—La dama preferiría más oro en sus manos —el hombre le guiñó un ojo y sonrió graciosamente, pero a ella le pareció más bien feo.
—Por supuesto, pero para eso... primero tengo que cansarme de ella —sus manos apretaron su hombro, acercándose a sus clavículas y se inclinó para lamerla. La piel de Diana ardía. Ella apretó los muslos de golpe y jadeó.
—Cierto, debe gritar como un pájaro. ¿Al menos un toque bastaría? —preguntó él, pero no esperó el permiso de Cotlin y se abalanzó hacia su otro lado.
Diana sabía que estaba actuando como una acompañante, así que no podía moverse. Pero ser tocada por un hombre delgado y desgarbado le causaba repulsión. Cuando él se inclinaba, ella se sentía nauseabunda por el extraño olor que emanaba de él. Ella contuvo la respiración y se armó de valor, pero ese toque no llegó y ese olor fétido también se alejó.
Echó un vistazo con un ojo y luego sus ojos se abrieron de par en par. Miró fijamente la escena con la boca bien abierta.