La besó como si el beso fuese lo único que existiera, suficiente en sí mismo, sin prisa ni meta a alcanzar. Su boca se movía deliberadamente, sin apuro. Emitió un ruido bajo como si saboreara algo delicioso; luego ella sintió su pulgar debajo de su boca, acariciando su piel, como si quisiera quemarla por completo.
Él le robó todo el aire de su cuerpo, de sus pulmones y la dejó mareada mientras seguía acariciando el interior de su boca con su lengua. Olvidó que estaban al aire libre y que cualquier criada que pasara podría verlos. Pero cuando oyó el sonido, intentó separarse.
Un ruido extraño salió de su boca, una protesta, una queja cuando ella intentó alejarse pero su agarre se suavizó: ella podría separarse si así lo deseaba. Pero sus nudillos rozaron su mejilla, reacios a dejarla; y luego más abajo aún, un rápido desliz de calor a lo largo de su garganta, una presión perezosa sobre su clavícula. Sin empujar, sin agarrar. Solo seduciendo. Pidiendo, suplicando por más.