—No lo elogies, de lo contrario no se irá. Mariscal, ¿no venías a tomar un café? ¿Qué te parece si te compro una taza, diablos, incluso agregaré una magdalena de limón y amapola si eso significa que te perderás? —se quejó Wen Qinxi recostándose en su silla con los brazos cruzados sobre el pecho.
—No es necesario, me quedo con este porque sé que como siempre no lo terminarás —dijo antes de agarrar la taza de Zhao Xieshu y sorber la pajilla, sus ojos fijos en el omega con una caricia visual inquisitiva.
«¿Por qué diablos está coqueteando conmigo?», pensó Wen Qinxi desviando la mirada, pero la punta de sus orejas lo delató.
—Ah, sabe tan dulce —dijo con ojos oscuros amorosos que hicieron que el corazón de Wen Qinxi se acelerara—. Aquí —dijo el Mariscal colocando la taza de nuevo en su posición original habiendo cosechado un beso indirecto, pero Wen Qinxi se negó.
—Solo estás tratando de joderme, ¿verdad? —lanzó al Mariscal una mirada de reojo.