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—¡Qué mujer tan hermosa!
La mujer sentada en el cubo de agua parecía tener unos treinta años, su delicada línea de rostro ovalado estaba perfectamente refinada, con un puente nasal prominente. Aunque tenía los ojos cerrados, se podía decir por sus contornos que eran grandes. Su piel estaba extremadamente sonrosada en ese momento, pero no restaba a su extrema belleza; por el contrario, añadía un toque de encanto.
Su lujoso cabello negro caía como una cascada por su espalda, justo como una hada descendiendo al reino mortal.
A pesar de estar sentada en agua fría, la mujer no se había quitado la ropa. En el abrasador calor del verano, el material de su vestimenta era bastante ligero y ahora se había empapado por completo, permitiendo vislumbrar el sostén negro debajo.
Sus senos eran grandes, como dos pequeñas sandías colgando frente a su pecho, abultando la tela de su vestido como si pudieran explotar en cualquier momento.