Hace mucho tiempo, en un mundo donde la magia y la realidad se entrelazaban de maneras misteriosas, se reveló que ciertos humanos poseían habilidades especiales que los diferenciaban del resto de la humanidad. Nadie tiene claro el origen de estos poderes extraordinarios, pero circula un rumor persistente que sugiere la intervención de un hechicero antiguo, un ser de sabiduría infinita y habilidades incomprensibles.
Entre los primeros en manifestar estas habilidades se encontraba un hombre cuyo nombre resonaría a lo largo de los siglos: el gran mago Samuel Torrez. Samuel Se decía que podía comunicarse con los elementos, invocar la lluvia y hacer florecer la tierra con solo un gesto de su mano
A medida que Samuel exploraba sus poderes, se dio cuenta de que no estaba solo. Otros, en diferentes rincones del mundo, también comenzaban a descubrir sus propias habilidades. Algunos podían manipular el fuego, otros tenían la capacidad de leer la mente, y algunos incluso podían curar heridas con un simple toque. Sin embargo, a pesar de la maravilla que estos dones traían, también surgieron temores y desconfianzas entre aquellos que no poseían tales habilidades.
A medida que pasaban los años, la leyenda de Samuel Torrez se expandió. Se decía que había viajado a tierras lejanas en busca de conocimiento, que había enfrentado a criaturas míticas y que había desentrañado los secretos de la magia misma. Sin embargo, su mayor desafío llegó cuando un antiguo enemigo, un hechicero oscuro que había estado celoso del poder de Samuel, emergió de las sombras con la intención de desatar el caos y la destrucción.
Los dos fueron sellados por una santa, pero sin el consentimiento del mago, quien fue absorbido junto al hechicero.
Seis décadas más tarde, encontramos a un niño de cabello largo y verde que le caía hasta los hombros, atado en una coleta baja. Sus ojos eran de un color violeta intenso y su piel, clara. Su nombre era Ariel, un adolescente dotado de la habilidad de manipular los sueños de los demás.
Martha miraba con desagrado la olla que se estaba volviendo cada vez más repugnante. "¿Qué demonios está haciendo Ariel?", se quejó.
"Conoces la historia del mago y el hechicero, ¿verdad? Estoy ayudando a despertar al mago, ya que hace un mes liberaron al hechicero", explicó Ariel. Martha suspiró mientras escuchaba. "Pásame esa cosa roja", pidió Ariel, señalando un frasco que decía "Oriel".
En cuanto le pasó el frasco, la olla comenzó a brillar y un fantasma apareció.
"¿Quién eres?", murmuró Martha, asustada.
"Tranquila", respondió Ariel. "¿Eres tú el mago?" preguntó con emoción.
"Sí, soy conocido como Samuel. Encantado de conoceros, no pensé que unos jóvenes me liberarían".