—Sarutobi Hiruzen (Punto de vista 1ra persona)
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El aroma a pergaminos antiguos y madera quemada me inunda mientras me siento en esta silla que cada día se siente más pesada. La oficina está casi a oscuras, iluminada únicamente por la luz tenue de una vela en un rincón, su llama oscilante proyectando sombras vacilantes en las paredes. Mis ojos se pasean por los estantes llenos de pergaminos, documentos y cartas que narran el curso de una historia bañada en sangre. Suspiro profundamente, permitiéndome un instante de debilidad, y me reclino en la silla, sintiendo el peso de los años y de la guerra en cada fibra de mi ser.
La Segunda Gran Guerra Ninja sigue rugiendo, como una bestia hambrienta que devora vidas sin compasión. Llevo años entrenando a jóvenes, enviándolos al campo de batalla con la esperanza de que sus habilidades sean suficientes para protegerlos. Pero las noticias que llegan a mis oídos no son esperanzadoras. Cada semana me informan de más bajas, de más shinobis que dejan este mundo sin gloria, sin siquiera un respiro. Me atormenta la idea de que, por mucho que los prepare, no puedo evitar que muchos caigan en un destino que parece sellado desde el momento en que se atan la banda de Konoha en la frente.
Escucho la lluvia golpear el techo. Afuera, el viento aúlla, y el sonido es similar a los gritos que he oído en el campo de batalla. He visto tantas cosas que desearía poder olvidar, pero la memoria no es tan misericordiosa. Me acuerdo del rostro de Orochimaru, su expresión siempre tan tranquila, incluso cuando los cadáveres se acumulaban a su alrededor. Me preocupa lo que esas experiencias están despertando en él. Siento una mezcla de orgullo y recelo al pensar en mis tres discípulos: Orochimaru, Tsunade y Jiraiya. Son jóvenes aún, pero han demostrado habilidades excepcionales en el combate, habilidades que me llenan de esperanza y a la vez de miedo. Orochimaru, en particular, tiene una manera de mirar la muerte que me resulta perturbadora, casi como si la viera como un reto a superar.
Quizás, en algún nivel profundo, comparto su perspectiva. Tal vez he llegado a comprender que la muerte es una compañera inevitable de todo shinobi. Sin embargo, el peso de cada vida perdida sigue siendo una carga que llevo en mi espalda, y me pregunto hasta cuándo podré soportarla.
Mis pensamientos vagan hacia la política detrás de esta guerra. Las aldeas se mueven como piezas en un tablero, impulsadas por el ansia de poder y dominio. Países menores caen en el fuego cruzado de las potencias mayores, y sus aldeas ninjas, sus shinobis, se ven forzados a elegir bandos. No me gusta este juego, pero sé que Konoha no puede quedarse al margen; hacerlo significaría debilidad, y la debilidad nos convierte en presa fácil. Las manos de los ninjas están teñidas de sangre, y yo, como Hokage, soy el responsable de cada decisión que lleva a mis hombres a la muerte. Cada misión que firmo, cada orden que doy, es una condena que pesa sobre mi consciencia. La aldea confía en mí, pero ¿quién velará por la aldea cuando ya no quede nadie para protegerla?
Oigo un ruido suave en la puerta. Alguien llama. Es un sonido apagado, como si quien está al otro lado dudara en interrumpirme.
"Adelante".—digo, con voz grave.
La puerta se abre lentamente, y Homura Mitokado entra. Su expresión es seria, como siempre, y en sus ojos veo el reflejo de la misma carga que llevo. Nos conocemos desde hace tanto tiempo que nuestras conversaciones apenas necesitan palabras.
"Hiruzen"—dice, sin preámbulos—. "Ha llegado otro informe. La situación en el País de las Aguas Termales es más grave de lo que pensábamos."
Asiento, haciendo un esfuerzo por mantener mi rostro inmutable. Tomo el pergamino que me tiende y lo desenrollo. Las palabras se difuminan momentáneamente, como si mis ojos se negaran a aceptar una realidad que ya conozco demasiado bien. La aldea oculta de la Niebla ha intensificado sus ataques en esa región, tratando de expandir su influencia. Cada victoria enemiga significa una derrota para nosotros, una amenaza que se cierne sobre los inocentes que simplemente intentan vivir sus vidas lejos de las disputas ninja.
"¿Cuántos perdimos?"—pregunto, a sabiendas de que la respuesta será amarga.
"Cinco de los nuestros, y otros dos están gravemente heridos. Lograron escapar, pero sus heridas…"—su voz se apaga, y por un instante noto el dolor en sus ojos.
Asiento, mirando el papel en silencio. Cada nombre es una persona, cada vida extinguida un vacío que ni el tiempo podrá llenar. Pienso en sus familias, en sus amigos, en los sueños que jamás cumplirán. Como Hokage, debo ser la roca en la que todos se apoyan, pero en noches como esta, siento que mi voluntad se desmorona como un muro desgastado.
"¿Sabes algo de ellos?"—pregunto, queriendo saber, queriendo sentir algo más que esta fría responsabilidad que me consume.
Homura baja la mirada.
"Eran jóvenes, algunos recién ascendidos a chunin. El equipo de Hatake dirigía la misión."
Siento un dolor sordo en el pecho al escuchar ese nombre. Sakumo Hatake, el "Colmillo Blanco de Konoha", uno de nuestros ninjas más brillantes, conocido por su valentía y su lealtad. A pesar de su fortaleza, sé que cada muerte de sus subordinados es un peso que él también lleva consigo. Nos parecemos en ese sentido, él y yo. Ambos entendemos que el sacrificio es inherente a nuestro deber, pero eso no hace que duela menos.
"Sabemos que la Niebla está utilizando tácticas cada vez más agresivas. Hay rumores de que Mizukage está utilizando a sus propios ninjas como herramientas desechable" —comenta Homura, su voz teñida de desagrado—. "Parecen no tener límites."
Escucho esas palabras en silencio, pensando en el lado oscuro de esta guerra. Las aldeas han adoptado medidas desesperadas, sacrificando lo que sea necesario para prevalecer. Sin embargo, sé que Konoha no puede permitirse actuar de la misma manera. Debemos luchar, sí, pero debemos mantener nuestra humanidad, o esta guerra habrá destruido todo por lo que alguna vez luchamos.
"No podemos bajar la guardia" —respondo, finalmente—. "Debemos asegurarnos de que el País del Fuego permanezca a salvo. Konoha debe permanecer fuerte, cueste lo que cueste."
Homura asiente, pero veo la duda en sus ojos. Él también cuestiona hasta dónde estamos dispuestos a llegar.
Cuando él sale, el silencio vuelve a adueñarse de la habitación, pero ya no me siento solo. Siento la presencia de las almas caídas, de todos los shinobis que entregaron su vida por un ideal que ni siquiera llegaron a ver realizado. La guerra me ha robado a tantos, y no puedo evitar preguntarme si mi liderazgo ha sido suficiente, si he hecho lo correcto. Me gustaría pensar que su sacrificio ha tenido un propósito, que su muerte no fue en vano, pero en noches como esta, la incertidumbre me consume.
Cierro los ojos, y en la penumbra veo los rostros de mis discípulos, esos jóvenes que he visto crecer y luchar. Pienso en Orochimaru, en sus ojos fríos y calculadores. La guerra lo ha cambiado de una manera que me asusta, y temo que el camino que está tomando lo lleve hacia la oscuridad. Pienso en Jiraiya, con su espíritu rebelde y su corazón de oro. Me da esperanza, pero también sé que la guerra dejará marcas en él que ni siquiera su optimismo podrá sanar. Y Tsunade… ella es fuerte, pero cada vez que cura a un compañero caído, veo cómo se debilita un poco más por dentro.
Ellos son mi legado, la prueba viviente de que he intentado, de que he luchado por algo más grande que yo. Pero ¿qué ocurrirá cuando ya no pueda protegerlos? ¿Cuánto más podrán soportar antes de que la guerra los consuma por completo?
El viento afuera ruge con más fuerza, y las sombras en la oficina se alargan, como si el mismo mundo estuviera en duelo. Esta guerra no ha terminado, y sé que lo peor está por venir.