—¿Papá? ¿Eres tú? —grité, frotándome los brazos por el frío.
El aire vibraba, el sonido crujiente de los huesos llenaba el ambiente. Acercándome sigilosamente al borde del bosque, saqué más la cabeza, ajustando mis ojos a la oscuridad antes de que mi papá apareciera bajo la luz de la luna, vestido solo con unos pantalones cortos. Retrocedí sobresaltada mientras él me ofrecía una sonrisa débil.
—¡Papá! ¡Me asustaste! —grité mientras corría hacia él, saltando sobre él mientras le rodeaba con mis brazos y piernas, sus brazos musculosos me levantaban y me sostenían fuerte.
Tomó una respiración entrecortada antes de presionar su mejilla contra la mía y besar mi frente, bajándome luego.
—Hola, calabaza —me saludó, su voz sonaba forzada... había estado llorando durante horas, parecía...
—Papá, no puedes quedarte en estos bosques para siempre —dije mientras mis tristes ojos se clavaban en los suyos.
Asintiendo, habló:
—Lo sé, solo... necesitaba algo de tiempo.