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—¡Qué mujer tan hermosa! —Ese fue el primer pensamiento de Li Qianfan al ver a la mujer.
La mujer, en sus treinta, tenía una figura curvilínea y ardiente al extremo. Tenía el cabello ondulado y teñido de marrón granate, lo que resaltaba su ya de por sí clara piel, haciéndola tan blanca como la nieve; llevaba gafas de sol que cubrían la mitad de su cara, revelando solo sus labios apretados y cejas ligeramente fruncidas, dándole un aire desenfadado.
Llevaba puesta una camiseta estilo coreano suelta que aún así no podía ocultar sus imponentes curvas, las cuales temblaban al caminar, deslumbrando a los espectadores; su falda era corta, terminaba a mitad de muslo, exponiendo sus largas piernas, y llevaba tacones altos, caminando con un paso fuerte y decidido, como si estuviera lista para estallar en cualquier momento.
Su rostro estaba pálido, y sus ojos centelleaban con chispas de ira, haciéndola parecer inaccesible.