lo suave que era y lo cálida que resultaba la colcha.

—Definitivamente el mejor recibimiento que he tenido —dijo, esbozando una pequeña sonrisa.

Se quitó el chullo y el quipu, dejándolos sobre la mesa de noche. Antes de hacerlo, sacó algo que había escondido en su chullo: un anillo con una gema cristalina. Lo miró detenidamente.

—Creo que por fin podré averiguar por qué mi padre desechó esto hace cuatro años —pensó, mientras observaba el anillo. —Parece caro, pero mi padre lo tiró como si fuera basura, siempre con desprecio. Me pregunto si tiene algo que ver con mi madre.

Tras decir esto, volvió a guardar el anillo en su chullo y observó el techo de piedra. Mientras lo hacía, se perdió en sus pensamientos sobre todo lo que había pasado para llegar hasta allí. Sin embargo, solo una cosa se le escapó de los labios:

—Tengo miedo…

Empezó a cerrar los ojos, listo para sumergirse en el mundo de los sueños. Mientras tanto, en una sala oscura iluminada por antorchas en el palacio del gobernador, una conversación acalorada tenía lugar entre el Sapa Inca, los amautas y los tucuyricuy.

—Es un chico sin talento. ¡No debería estar aquí! —comentó el tucuyricuy Dan, golpeando la mesa con furia.

—Al menos es bueno en su sentido de la vista, así que… —dijo el amauta, colocando sus manos sobre su frente—. A quién engaño, es un desastre.

—Oigan, démosle una oportunidad, es solo el primer día —dijo Evelyn, tratando de sonreír.

—Precisamente porque es el primer día estamos así, Eli. ¡No puedo creer que haya fracasado tanto! ¡Hasta mi sobrina, cuando tenía 10 años, sacó mejor nota que él! —dijo Dan, levantando los brazos, como para enfatizar su frustración.

—Recuerden que nuestra prioridad ahora es saber qué misión le encomendaron. En teoría, no perjudica a la academia ni a nuestro pueblo, pero tal vez su padre cambió su percepción cuando le recomendó esa misión —interrumpió el director, creando un ambiente tenso—. ¿No vieron algo sospechoso cuando le hicieron sus pruebas?

—Aparte de ver el fracaso hecho persona, parece que tiene entrenamiento previo. A pesar de su pésimo lanzamiento, supo colocar el cuerpo correctamente —comentó Dan.

—En mi prueba mencionó que leyó libros, así que, obviamente, sabe leer, a pesar de ser de clase baja —añadió Killa.

—Además, sabe contar y conoce el sistema de calificación. Más tarde, averiguaremos si sabe matemáticas básicas —agregó Dan.

—Su padre era un ladrón, así que probablemente le haya robado algún libro para su hijo —concluyó Dan, lo que provocó asentimientos de los demás presentes.

—Mmmm, interesante. Puede que lo haya aprendido de los libros —comentó Amaruq, tocándose la mandíbula—. Pero antes de continuar, ¿alguien podría despertar a Kusi?

—... ¿eh? ... Al fin dijeron algo importante —dijo Kusi, despertando de su letargo, con un poco de baba saliendo de su boca.

—No me puedo creer que te comportes así frente al director —increpó Killa.

—Bueno, no dejaban de hablar de cosas que ya sabíamos. Todos estuvimos presentes en la prueba. Solo están recapitulando para darle contexto al director —respondió Kusi con tono lento, rascándose el ojo.

—También estamos haciendo algo llamado análisis, por si no te habías dado cuenta —replicó Killa.

 

—¿De qué sirve el análisis a este punto? bosteza Si vemos que hace algo sospechoso, lo retenemos y ya.

—Si fueras... No tienes ni idea de lo que... —¡Suficiente! —gritó el director, interrumpiendo a Killa mientras golpeaba la mesa, haciendo que todos los presentes enderezaran su postura—. Lo importante aquí es averiguar qué planea ese muchacho, y para eso debemos entender qué es capaz de hacer. —Hizo una pausa y se apoyó en su mandíbula—. ¿Será posible que haya escondido sus habilidades?

—No detecté ningún olor que indicara mentira, solo sentí emociones de nerviosismo, miedo y emoción —comentó Killa.

—Escuché su ritmo cardiaco y no hubo ningún indicio de que estuviera mintiendo —añadió Kusi.

—Miré su corazón y concuerdo con Kusi; no vi movimientos que indicaran mentira —confirmó Amaruq—. Además, no creo que haya mentido después de que Dan le cortara la lengua.

—¿Y si lo de ayer solo fue un teatro? —preguntó el director.

—Es muy poco probable. Ni siquiera un Inti Ch'aska tendría tanto control sobre su corazón —respondió Amaruq.

—Por ahora, continuaremos con el plan —declaró el director.

—Sí, ahora el futuro de la academia está en nuestras manos como nunca antes —dijo Amaruq.

—¿Seguro que no hay nada más que agregar? —preguntó el director. Cuando terminó de hablar, todos guardaron silencio. El dedo índice de Kusi tambaleó y Evelyn parpadeó de manera extraña.

—Bien, si no hay nada más que agregar, doy por terminada esta reunión. Pueden retirarse; todos deben estar cansados de utilizar sus sentidos sensoriales todo el día —declaró el director.

Todos se retiraron a sus respectivas habitaciones. Los amautas y tucuyricuy tenían sus propias habitaciones en el mismo edificio que los estudiantes, mientras que el director ocupaba un edificio exclusivo para él. Ya todos estaban en sus habitaciones para descansar, excepto dos personas que se encontraban afuera del edificio de los profesores.

—Sabes que puede ser una casualidad —intervino Kusi, rompiendo el silencio.

—No sé de qué me estás hablando —respondió Evelyn.

Bosteza Tú y yo sabemos que tu sentido del oído es comparable al mío.

El silencio volvió a envolverlos, y Evelyn miró a la luna con una expresión fría. Sin embargo, por dentro, sentía una gran nostalgia.

—Pachacuti, eso... —de repente, su expresión cambió a furia—. ¡No estaba cuando su padre lo registró en la academia! —exclamó, como si las estrellas o la luna fueran responsables de su confusión.

—Cálmate, eso no significa nada. Tal vez sea una coincidencia. Recuerda que es de clase baja; no tendría sentido que ella dejara que su descendencia viviera una vida tan decadente, especialmente junto a un ladrón —dijo Kusi, tratando de calmarla.

—¡Tú sabes que...! —De pronto, su furia se desvaneció, dejando paso a una tristeza profunda—. Desde que ella desapareció, ¿cuántos Pachacuti conociste?

—Mira, con que alguien comparta apellido con ella no significa nada. Tal vez el rey ladrón se haya apropiado de ese apellido para proteger a su hijo o por estatus. Ya sabes, el truco de escribir mal el apellido o ponerle una tilde para confundirlo con uno más importante. Probablemente el suyo sea "Pachakuti" con "k", en lugar de "c".

—No sé cómo sentirme...

—Mira, sea como sea, podemos manejarlo, ¿sí? —Kusi le sonrió.

Elizabeth le devolvió la sonrisa, aunque un tanto melancólica.

—Sí, tal vez tengas razón... Gracias.

—Espero que sea una sonrisa normal y no una de tus variados sentimientos —comentó Kusi con una sonrisa traviesa.

—Un poco de ambas... creo.

—Venga, vámonos. Tengo sueño bosteza, desde que desperté esta mañana.

La amauta y el tucuyricuy se despidieron. Kusi se fue a dormir inmediatamente en su cama, sin cambiarse el pijama. Evelyn, en cambio, se cambió su pijama inglesa y luego se tumbó boca arriba en su cama.

—Espero que sea una coincidencia, pero muy dentro de mí, quiero que no lo sea... —dijo, haciendo una pausa mientras miraba la vela que iluminaba su habitación—. Espero que te encuentres bien, donde sea que estés... querida amiga.

La peli azul sopló la vela, apagándola. La oscuridad dominó la habitación, reflejando la confusión que se encontraba en su mente y su corazón.

 

Explicación de términos:

(1) Inti: Dios Sol de la mitología andina, símbolo de poder y luz.

(2) Quipu: Instrumento de cuerdas y nudos usado por los antiguos peruanos para registrar y transmitir información.

(3) Pachamama: Es la diosa de la Tierra en la mitología andina, considerada la madre de la naturaleza y la fuente de toda vida. Se le rinde culto para asegurar la fertilidad de la tierra y el bienestar de la comunidad.